Mary Poppins es una de las películas que desde su estreno en 1964, trató de abordar una temática de fantasía pero al mismo tiempo, tocó la crudeza de una realidad que aquejaba a Londres en el tiempo en el que fue desarrollada la historia.

En 1933, antes de la Segunda Guerra Mundial, Pamela Lyndon Travers comenzó a escribir sobre novelas infantiles y dio vida a la niñera mágica, Mary Poppins, trabajaba para el Ministerio de Información Británico. A partir de eso tomó varias cuestiones políticas, económicas y sociales para darle un contexto histórico a uno de los personajes de sus historias: George Banks.

De igual manera a Winifred, la esposa de George, quien dentro de la trama era una mujer que acudía a marchas y apoyaba firmemente el sufragio femenino. Ambos eran padres de Jane y Michael, un par de niños incorregibles que finalmente fueron domados por Mary Poppins, una nana que no da explicaciones, altiva e irreverente, pero que siempre fomenta los buenos modales y sobre todo, la imaginación.

A pesar de estar ambientada en los 30, en la primera entrega de Mary Poppins Disney nos retrocede 20 años atrás, en un Londres eduardiano que a raíz de la crisis financiera ocurrida en Nueva York en 1907 los bancos comienzan a despedir a sus empleados. Para Mary Poppins Returns, Disney de nueva cuenta retoma los escritos de Pamela y ahora habla de La Gran Depresión, ocurrida precisamente en 1930.

La también llamada Crisis del 29, fue una recesión económica mundial que se prolongó a lo largo de la década de los 30 tras la caída de la bolsa en Estados Unidos en dos días famosamente llamados Martes y Jueves Negro. Esta problemática se extendió a casi todos los países del mundo y tuvo efectos tanto en los que eran ricos como pobres. Como consecuencia, tenemos a Jane y Michael, ahora unos adultos que sufren las consecuencias de esta crisis bancaria y se quedan sin un empleo estable.

Jane, tal como su madre, continúa luchando por los derechos de los más débiles -las mujeres incluidas-, mientras que Michael, deja de lado su carrera como artista para convertirse en empleado de un banco, el mismo del que su padre era socio y que ahora subsiste quedándose con las propiedades de todo cuanto pudiera.

Con esta premisa, ¿qué cabida tiene un mundo de fantasía como Mary Poppins en una época actual? Pues bien, resulta bastante complicado contextualizar decenas de años que como ecos del pasado, parecen afectar nuestro presente. Ante esto, la secuela de esta cinta que llega 50 años después, logra el principal objetivo que tuvo la primera. Eso fue: jamás dejar de recordar que eres niño.

La ilusión, los anhelos, la diversión e imaginación, forman parte de un ideal que los adultos dejan en el olvido, pero que para los niños es su manera de vivir. Jane y Michael son el vivo reflejo de que todo aquello que para ellos era esencial cuando eran pequeños, ahora que son adultos ha quedado en el olvido y ha sido reemplazado por otras cosas, otras necesidades. Ahora los hijos de Michael, a diferencia de su él y de Jane cuando tenían su edad, muestran una madurez causada por la muerte de su madre. Ellos, a su manera, tratan de sacar adelante a su papá. Sin embargo Mary Poppins les recuerda que existe la esperanza, la diversión y sobre todo, la fantasía. Lo posible de lo imposible.

Durante dos horas nos encontramos con una fotografía excelente, cuidada hasta el más mínimo detalle al igual que las actuaciones. Emily Blunt entra más que bien en los zapatos que dejó Julie Andrews y le imprime su propio toque con una voz excepcional y con esa presunción que habíamos visto en El Diablo Viste a la Moda pero mucho más maduro. Lin-Manuel Miranda, por otra parte, hace el salto de los musicales de Broadway para entrar en un proyecto tan grande de la mano de Rob Marshall, uno de los directores de musicales más importantes en los últimos años.

Por su parte Ben Wishaw (Michael), Emily Mortimer (Jane), Pixie Davies (Anabel), Natanael Saleh (John) y Joel Dawson (Georgie), crean personajes entrañables con los que hasta cierto punto puedes llegar a identificarte sin importar la edad que tengas. Sus roles están llenos de matices que llevan una narrativa en la que de vez en cuanto, retoma la problemática que mencionamos en un principio, pero que le da el toque más personal, menos fantasioso como lo hizo la primera entrega. 

Durante dos horas, Mary Poppins Returns cuenta con su cometido: entretiene. Pero sobre todo y como nos platicó el mismo Lin-Manuel Miranda, es en ese lapso en el que puedes desconectarte de un mundo tan modernizado y sumergido en la tecnología, en el que los niños, que hoy manejan tablets y celulares mejor que un adulto, pueden aprender que la diversión se halla hasta en el más mínimo detalle, en lo impensable.

Con esto también llega la pregunta: ¿Fue necesario que hubiera una secuela de Mary Poppins? La respuesta es sí. Tanto la primera cinta como la segunda abren un panorama distinto y presentan un contexto histórico que hoy pocos recuerdan. Incluso la crisis, incluso la fantasía.

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