Por Esteban Illades

Estos últimos días de lo único que se puede hablar es de la caravana migrante, un conjunto de miles y miles de migrantes centroamericanos –hondureños en su mayoría– que han salido de sus países con la idea de llegar a Estados Unidos y solicitar asilo al gobierno de Donald Trump.

La formación de una caravana de este tipo no es nueva; periódicamente grupos de personas se reúnen para formar contingentes más grandes y así poder cruzar la frontera. Lo hacen, por una parte, bajo el concepto de seguridad en números: mientras más sean más difícil será detenerlos. También, mientras más sean, mayor protección habrá frente a los distintos peligros que pueden enfrentar, como por ejemplo el crimen organizado.


Por otra parte, también lo hacen como un mensaje político: es tan grave la situación dentro de sus países que se ha generado un nuevo éxodo en búsqueda de una vida en un lugar mejor.

Dentro de estos grupos hay de todo: hombres, mujeres, niños y hasta bebés. Los niños a veces viajan solos, sin dinero, sin comida, sólo con la ropa a sus espaldas. Quizás el caso más famoso en esta ocasión sea el de Mario –excluyo su apellido por ser menor–, quien tiene 12 años, viaja sin compañía y dice que se unió a la caravana porque en Honduras no se puede sobrevivir: ha tenido que abandonar la escuela para vender chicles en semáforos.

Al momento de escribir estas líneas, un contingente de la caravana ya cruzó a México. Otro espera en la frontera para ser procesado por el gobierno para así poder entrar al país.

Por eso es bueno hablar de este tema hoy, para entender tres partes fundamentales. Uno, por qué se está yendo tanta gente de Honduras. Dos, qué papel está jugando México respecto a la migración hacia Estados Unidos y tres, qué pasará con ellos si consiguen llegar a nuestro vecino del norte.

Honduras

Honduras es, con casi absoluta certeza, el país en peores condiciones de toda Centroamérica. No sólo políticas, sino sociales también. Sin entrar demasiado a su pasado turbulento, hablemos un poco de los últimos 10 años, en particular desde que Manuel Zelaya, electo presidente en 2006, fue depuesto en un golpe de Estado apoyado por Estados Unidos en 2009. Tras el golpe, Honduras cayó en una crisis política, y hoy es gobernada por Juan Orlando Hernández, quien fue reelecto a finales del año pasado en una votación que la Unión Europea y la OEA, la Organización de Estados Americanos, consideraron fraudulenta. ¿El primero en reconocer el resultado? Ding, ding, ding, Estados Unidos, quien apoyó el golpe hace una década.

Hernández ha sido un pésimo presidente; y no lo digo yo, lo dicen los números: bajo su gobierno la tasa de homicidios ha aumentado, y es la segunda a nivel mundial sólo detrás de El Salvador –para ponerlo en perspectiva: México oscila alrededor del lugar 20 dentro de los países más violentos del mundo–. Bajo su gobierno se ha asesinado a diversos activistas, como Berta Cáceres, defensora del medio ambiente. También se le ha acusado a su circulo cercano de tener vínculos con el narcotráfico.

Y, por si fuera, poco, Honduras es un país sumamente desigual, más incluso que el nuestro. Es un país muy pobre, donde casi el 70% de la población vive debajo de la línea de pobreza. Esto mientras los políticos se enriquecen.

En pocas palabras: es un país donde si no te matan, te mueres. Es un país donde sólo unos cuantos tienen algún tipo de futuro promisorio, y del que si se puede escapar, se escapa.

Caravana migrante

Foto: John Moore/Getty Images

México

México ha recibido oleadas de migrantes en los últimos tiempos. Recordarás, querido sopilector, cuando hace un par de años un nutrido grupo de migrantes haitianos llegó al país para intentar cruzar a Estados Unidos y se quedó varado en Tijuana.

Conforme aumenten la pobreza y la desigualdad en el mundo, México se irá convirtiendo más y más en un país de tránsito para quien piensa que en Estados Unidos –incluso con Donald Trump como presidente– la vida puede ser mejor.

Nuestro país tiene un largo historial de aceptar refugiados –ver, por ejemplo, la Guerra Civil española– pero también de xenofobia –ver, por ejemplo, la matanza de chinos en Torreón a principios del siglo XX–; al mismo tiempo, México ha sido de los principales expulsores de migrantes. El cálculo varía, pero al menos 10 millones de connacionales han cruzado a Estados Unidos como indocumentados en búsqueda de alguna oportunidad.

Tenemos, entonces, una complicada relación con el tema. Y, desde la llegada de Donald Trump al poder, se ha complicado aún más. ¿Por qué? Porque Trump fue electo por una base de votantes abiertamente racista, que no quiere migrantes en sus tierras. El discurso del hoy presidente se basó, entre otras cosas, en la construcción de un muro.

Y México, que hasta hoy no sabe cómo lidiar bien con el presidente estadounidense, ha hecho todo lo que se la ha pedido. (Incluso desde antes: Barack Obama también deportaba migrantes a diestra y siniestra, pero en ese entonces no parecía importarle a nadie) México, hoy, es para efectos prácticos el muro de Estados Unidos. Nuestro Instituto Nacional de Migración y nuestra Policía Federal han hecho que nosotros deportemos a más migrantes de los que deporta Estados Unidos, al menos en los últimos tres años. México, para mantener una relación con Estados Unidos en la que no lo golpeen tan duro, ha decidido hacer su trabajo sucio sin preguntar demasiado.

Y, pues, por decirlo amablemente, eso habla muy mal del país en el que vivimos.

Estados Unidos

En Estados Unidos hay elecciones en poco más de dos semanas, en las que se renovará la mayor parte de su Congreso: toda la cámara de representantes (diputados) y un tercio de la de senadores. El control de la política estadounidense depende del resultado del 6 de noviembre. De vencer los demócratas y recuperar la cámara de representantes, Trump tendría muchos más problemas de los que ya tiene para gobernar e incluso podría enfrentar un juicio político. De ganar los republicanos, las cosas se mantendrían como están.

Para Trump y sus aliados es crucial ganar estas elecciones, y, en un país que se ha polarizado en las últimas décadas, el discurso para atraer votantes es cada vez más extremo. Por ello Trump y compañía hablan constantemente de los migrantes como si fueran criminales, incluso animales. Sólo así atraen votantes –y, hay que decirlo, lo dicen también porque lo creen, no sólo es estrategia política– y ganan elecciones. La retórica y la acción se han radicalizado y los primeros en sufrirlo son quienes cruzan la frontera a Estados Unidos para pedir asilo. A los niños se les separa de los padres al ser detenidos; en muchos casos no los vuelven a ver. Se les detiene en condiciones infrahumanas durante meses, y se les expulsa de regreso a los países de los que huyen. En algunos casos, estos migrantes se han ido por amenazas expresas en su contra. Al enviarlos a sus países de origen el gobierno estadounidense los envía a una muerte segura.

Pero a los estadounidenses eso no les importa, porque, para efectos prácticos, tienen un letrero de «¡Largo!» en la puerta.

Caravana migrante
Foto: John Moore/Getty Images

¿O sea?

En resumen: miles de personas huyen de Honduras y el resto de Centroamérica cada año por, en el mejor de los casos, falta de oportunidades. En el peor, por miedo a morir. Y Estados Unidos está haciendo todo lo posible porque no entren a su país, porque ha pasado de ser un lugar que al ser fundado se definía como un bastión de migrantes, como la tierra donde cumplir tu sueño. Ahora sólo quiere cerrar sus fronteras porque le tiene miedo a quienes son distintos.

Y México a la mitad de todo.

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Esteban Illades

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