Este domingo 30 de agosto se realizará la edición XXXIII del Maratón Internacional de la Ciudad de México, uno de los eventos deportivos más importantes del país.

Quienes practican el running saben que correr un maratón es todo un reto que requiere disciplina, meses de entrenamiento y una fortaleza mental. Por eso, queremos dedicar este post a todos aquellos que correrán esta prueba el próximo domingo.

Hace un año, un miembro del staff de Sopitas.com corrió por su primer Maratón y ahora queremos compartirte este sencillo texto sobre cómo fue su experiencia. Quizá su lectura pueda resultarles un aliciente más para que el próximo domingo alcancen la meta:

En el 2013 seguí en vivo la transmisión en televisión del Maratón Internacional de la Ciudad de México de ese año y emocionado me prometí que algún día lo correría; sin embargo aquella era una promesa al aire, pues para entonces lo más que había corrido en una carrera habían sido 5 kilómetros y me encontraba lesionado de una rodilla, por lo que mis intenciones eran más un anhelo que una posibilidad.

Cuando se abrieron las inscripciones para la edición del Maratón 2014 mi primer objetivo era inscribirme al medio maratón y dependiendo de cómo me fuera, aventurarme en años venideros a correr el maratón. Para mi desgracia las inscripciones volaron y me quedé sin lugar en ninguna de las dos categorías.

Sin tener un objetivo en particular, llegó noviembre del 2013 y empecé a entrenar por mi cuenta en un parque cercano a mi casa. Comencé corriendo distancias muy cortas: 2, 3, 4 kilómetros cuando mucho. Tres meses después me integré a los entrenamientos de un equipo de running y de la mano de sus enseñanzas logré superar de buena forma mi primer medio maratón.

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Durante ese 2014 poco a poco fui corriendo más y más. Primero en una carrera de 6 kilómetros, luego 9, 12, 16 y en agosto de ese año finalmente corrí mi primer Medio Maratón. Para ese momento supe que con la preparación que entonces tenía podría correr el Maratón, claro, si contara con una inscripción.

Mi novia  Tania y mi  amiga Montse sí habían logrado inscribirse, por lo que en su mente siempre estuvo el objetivo de prepararse para dicho reto. Dos meses antes comenzaron a planear estrategias, a cambiar su alimentación, a probar distintos geles de carbohidratos y a correr 32 kilómetros de distancia quince días antes de la competencia.

Para ser honestos escuchaba tanto sobre el maratón de ese año, que me sentía triste por no poder ser parte de una de las competencias de atletismo más importantes del país. Cuatro días antes del maratón publiqué en Twitter, un tanto de broma y otro tanto en serio, que aquellos que lo desearan aún estaban a tiempo de conseguirme algún número para correr el maratón.

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Dos días después recibí respuesta, sucedía que el esposo de mi amiga Laura se había inscrito al Maratón, pero no podría correrlo, y me ofrecía su número. Tras dudarlo un par de horas, supe que si no aceptaba el reto me pasaría todo un año preguntándome qué habría pasado si hubiera corrido el Maratón.

Acepté, y en menos de 48 horas hice una preparación improvisada para afrontar la competencia. Comencé a hidratarme con mucha agua y Gatorade, a comer carbohidratos y proteínas, y a descansar. Varias veces me pasó por la cabeza hablarle a Laura y decirle que siempre no correría, tenía miedo de hacer el ridículo, de quedarme en el intento pues un reto de esta magnitud debe afrontarse con responsabilidad y no espontáneamente.

Las horas previas se me fueron terriblemente rápido. El día del Maratón tanto Tania como Montse lucían seguras desde las 6 de la mañana. Calentaban y repasaban su estrategia, traían todo lo necesario para la competencia y desde esa hora de la mañana brillaban y ya lucían como todas unas maratonistas. En ese momento me quedó claro que ambas cruzarían la meta y lograrían el objetivo para el que tanto se habían preparado, en cambio yo me sentía con más dudas que nunca.

Media hora antes de nuestra salida comenzó una intensa lluvia. Nuevamente ellas parecían de hierro, nada las alteraba ni sacaba de su concentración. Yo me encontraba arrepentido de competir y pensaba que aceptar correr ese maratón había sido un grave error.

Un minuto antes de la salida los tres nos deseamos suerte, besé la cabeza de mi novia y le dije ‘Que Dios te bendiga’, en realidad sólo quería robarme un poco de su valentía.

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Comenzó la carrera y entre gritos de emoción, un mar de gente arremolinada a los costados de la ruta y muchos charcos de agua me puse en marcha. Ignoro en qué momento exacto pasó, sólo sé que para el primer kilómetro mi mentalidad cambió y de pronto me encontraba convencido de que terminaría los 42 kilómetros.

“Son un orgullo para México”, gritó un niño que miraba la carrera. Eso hizo que casi se me salieran las lagrimas. Los primeros kilómetros sirvieron para tranquilizarme e ir a un ritmo más lento de lo habitual pues sabía que la verdadera prueba vendría en la segunda parte de la carrera.

Tania y Montse habían acordado correr los primeros quince kilómetros a un ritmo de 7 minutos por kilómetro, por lo tanto sabía que de volver a toparme con ellas debía bajarle a la intensidad de mi paso. Sin embargo nunca las volví a ver en toda la ruta. Sólo traía un cronómetro muy sencillo y el iPhone lo traía guardado por aquello de la lluvia, por eso, cada que pasaba un kilómetro mentalmente iba haciendo cuentas del ritmo que llevaba. Esto me funcionó los primeros diez kilómetros, después me desesperé y dejé de medir el tiempo, por lo que enfrentaba mi primer maratón sin una estrategia clara.

