Por Diego Castañeda

Dentro del fenómeno reciente de la desigualdad en el mundo, uno de los factores que explican una parte del incremento (y que es muy distinto a lo que se observaba en otros periodos de la historia) es el auge de las “superestrellas”, ya sean grandes administradores de fondos de inversión, CEOs de empresas, estrellas del mundo del entretenimiento o del deporte, los enormes salarios que obtienen las superestrellas los hacen parte del famoso 1 por ciento global.

Sin discutir sobre el mérito de estos salarios y si realmente son justificados o no, lo cierto es que lo que se suele percibir como talento extraordinario para ciertas cosas es muy bien recompensado, incluso cuando es muy difícil medir si ese talento es de verdad (como es el caso de las empresas y los fondos de inversión donde es imposible observar de forma objetiva si los resultados que se obtienen son producto de alguien o no)

Este domingo, con la edición 52 del Super Bowl, tenemos una buena oportunidad para reflexionar sobre un lado no siempre muy discutido del deporte: la desigualdad al interior de los equipos y cómo se comparan con el resto de la sociedad. Si usamos la medida más común de concentración del ingreso para estimar la desigualdad, el coeficiente de Gini (un valor de 0 siendo igualdad perfecta y un valor de 1 desigualdad absoluta), nos encontramos con que las Águilas de Filadelfia tienen un Gini de 0.646  y los Patriotas de Nueva Inglaterra de 0.630, ambos indicadores de una muy alta concentración.

En las Águilas el ingreso más alto esta temporada es de 17 millones de dólares y el más bajo de 3000 dólares, en Nueva Inglaterra de 22 millones y 600 dólares respectivamente. Para poner esto en perspectiva, una persona que en Estados Unidos ingresa alrededor de 400 mil dólares está ya en el 1 por ciento más alto de ingresos, mientras que una persona en el 50 por ciento más pobre gana alrededor de 25 mil dólares por año.

Tom Brady
Foto: Elsa/Getty Images

En el caso de la NFL es posible que a pesar de tener una enorme desigualdad en la distribución salarial al interior de los equipos sea la liga deportiva con menos desigualdades. ¿Por qué? Por la existencia de los topes salariales. Mientras en otros deportes como el fútbol o el béisbol, donde las grandes superestrellas pueden obtener contratos que no tienen restricciones, en la NFL el tope salarial pone una restricción que limita qué tanto pueden crecer los salarios de las grandes estrellas.

Este tipo de restricciones cada vez se están viendo más en otros ámbitos, por ejemplo, en distintos gobiernos en el mundo cada vez se discute más la idea de adoptar reglas como la famosa regla 1:12 que pone un techo a los salarios más grandes: el salario más grande de una persona no puede ser más de 12 veces el de la persona con el ingreso más bajo. En empresas, sobre todo en Japón y en algunos países europeos, este tipo de reglas también existen bajo el espíritu de tener organizaciones más homogéneas.

En la NFL lo que les preocupa es la distribución del talento, que ningún equipo pueda a fuerza de billetazos adquirir a los mejores jugadores. Es una regla que busca producir un piso parejo para competir y es algo que casi universalmente se le reconoce a la NFL como parte de su éxito al asegurar la suficiente distribución de talento para que sea una liga competitiva. De la misma forma que encontramos esa “igualdad” en la distribución de talento deseable y saludable, deberíamos desear una mejor distribución de ingresos y riqueza en la sociedad y, para el mismo fin, que las personas tengan un piso parejo para competir.

Este domingo mientras vemos el partido, observamos incontables comerciales, consumimos guacamole, cervezas y botanas en velados atentos a nuestra salud, también es una oportunidad para reflexionar sobre qué nos dice del mundo que vivimos, en el que una estrella del deporte menos desigual gane 880 veces lo que una persona del 50 por ciento de menos ingresos gana. También es una oportunidad para pensar sobre por qué en el deporte encontramos en la igualdad un valor sumamente deseable y no llevamos ese ideal a demandas concretas en la sociedad. Si la igualdad de condiciones es la base en la que se puede construir un buen juego de cualquier deporte, también la igualdad de oportunidades en la sociedad es la base en la que se puede construir una sociedad que funcione mejor.

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Diego Castañeda es economista por la University of London.

Twitter: @diegocastaneda

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