Allá por el año de 1975, unos meses antes de morir, Paolo Pasolini, uno de los más grandes directores y escritores italianos del XX, publicaba una carta en el Corriere, el pequeño artículo se titulaba “La desaparición de las luciérnagas“.

Hablaba Pasolini de la continuación del fascismo en Italia después de la guerra: “En ese mundo los “valores” que contaban eran los mismos que para el fascismo: la Iglesia, la patria, la familia, la obediencia, la disciplina, el orden, el ahorro, la moralidad“… pero incluso esa continuación matizada del fascismo cambiaría para dar paso a una sociedad diferente. Pasolini dibujó el antes y el después de una sociedad con una metáfora hermosa:

“A inicios de los años ‘60, a causa de la contaminación del aire y, sobre todo, en el campo, a causa de la contaminación del agua (los ríos azules y los arroyos transparentes) han empezado a desaparecer las luciérnagas. El fenómeno ha sido rápido y fulminante. Después de unos pocos años, las luciérnagas ya no estaban más. (Son ahora un recuerdo, bastante desgarrador, del pasado: y un hombre mayor, que tenga ese recuerdo, no se puede reconocer en los nuevos jóvenes a sí mismo joven, y por lo tanto, no puede proferir aquellas lindas quejas de añoranza de otros tiempos). A ese “algo” que ha sucedido hace una decena de años lo llamaré entonces “la desaparición de las luciérnagas”

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Izquierda: Pascale-Martine Tayou, She, 2007; derecha: Anna Maria Maiolino, Entrevidas, 1981-2000.

Pasolini decía que para entender a alguien hay que amarlo, como él amaba al pueblo italiano en quien había visto con sus propios ojos “la acción coercitiva del poder del consumo transformar y deformar la conciencia del pueblo italiano, hasta una degradación irreversible“.

Así, para el italiano, hablar de la muerte de las luciérnagas era una forma de decir que antes de que acabara la década de los sesenta, un cambio se gestaba en Europa y ese cambio era terrible.

El artículo se convertiría en un referente de las generaciones venideras sobre cómo Europa ya sucumbía ciega ante el vacío del consumo ignorando la desaparición de las luciérnagas. 

El título del texto de Pasolini bautiza a una peculiar exhibición montada en Aviñón, Francia y que expone cientos de piezas del mejor arte dentro de una vieja cárcel.

Markus Schinwald, Ivy, 2008.
Markus Schinwald, Ivy, 2008.

La disparition des lucioles (La desaparición de las luciérnagas), es una exhibición de arte clásico y contemporáneo que lo franceses podrán ver todo este año.

Un lugar definitivamente extraño para una exposición; ubicada en la ciudad de Aviñón, la vieja cárcel (cerrada hace una década) fue construida a finales del siglo VXIII y no ha sido modificada para albergar las casi 250 obras expuestas de artistas como Ai Weiwei, Francis Alÿs, Mirosław Bałka, Louise Bourgeois, Jean Genet y muchos más. 

Piezas de la colección Lambert, de colecciones privadas e instalaciones de artistas contemporáneos ocupan las celdas de la prisión que no fueron remodeladas de ninguna manera. Las paredes son el más elocuente testigo del pasado del edificio.

El tono (más melancólico que furioso) del texto de Passolini, emana también de las obras de la exhibición que dialogan desde luego con las ideas del italiano, toda vez que evocan el dolor de la soledad y la pérdida y el distanciamiento entre las ideas muchas generaciones pero también la inevitable presencia de la innovación artística.

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Izquierda: Kiki Smith, Girl with Globe, 1998, instalación; derecha: Douglas Gordon, Guilty…(Tatoo for reflexion), 1997.

La crítica ha dicho que “Exhibidas dentro de sus celdas, cada trabajo de arte se convierte entonces en una luciérnaga, un elemento poético de suave y luminosa resistencia, ofreciendo a los espectadores la posibilidad de vivir un campo de experimentalidad nueva“.

La exposición entonces le da un nuevo significado al papel del edificio (antes cárcel, ahora galería improvisada): un lugar hecho para el control y reinserción de aquellos que no actúan de acuerdo a un orden de convivencia establecido.

Qué orden vivimos, qué orden respetamos, es lo que Passolini se preguntaba en aquel artículo. Al final, el italiano auguraba con tristeza el advenimiento de la sociedad de consumo, la tele sociedad, la muy mentada posmodernidad.

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Izquierda: Roger Ballen, Sickroom, Recluse, Animal Abstraction, 2002; derecha: Miroslaw Balka, 200 x 100 x 200, 2012.

Cuando hablamos de la sociedad al finalizar la segunda guerra mundial, acaso el golpe que terminó por cambiarle definitivamente el rostro al planeta, la discusión sobre la libertad, la relación del hombre con el mercado y el Estado, la forma en que la globalización impactó en la forma en que veíamos al mundo, toman un giro bastante complicado. Las obras exhibidas son un claro ejemplo de estas discusiones de las que Passolini ya advertía, con tristeza, que se volverían urgentes.

Si bien, muchos no tendremos la oportunidad de visitar la exhibición, sí es interesante pensar en cómo las instalaciones de este tipo pueden cambiar el significado de un lugar y convertirse en actos de resignificación del pasado: al fin, las luciérnagas se han ido y no queda más que pensar cómo es que permitimos que eso ocurriera.

@plumasatomicas

***Vía Domus

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