Por Esteban Illades

El jueves pasado la Fiscalía General de Veracruz publicó un comunicado como si se tratara de cualquier otra cosa. Así como habla de decomisos de armas, de detenciones a narcomenudistas y de asistencia de sus fiscales y funcionarios a eventos del ramo, publicó que había encontrado al menos 166 cráneos en una fosa clandestina que existe desde hace dos años.

La noticia, como aquella de principios de año sobre 33 cráneos encontrados en una fosa en Nayarit, no causó mayor indignación en México. Tampoco en la prensa internacional: si bien fue reportada en periódicos y medios alrededor del mundo, fue presentada como una consecuencia más de nuestra violencia rutinaria. 10, 20, 30, hasta 200 cráneos sin generar, en el mejor de los casos, algún tipo de empatía. Sin generar reacción, punto.

Estamos hablando de cráneos humanos. De cabezas que fueron separadas de sus cuerpos. También de pertenencias de los muertos, de sus cosas. De detalles que podrían ayudar a identificar víctimas. De pedazos de seres. De restos de menores de edad. De humanos. De víctimas. De personas.

Nada de esto fue suficiente. Ni el hecho de que los grupos de familiares de desaparecidos denunciaran que las autoridades no dieron notificación previa de haber encontrado estas fosas, que fueron directamente con los medios de comunicación a difundir antes de incluso dar oportunidad de intentar identificar los cadáveres. Ni eso nos movió, que a las víctimas se les ignorara. Para el viernes ya se hablaba de otra cosa. De alguna propuesta de nombramiento gubernamental, de algún asunto vinculado con el gobierno federal. De algo administrativo. De lo que fuera menos de eso.

Tampoco nos movió que en ese mismo post de Facebook –porque las autoridades ya utilizan las redes sociales, las mismas donde uno puede construir granjas, tomar tests de personalidad, jugar cualquier cosa, como medio de comunicación– la mayoría de los comentarios fueran preguntas sobre cómo averiguar nombres de los desaparecidos o cómo entregar muestras para ver si había una identificación positiva. Ni eso.

Desapariciones forzadas
Foto: Hector Vivas/LatinContent/Getty Images

Porque en México 166 cráneos no son noticia. Son una cifra, nada más. Son parte de una guerra que nos tiene hastiados, porque está ahí y no se va, y porque, para quien no la vive en su día a día, no significa nada. Por eso le podemos dar vuelta a la página de manera tan sencilla. 166 cráneos no son 166 personas para nosotros. Si acaso son, en el imaginario colectivo, 166 delincuentes, que no personas, que acabaron en una fosa común y clandestina porque con toda seguridad hicieron algo indebido, pues éste es el país donde la gente “se lo busca”. Sea por la minifalda corta, por caminar por donde no debe, pero al fin lo que le pasa, violencia, tortura, muerte, es responsabilidad sólo de él o ella. No nos indigna porque no lo entendemos. No nos indigna porque lo podemos meter en un cajón conceptual: lo etiquetamos de tal manera que evitamos cualquier tipo de sentimiento empático.

Y esto va a continuar. Los cráneos, por una parte. Porque no sabemos ni sabremos bien a bien cuántos hoyos hay en este país, ni cuántos cuerpos los ocupan. Pero porque la violencia no sólo no disminuye, sino que aumenta y lo seguirá haciendo; según los expertos no habrá ninguna reducción significativa en los próximos seis años por el puro impulso que tiene la tasa de homicidios en México: no hay fuerza humana que los detenga al corto plazo.

Foto: Miguel Tovar/LatinContent/Getty Images

También se mantendrá nuestra falta de indignación, incluso aumentará. Si 33 cráneos no nos hicieron mella hace ocho meses, si 166 osamentas no generaron más que indiferencia colectiva la semana pasada, no hay nada que haga pensar que cuando se desentierre una escena aún más macabra exista algún tipo de reacción mayor a un comentario crítico en nuestra red social de preferencia, y eso si bien nos va.

166 cráneos, 166 personas que vivieron algo indescriptible. 166 humanos por los cuales no nos tomaremos un solo segundo para pensar cómo es que acabaron así y cómo se pudo haber evitado porque son 166 seres que no nos importan.

Ni con el gobierno mejor preparado del mundo es posible salir de esta crisis si no empezamos por entender que esto nos concierne a todos en este país. No se trata de ser cursi o sensiblero. Se trata de entender que México se ha convertido en un infierno para muchos y lo menos que podemos hacer es pensar en qué ocurre hoy en día aquí. Porque lo más cómodo es ignorarlo, cambiar a otra cosa una vez que termine este texto. Pero mientras nos encerramos en nuestra autocomplacencia, ahí afuera se están matando sin tregua alguna.

Y esto pasa aquí. Hoy. En México. En nuestro país.

Tantita madre.

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Esteban Illades

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