Por Daniel Montes de Oca | @montesdeoca11

Esta vez no hubo abrazo entre Juan Carlos Osorio y Decio de María al final del partido. Los fracasos y ridículos no se festejan en México pese a que son parte esencial en la historia de su futbol.

Si hace algunas semanas se relataron las tristezas en la Copa Confederaciones de Rusia, éstas fueron medianamente justificadas al tratarse de tropiezos ante selecciones europeas como Alemania y Portugal.

Lo sucedido en la Copa Oro es sencillamente inadmisible. El conjunto azteca fue incapaz de meterle un gol en 180 minutos (también lo enfrentó en la Fase de Grupos) a una selección como Jamaica que había cumplido y de más con llegar a Semifinales. Era la víctima ante el Tricolor, un pasaporte automático a la Final.

El andar de México en esta justa llena de pobreza fue un auténtico martirio. En cinco partidos la tendencia no cambió: desempeño paupérrimo, el portero nacional convertido en figura, y lo más alarmante, ante rivales sumamente endebles.

La sorpresa rondó ante El Salvador, Curazao y Honduras, hasta que Jamaica la capitalizó al descubrir que el Tricolor no tiene nada de ‘gigante’ y sí mucho de pequeño. La Selección B firmó un escándalo de dimensiones mayúsculas.

Hay varios futbolistas que demostraron ser indignos para portar la camiseta de la Selección en cualquiera de sus versiones: Érick Torres y Jesús Gallardo, entre los mayores exponentes, sin excluir al cuerpo técnico que encabeza Juan Carlos Osorio.

Ahí están a la vista los resultados de las rotaciones, de improvisar a futbolistas en posiciones que no dominan, de la nula autocrítica, y de ocultar con números que no existe un juego colectivo ni una idea futbolística.

Los exhibió Jamaica, señores, Jamaica los echó de la Copa Oro. Una isla que tiene a los mejores velocistas y a los peores futbolistas del mundo. De ese tamaño la dimensión del papelón.

Osorio y su cuerpo técnico deben dejar de insultar la inteligencia del público con argumentos como “Curazao se nos complicó porque sus jugadores son atléticos” o “tiene mérito derrotar 1-0 a Honduras porque nos defendimos bien”. Basta, el aficionado mexicano es noble, pero no estúpido.

Atendiendo al surrealismo propio de nuestro país no sucederá nada, los jugadores y cuerpo técnico aceptarán que fracasaron y listo; mientras que los directivos, como sucede históricamente, no tienen la menor idea de por qué se perdió, así como también ignoran por qué se gana, pues con abrazos se ocultan las miserias.

Por cierto, ¿y el abrazo, señores Osorio y De María?

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