Por Miguel Cane

Después de muchos años de pre-producción fallida, arbitrarios cambios de director — todo mundo en algún punto estuvo conectado al proyecto, desde Joss Whedon (el de Buffy) hasta Sofia Coppola herself— y una constante y obtusa reticencia por parte de su mismo estudio (el infame Joel Silver dijo en 2008 que “Warner Bros. no (iba) a producir películas protagonizadas por mujeres porque no son negocio”), por fin la versión cinematográfica del cómic creado en 1941 por William Moulton Marston, La Mujer Maravilla, llega a las pantallas, precedida por una tremenda presión y expectación… y el resultado, si bien no es exactamente una maravilla, no es nada menos que sorprendente.

Donde el universo fílmico DC lleva años padeciendo —su única franquicia de éxito es Batman y la trilogía de Nolan se debe considerar estrictamente como una anomalía en el género de la película de superhéroes—, ante el éxito supino de Marvel con crítica y taquilla, aquí parece haber encontrado su redención en el lugar más inesperado. El personaje tradicionalmente ninguneado por fanboys y creativos (“¡es que es para niñas!”) da pie a la cinta que puede salvar de más vergüenzas al estudio y esto en parte se debe a un factor muy importante: el radiante carisma de la actriz (porque, oye, sí, sí que es actriz y no sólo una cara bonita) israelí Gal Gadot, que en su interpretación de Diana, princesa de las Amazonas, evoca la presencia fílmica de grandes estrellas de antaño — nombres como Sofía Loren, Brigitte Bardot, Raquel Welch, Claudia Cardinale o la mismísima Liz Taylor saltan a la memoria—, que conseguían levantar y llevar sobre sus hombros el peso entero de una película y no era cosa fácil. Quizá no sea una intérprete del calibre de Meryl Streep —pero siendo honestos, ni sus hijas bienamadas, fruto de sus entrañas, lo son — o Nicole Kidman, pero definitivamente, Ms. Gadot tiene madera de estrella de cine y esto es uno de los aciertos sorpresa de la película.

El otro acierto es que Patty Jenkins lleve el timón de la cinta y que haya conseguido esquivar la intervención del inepto Zack Snyder —responsable en su arrogancia del espectacular fracaso que fue Batman vs. Superman, donde el único punto de interés fue la introducción del personaje de la Mujer Maravilla, básicamente— para demostrar que una directora mujer (énfasis en cualquiera de los dos términos) cuyo único otro crédito fue la notable cinta indie sobre Aileen Wuornos Monster, que llevó a Charlize Theron a ganar un Oscar en 2003, puede tomar un proyecto de 150 millones de dólares y llevarlo a buen puerto.

¿Qué es lo que funciona aquí? Que Wonder Woman se aparta del esquema “dark & gritty” que habían tratado de imprimir al universo DC en cine, con tan pésimos resultados en Man of Steel y la anteriormente citada cinta de Batfleck; la esencia del personaje, que es básicamente alguien que transmite un mensaje de amor, valor y compasión, está prácticamente intacta y el guión es relativamente fiel a lo que la tradición dicta. Así es como, en lo que en realidad es un flashback extendido, se conoce la infancia de Diana en la paradisíaca isla donde habitan las amazonas, una raza de mujeres divinas que existen como guardianas de la paz, la armonía y la compasión, aun si son entrenadas para ser las mejores guerreras. Destaca la presencia de Connie Nielsen y Robin Wright como las dos cabezas de la sociedad de la isla; Hipólita, reina de las amazonas —hubiera sido más interesante saber un poco más de ella— y su hermana Antíope, la general de la armada y la más hábil de las guerreras, que toma como una misión personal entrenar a Diana para ser la mejor de las amazonas, si bien su madre tiene razones para desear apartarla de esto. La llegada intempestiva a la isla de Themiscyra del Capitán Steve Trevor (Chris Pine) cambiará drásticamente la vida de la princesa y del mundo entero.

Realizada con elegancia y humor, la película funciona en muchos niveles: como cinta de aventuras —no aburre y, de hecho, resulta interesante su propuesta del concepto Fish-out-of-water, que no suele ser tratado con sutileza—; como mensaje anti-bélico, como una cinta de enfoque feminista, como comedia romántica (la química entre Pine y Gadot recuerda, sin exagerar, el atractivo humor aparente entre Cary Grant y Katharine Hepburn en comedias clásicas como Historias de Filadelfia o Vivir para gozar) y, naturalmente, como película de acción. Quizá algunos de sus problemas, que los tiene, residen en el intento de complacer varios frentes: los fans del cómic, los fans de DC, las niñas y adolescentes, las familias, los adultos, los gays, las feministas, los chavitos estadounidenses, etcétera, y por lo mismo muchas veces estas cintas se tambalean y tienen crisis de identidad. Éste no es el caso (la película se sostiene bien); sin embargo, el desarrollo argumental se lleva algunos reveses (aunque las sorpresas sí funcionan) y en el ámbito de los adversarios, habría sido más satisfactorio ver más de la Doctora Isabel Maru, alias Doctor Poison (Elena Anaya), que sirve más como un pretexto que como una enemiga — aunque para los muy fans del personaje, resultará de apreciar que se tomaran la molestia de rescatar del olvido a la primera enemiga que cronológicamente tuvo la heroína—y Danny Huston está medio caricaturesco como el villanazo militar.

Mucha gente tenía dudas sobre la película de Wonder Woman y el que escribe, que ha sido devoto del personaje desde la época de la serie mítica de TV con Lynda Carter, puede asegurarles que no hay por qué tener dudas. La cinta entretiene, emociona, sorprende y se disfruta. En suma, si bien no es la mejor película de superhéroes jamás hecha, sí está a la altura del Superman de Richard Donner (1978) y el Batman de Tim Burton (1989), para ocupar honrosamente su sitio como la primera gran mujer de cualquier universo de superhéroes, y como una figura icónica venerada con justa razón, sin perder de vista su propósito: la Mujer Maravilla existe no sólo para enfrentar villanos, también existe para enseñarnos que el corazón es el arma más poderosa de todas.

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Miguel Cane es narrador, periodista cinematográfico, crítico y dramaturgo –desde hace 20 años vive de escribir y no se explica todavía cómo le hace. Es autor de las novelas Todas las fiestas de mañana y Corazón caníbal y las obras Somos eternos, Laura Dieste y Almas perdidas. También del inclasificable Pequeño Diccionario de Cinema para Mitómanos Amateurs. Tiene un gato llamado Llewyn y su película favorita es El bebé de Rosemary (Polanski, 1968).

Twitter: @aliascane

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