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Los primeros quince kilómetros transcurrieron sin mayor novedad. Dejó de llover, comí medio plátano que me obsequiaron y me sentía fuerte. Cada que pasaba un kilómetro lo iba restando al total de la distancia, por lo que en mi mente la idea recurrente era “faltan 31 kilómetros”, para en el siguiente kilómetro pensar en 30, luego 29 y así sucesivamente.

Comencé a sentir que mi muslo izquierdo quería acalambrarse, por lo que en un par de ocasiones me detuve para masajearme. Lo mismo sucedía con los brazos que continuamente estiraba para que la sangre circulara mejor. Al llegar a la parte de Chapultepec realmente sufrí, había lodo y los puestos de hidratación brillaban por su ausencia; mentalmente comenzara a cansarme.

Por fortuna eso cambió cuando nuevamente salí a Reforma. Cerca del kilómetro 25 me sentía entero. Si bien sentía los pies ampollados y ahora ambos muslos amenazaban con acalambrarse, sabía que aún tenía suficiente gas para avanzar 5 kilómetros más sin problema.

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Entonces llegó el tema de los geles. Muchos maratonistas hablan de la importancia de tomar geles o gomitas de carbohidratos para recargar energías y evitar la temida “pared del corredor”. El detalle con estos suplementos es que deben tomarse con agua y probarse antes de las competencias pues muchas veces pueden caerle pesados al estomago y provocarnos náusea o diarrea. En su plan, Tania y Montse tomarían cuatro geles a lo largo del maratón, y yo sólo traía dos (que me había dado Tania) y debía administrarlos.

Decidí jugármela a pesar de que por los nervios, desde un día antes sentía el estomago hecho un nudo por el estrés. Ingerí lentamente el gel y seguí mi camino. Ignoro si su efecto fue inmediato, pero sentí un segundo aire que me duró cerca de 6 kilómetros. Salió el sol.

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Al llegar a la zona de la Colonia Condesa realmente comencé a sentirme mal. El cansancio me exigía parar, el camino se me hacía eterno y pensaba que en cualquier momento mandaría todo al diablo. A pesar de los gritos de apoyo de la gente y de su generosidad regalando alimentos y bebidas a los competidores no lograba salir del hoyo en el que me encontraba.

Entonces alcanzamos avenida Insurgentes y supe que la meta, aunque lejana aún, estaba a mi alcance. Eran unos 8 kilómetros los que me separaban de lograr la proeza. Pasé por mi lugar de trabajo, y por otras zonas que conocía y que me hacían llevar mentalmente un GPS que me iba mostrando como avanzaba poco a poco.

Fue ahí cuando pensé si tomarme el otro gel. Deseché la idea por temor a que me cayera mal y algún desastre estomacal llegara en el peor momento. Decidí entonces correr con la poco energía que me quedaba, parando muy pocas veces y corriendo la mayor parte del tiempo, sacando energías de donde pudiera. A esas alturas de la competencia cada paso era doloroso, fue también en este periodo en el que los competidores recibíamos mayor apoyo por parte del público. Generosamente nos acercaban comida, dulces y bebidas para ayudarnos a terminar.

Un competidor me dio una lata de Coca Cola que iba tomando. Le di un par de tragos y se la di a otro corredor. Conforme faltaban menos kilómetros estos se volvían más largos. Cerca del 39 sólo quería terminar con la carrera, y sin embargo, era cuando más disfrutaba lo que vivía. En varios momentos lloré, en otros reía o me sentía invencible a pesar de la condición lamentable en la que me encontraba.

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Entonces divisé el Estadio Olímpico Universitario y supe que ya nada me detendría. Las primeras veces que corrí en mi vida lo hacía en el parque con mi papá, a él le gustaba mucho correr. Ahora que no está, lo único que dije al entrar al estadio fue “vamos, corre conmigo estos últimos metros”.

Cuando entré por uno de los túneles e irrumpí en la pista de atletismo del estadio me sentía feliz, estaba logrado un imposible con el que varias veces había soñado. Y crucé la meta, y no supe qué hacer después de más de cinco horas de siempre ir hacia adelante.

Salí del estadio. Recogí mi medalla y la besé. Seguí caminando entre la gente.

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Entonces vi a Tania que lucía entera y me enteré que ella y Montse habían llegado media hora antes y las admiré aún más. El resto es confuso, me descompensé físicamente, veía todo nublado, me puse blanco, me sentía mareado y creía que en cualquier momento me desmayaría. Los papás de Tania ayudaron a estabilizarme, me dieron fruta, tomé un suero de litro y me mojé la cabeza. Poco a poco me recuperé.

Después comí y me dediqué a descansar en casa el resto de la tarde. Una uña del pie se me puso negra y por unos días me sentí duro al caminar y me dolía un poco la rodilla izquierda. Dejé de correr un par de semanas para darle descanso a mi cuerpo y luego regresé a entrenar nuevamente.

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A pasado casi un año desde aquel día. Sé que hice un tiempo desastroso y que de hecho, todo lo que acabo de escribir es una guía de cosas que NO deben de hacerse al correr un maratón. A pesar de lo anterior no me arrepiento de haberlo corrido. Dicen que tu vida cambia para siempre después de que haces tu primer maratón, y es cierto. Es algo tan grande y satisfactorio que no puede explicarse con palabras. En esta prueba conocí la parte más solidaria de las personas al ver cómo competidores y espectadores se unen sin otro interés que ayudarse de forma legitima y desinteresada.

Nunca olvidaré lo que viví el 31 de agosto del 2014, simplemente es de las experiencias más fuertes y emocionantes por las que he pasado. Ese día me dije con orgullo “ya soy maratonista”. Ese orgullo nadie me lo podrá quitar jamás.

Por @gabrielrevelo

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