Por Sergio Zepeda de Alba

Podemos fortalecer nuestras comunidades, fomentar espacios de encuentro, diálogo e intimidad, haciendo más visibles nuestras bibliotecas públicas“Las bibliotecas atienden a públicos sumamente diversos, y son ellos quienes determinan su funcionamiento. Si no reciben muchas visitas, como ocurre en numerosas partes del país, quedan suspendidas en el fracaso”, escribió en un artículo reciente Alejandra Quiroz Hernández, coordinadora del área de servicios educativos de la Biblioteca Vasconcelos. Tiene razón.

Lamentablemente, en muchas ocasiones esos espacios maravillosos se encuentran abandonados por las autoridades, que les otorgan un presupuesto mísero para realizar su misión y actividades, lo que resulta en una baja cantidad de visitantes. Muchas bibliotecas públicas de México sobreviven apenas, debido a la heroica labor de bibliotecarias y bibliotecarios comprometidos con su comunidad, pero no todas tienen tanta suerteDe acuerdo con la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas (IFLA), hasta el año pasado México contaba con 15,891 bibliotecas públicas, y según la Secretaría de Cultura, podemos encontrar al menos una biblioteca pública en 2,282 municipios. Esto quiere decir que existe una biblioteca pública en poco más del 93% de los municipios del país. Es decir: hay un espacio de aprendizaje, con personal bibliotecario (ya sea voluntario o profesional), incluso en lugares a los cuales otros servicios del gobierno rara vez llegan. Pero no se aprovechan como deberían.

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Foto: Shutterstock

Parte del problema de las bibliotecas públicas recae en la visión limitadísima que muchas personas suelen tener de ellas. Uno de los casos más extremos que he escuchado es el de un funcionario público que negaba el recinto para funciones de cine, clubes de baile, reuniones vecinales e incluso para presentaciones de libros porque, decía, esa clase de actividades le correspondían a la casa de cultura. Hay quienes ven a las bibliotecas como simples bodegas de libros. Pero esto no tiene por qué ser así. Alrededor del mundo existen bibliotecas que sirven también como centros tecnológicos, clubes para encontrar trabajo, cocinas comunitarias, escuelas para adultos, guarderías, salones de baile, estudios de grabación, y un sinfín de funciones más.

En Colombia, los acervos incluso han trascendido las limitaciones de su recinto, y existe un grupo llamado Bibliotecarios de la Paz que viaja a lugares previamente en conflicto para llevar bibliotecas itinerantes a donde más se necesitan. En Dinamarca nació una iniciativa de bibliotecas humanas, donde en lugar de libros te prestan personas para que “las leas”. Así, puedes hacer preguntas y platicar con gente que proviene de contextos y situaciones muy distintas a las tuyas. Una inmigrante por ejemplo, o un desempleado, tal vez. Una chica con trastorno bipolar o un soldado con estrés postraumático. O quizá alguien que haya cambiado de religión o que haya modificado su cuerpo con implantes de manera radical. Se trata de romper estereotipos y fomentar el diálogo.

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Foto: Shutterstock

Me gusta imaginar la Red Nacional de Bibliotecas Públicas lista para éstas y un millón de iniciativas más. Sólo se requiere invertir un poco en ellas. Por eso, ante lo que parecía (al menos desde fuera) una asignación y ejercicio de presupuesto insuficiente para esta clase de espacios, decidí presentar un proyecto de Presupuesto Participativo para recuperar la biblioteca pública de mi colonia: General Anaya en la Benito Juárez. Esa herramienta ciudadana por medio de la cual se asigna el 3% del presupuesto de una delegación a proyectos vecinales, y que el Instituto Electoral ha promocionado como Enchula tu colonia, permitiría hacer la biblioteca más visible, incrementar el número de visitas, y comenzar a crear comunidad, para así aprovechar el potencial de ese valiosísimo espacio. Quienes participamos en el proyecto imaginamos un lugar repleto de personas de todas las edades, con sillones cómodos que invitaran a leer por el simple placer de hacerlo, un lugar que detonara actividades culturales y que se convirtiera en un centro de convivencia, diálogo e intimidad.

Invertir, por supuesto, significa mucho más que asignar recursos monetarios a un espacio público. Quiere decir involucrarse de manera activa en la creación e implementación de los programas que permitan aprovechar la red de bibliotecas al máximo. Pongo un ejemplo: en una visita reciente, una amiga experta en comunidades de aprendizaje me señaló lo que para ella era obvio: sería bastante sencillo que cualquier biblioteca como la mía, que incluye un jardín, instalara huertos urbanos, impartiera talleres de siembra y cosecha, brindara clases de cocina e incluso incorporara presentaciones de recetarios. Existen muchas personas dispuestas a donar su tiempo y esfuerzo para lograrlo.

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Foto: Shutterstock

Con semejantes posibilidades para transformar nuestras bibliotecas, y ante la pérdida cotidiana de espacio público frente a los megaproyectos privados, queda preguntarse: ¿qué nos impide apropiarnos ahora de nuestras bibliotecas, esos espacios comunes y democráticos por excelencia? Es momento de tomar acción y recuperarlas.

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Sergio Zepeda de Alba es editor, mercadólogo para bibliotecas e integrante de Wikipolítica CDMX, una organización política sin filiaciones partidistas .

Facebook: WikipoliticaCDMX

Twitter: @wikipoliticacmx |  @zepedaserg

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