Por Cecilia Galli Guevara

Crecí en un edificio al que llegué cuando yo tenía cinco años y él 85. Pasé días y noches imaginando los secretos que guardaría. Quién habría jugado antes que yo en el largo pasillo que aún me aterra cuando está oscuro. Qué pisadas habrían pulido los tablones de madera sobre los que me tiraba a dibujar. Una vez escuché que la hija de la familia que había vivido ahí antes que nosotros había intentado suicidarse, pero que no lo había logrado sino hasta meses más tarde en las vías del tren. Y mi padre me enseñó que ninguna esquina de ningún ambiente de la casa tenía los cuatro ángulos del techo iguales: una cábala de los constructores italianos que creían que de esa manera ahuyentaban a la mala suerte.

En ese departamento se aparece el fantasma de una joven que, según asegura mi padre con total naturalidad, suele sentarse en un banco cerca de la puerta de entrada. Ahí durante noches largas oí los gritos provenientes de la comisaría cercana durante la dictadura, hice bromas por teléfono a viejitas iracundas y grité con toda mi familia mientras el antiguo elevador caía en picada para frenar centímetros antes de la muerte.

Desde que habité en el interior de ese enorme edificio siempre me pregunté cuáles serían las historias de las que habían sido testigos las paredes que me rodeaban. En el patio de una casa chorizo imaginé inmigrantes que hablaban lenguas secretas, escenas de amor, juegos, llantos, preocupaciones. En un loft construido en lo que había sido una fábrica soñé con EL MAL mientras mi perro aullaba dormido.

Creo que las casas guardan la energía de quienes las habitaron y elegí el lugar donde vivo ahora apenas crucé la puerta de entrada y antes de saber cuántos dormitorios tenía. Le dije a la mujer de la inmobiliaria “Es ésta. Ésta es mi casa” e ignoré sus pedidos de que miráramos los baños y estudiáramos cada rincón. Al momento de mudarnos, yo no sabía si la casa tenía clósets o si tendríamos que acomodar la ropa en cajas. Pero no me importaba, porque había sentido su energía liviana como una brisa.

Construimos los edificios para las personas y ellos permanecen aún después de que nos hayamos ido. Dependen de nosotros en el sentido de que somos quienes los inventamos y creamos, quienes los cuidamos, pero nos sobreviven. Siguen estando cuando nosotros ya nos fuimos y, sin embargo, no serían nada sin las personas que los habitan.

En Edifício Master (2002) Eduardo Coutinho nos sumerge de cabeza en la vida que transcurre dentro de un enorme edificio de departamentos ubicado en Copacabana, Río de Janeiro, a una cuadra de la playa. Y nos presenta al protagonista de su documental, la mole que alberga a medio millar de habitantes, de una forma poco convencional. Por ejemplo, nunca nos muestra el edificio por fuera. La única imagen que tenemos del exterior es de la puerta de acceso, pero desde el interior, a través de una cámara de seguridad, por lo que, en vez de ver el frente, vemos la calle. No sabemos cómo es su fachada ni la cuadra en la que se erige y si camináramos por Copacabana no seríamos capaces de reconocerlo. Tampoco nos muestra la playa, a metros del lugar. Ni nos endulza los oídos con bossa nova ni samba. En vez, nos pone frente a frente con la vida que lo habita a partir de las historias de treinta y siete de sus moradores, las personas que llenan y completan los espacios que el edificio alberga, las personas que le dan vida.

Un edificio en Copacabana. A una cuadra de la playa. 276 apartamentos, unos 500 moradores. Doce pisos, veintitrés apartamentos por piso. Alquilamos un apartamento por un mes. Con tres equipos, filmamos la vida del lugar durante una semana.

Esas palabras, que el director pronuncia en off, constituyen la única introducción, la única preparación que nos da antes de llevarnos en un viaje formado por las entrevistas a los ocupantes del Edificio Master que compartirán sus tristezas, sus alegrías y sus anhelos con una intimidad que pareciera provocada por el saberse anónimos en medio de la multitud urbana que los rodea.   

El filme nos muestra a parejas, a personas aisladas, a una poeta neurótica que no se anima a mirar al director a los ojos, a un actor consagrado preocupado por sus vecinos, a un grupo de músicos que intentan ganarse la vida, a una prostituta casi niña, a un futbolista retirado, a un hombre que recuerda la noche en la que conoció a Frank Sinatra, al encargado del edificio que revive el abandono de un bebé como si fuera el propio, y a muchos otros personajes, muchos otros rostros del edificio carioca.

También nos muestra un sinnúmero de puertas idénticas que se alinean en pasillos oscuros, las arterias de la mole por las que el equipo de filmación transita amontonado entre una y otra conversación con un vecino. Y nos da la impresión de que no existe un “afuera”.

 

Las preguntas de Coutinho son punzantes, como si el director no sintiera compasión por sus entrevistados. Pero sospecho que esta aparente frialdad es un arma, un mecanismo para lograr que los personajes se desnuden y respondan, lo que a su vez provoca ternura en el espectador. Nos encontramos frente a los personajes entrañables que constituyen el entramado de una enorme urbe que aunque, es Río de Janeiro, podría ser cualquier gran ciudad del planeta.

Al igual que sucede con la fachada del edificio, no vemos más ambientes que los lugares donde hablan los habitantes. Su palabra constituye la acción, y nos queda a nosotros completar los lugares que no vemos y decidir qué sentimos por esas personas y sus historias, que da lo mismo que sean reales o imaginadas, temidas o deseadas, porque son las historias que nos igualan, que son espejo de la humanidad.

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Edifício Master (Brasil, 2002)

Director: Eduardo Coutinho

Proyecciones Ambulante 2017

  • Profética. Casa de la Lectura
    3 Sur no. 701, col. Centro, Puebla | 29 abril, 9:00 PM
  • Centro Cultural Clavijero
    Nigromante 79, col. Centro Histórico, Morelia  | 02 mayo, 3:00 PM

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Cecilia Galli (Buenos Aires, 1975) es autora de los libros Superhéroes (Cara de Cuis editora, 2009) y Karaoke kiss (Textos de Cartón, 2010).

Twitter: @manzanitatomika

Fotos: YouTube

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