Por Guillermo Núñez Jáuregui

Ya no es extraño encontrarnos con relatos navideños que se desenvuelven en géneros populares de todo tipo: aunque los buenos sentimientos prosperan, sin fricciones ni problemas, en la comedia romántica, también hay relatos navideños en filmes de acción (como ocurre, famosamente, en Duro de matar, de 1988, y muchas de las otras películas escritas por Shane Black) y de ciencia ficción (hay un inquietante especial navideño de Black Mirror, “White Christmas”, que se transmitió a finales de 2014, pero también está la melosa Milagro en la calle 8, de 1987). Dada su cercanía con las fantasmagorías, tal vez sea en el horror, el terror y el relato extraño donde cierta tradición navideña ha encontrado su auténtica morada. Ya sea filtrado por fantasías infantiles (como en Pesadilla antes de navidad, de 1993), por slashers de pacotilla (como Black Christmas de 1974) o por horror fácil de consumir (como Krampus de 2015), el relato navideño de horror ha llegado al espectador contemporáneo por distintas vías de la industria del entretenimiento. No debe sorprendernos: fue también en el cuento de gacetilla -pensado para las grandes masas- donde el encuentro entre un “relato de fantasmas” tradicional se casaba para siempre con el cuento navideño.

El autor más famoso en este popular género fue Charles Dickens, quien escribió varios relatos de navidad pensados para que fueran éxitos comerciales: la idea era que los libros y gacetillas que incluían sus cuentos se leyeran en épocas navideñas, cuando la gente tenía tiempo para acercarse a una chimenea, dispuestos a leer. Fue así como llegó al público su archiconocida novela breve Canción de navidad (1843), en la que un hombre avaro (Ebenezer Scrooge) es visitado por los fantasmas de las navidades del pasado, del presente y del futuro. El relato, cuyo impacto sigue vigente (incluyendo adaptaciones a todo tipo de medios), fue también un éxito inmediato en la vida de Dickens (quien hizo varias lecturas en público de la novela, para beneficiencia). Pero no es el único relato que Dickens le dedicó a la navidad: escribió otros cuatro (todos han sido incluidos en varias antologías, incluyendo la editada por Penguin), de los que vale destacar El hombre encantado, de 1848. Este cuento tiene como protagonista al profesor Redlaw, un solitario químico aquejado por un rencor profundo. Como ocurre con Scrooge, Redlaw es visitado por un fantasma (un doble siniestro) que le ofrece un pacto que, como es de esperarse, resulta en una lección moral. El cuento también ha sido incluido en varias antologías de horror.

Es en antologías de ese tipo donde me he encontrado, también, con el eco de Dickens en otros autores. En su relato breve Christmas Meeting (o “Encuentro de Navidad”, de 1952), Rosemary Timperley rápidamente hace un uso provechoso de los elementos establecidos firmemente en esta tradición anglosajona (Timperley, como Dickens, fue británica): una navidad en solitario, almas bondadosas, gente que trabaja demasiado y que merece un descanso, y, claro, el evento sobrenatural. Este cuento puede leerse en la antología Ghost Stories preparada por Roald Dahl, pero también encontrarse sin problema en línea.

Aunque no soy un experto en el relato de fantasmas navideños, hasta ahora mi cuento favorito de este tipo es “Thurlow’s Christmas Story” (o “El cuento navideño de Thurlow”), del neoyorquino John Kendrick Bangs (1862-1922). En él, antes que el espíritu benigno, piadoso y cristiano que supuestamente prospera en estas fechas, lo que se desenmascara es la presión que impone el cierre de año para quienes viven de publicar (y,por extensión, para los miembros del cognitariado). En ese sentido, el relato está firmemente entrelazado a la tradición histórica, material, del cuento navideño como lo ideó Dickens: pensado específicamente para publicarse en épocas en las que, supuestamente, la gente se recogerá para descansar, leer y reflexionar sobre el año que concluye, el cuento debe aparecer en fechas y formatos específicos (las temibles “fechas de cierre”).

Por supuesto, el relato de Bangs vuelve a los tópicos más “navideños”: un hombre es visitado por un demonio (y como en El hombre encantado de Dickens y en el cuento de Timperley, ese demonio es un doble siniestro, la versión oscura del protagonista), cosa que le impide hacer su trabajo (entregarle un cuento de navidad a su editor, a pesar de que la tarea se le había encomendado… ¡desde agosto!); pero también es visitado por un curioso benefactor (un ángel en forma de lector experto que le presenta a Thurlow un trato difícil de rechazar). Como sea, Bangs logra varios efectos metaliterarios que subrayan la naturaleza auténtica del relato de navidad: se trata, después de todo, de un producto ideado para ser consumido por las masas. Vamos, como el regalo de temporada. El cuento, que puede encontrarse en la antología American Fantastic Tales, de 2009, fue publicado originalmente un 15 de diciembre de 1894, en Harper’s Weekly. Justo a tiempo, supongo, para el aguinaldo de Bangs.

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Guillermo Núñez Jáuregui es filósofo y escritor. Es jefe de redacción en Caín y colaborador en La Tempestad.

Twitter: @guillermoinj

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