Por Miguel Cane

La muerte del director estadounidense Jonathan Demme, a los 73 años de edad, cierra un capítulo en la historia del cine internacional; rebelde con causa, educado junto con Joe Dante, John Sayles y Curtis Hanson en la New World Pictures, más conocida como el establo de las películas de bajo presupuesto del legendario productor Roger Corman — del que se podría decir que fue el alumno más aventajado—, fue el ejemplo de un cineasta siempre independiente que logró establecerse en el mainstream de una manera profesional, pero sin descuidar un estilo muy personal de hacer cine: siempre interesado más en contar una historia que en los efectos o artificios necesarios para contarla, Demme en su vida real y ejerciendo su oficio era jovial e idiosincrásico al mismo tiempo. Siguiendo el ejemplo de Robert Altman, buscaba una conexión con sus actores, invitándolos a improvisar en algunas escenas, para encontrar interpretaciones más honestas, sin desviarse necesariamente del guión.

Otra de las pasiones de Demme era el Rock and Roll. De manera paralela a su carrera con filmes narrativos, creó una serie de fascinantes documentales musicales y películas de concierto que le valieron reconocimiento en el ámbito musical —además de que era muy afecto a incorporar músicos a sus elencos: Belinda Carlisle (vocalista de las Go-Go’s, con quien además tuvo una relación sentimental), Robyn Hitchcock, Sister Carol East, Chris Isaak, Fab Five Freddy, Rick Springfield y más; así como actores con los que formó una compañía entrañable como Obba Babatundé, Charles Napier, Anna Deavere Smith o el propio Corman, a quien dio cameos en varias de sus cintas. Ganador de un Oscar por dirigir The Silence of The Lambs, trabajó lo mismo con grandes estrellas —¿qué más grande se puede pedir que Jodie Foster, Meryl Streep, Tom Hanks o Denzel Washington?—, e hizo estrellas: Michelle Pfeiffer, Anthony Hopkins o Alec Baldwin tuvieron grandes roles con él. Feminista confeso —cosa que se advierte en la temática de muchas de sus cintas— y sensible espectador, dejó un legado brillante que juntó dos universos; el indie y el mainstream como pocos pudieron antes o después.

Foto de Dominique Charriau/Getty Images

A continuación, una selección (muy personal) de lo que posiblemente sean sus diez mejores películas, que abarcan todos los géneros, yendo de la explotación y el melodrama, a la comedia de enredos, el documental musical y el terror más intenso, todo filtrado a través de las sensibilidades de un gran, gran cineasta.

Caged Heat (1974)

Su primer largometraje: la idea de Corman era que se tratara de un quickie barato de explotación sobre muchachas rebeldes en reformatorios y Demme la convirtió en una cinta que es por partes iguales un melodrama extrapolado y por otro una observación de la angustiosa existencia penitenciaria. Como una especie de alcaide dragona, la diva de culto Barbara Steele está fabulosa (y la banda sonora, también).

The Last Embrace (1978)

Una incursión en el mundo sofisticado del cinema de espionaje; Roy Scheider (Tiburón) y un muy joven Christopher Walken son agentes clandestinos de una agencia —ostensiblemente, la CIA— que se ven involucrados en una violenta intriga; el triángulo lo cierra la trágica figura de la mujer con un secreto demoledor (la espléndida y tristemente malograda Janet Margolin, de Robó, Huyó y lo pescaron y Annie Hall), con un impresionante, considerando lo modesto del presupuesto, clímax en locación natural en las cataratas del Niágara.

Melvin & Howard (1980)

La  cinta que lo puso en el mapa: una comedia amarga basada en hechos totalmente reales, donde el excéntrico Howard Hughes (encarnado por el espectacular Jason Robards) se cruza por accidente en la vida de un estafador llamado Melvin Dummar y este accidente llevará a ambos hombres a un momento histórico tan insólito como hilarante y patético. Más que un film de culto, la primera muestra de un gran talento, con todo y nominaciones al Oscar (y una estatuilla como mejor actriz de reparto para Mary Steenburgen).

Stop Making Sense (1984)

El primer documental de Demme parece engañosamente simple: un concierto de los Talking Heads, encabezados por David Byrne, durante su apoteósica gira de 1983. Lo que el cineasta consigue va mucho más allá del concepto ya establecido — como El último vals, de Scorcese— y es una lluvia de sensaciones. Un bombardeo de música, voz e imagen. Sencillamente es inolvidable.

 

Married to the Mob (1988)

Comedia negra con repartazo de lujo: Angela DiMarco (una celestial Michelle Pfeiffer, en morena de fuego) renuncia a ser un ama de casa de Long Island y emprende la huida, cuando su marido, un sicario de poca monta, es eliminado por el capo de su propia mafia. A partir de ahí, es perseguida hasta SoHo, donde se reinventa por dos hombres que la desean y que también se someten: un jocundo agente del FBI (Matthew Modine) y el Don de marras, Tony (Dean Stockwell), que a su vez teme a su esposa, una arpía caprina obsesivamente celosa encarnada por Mercedes Ruehl, que se roba cada escena, igual que el exquisito soundtrack curado por el propio Demme.

Foto: IMDB
The Silence of the Lambs (1991)

Todo mundo ha tenido pesadillas con la imaginería de esta adaptación del inquietante (y en partes iguales fascinante y repugnante) best-seller de Thomas Harris, que eleva el pulp tradicional a niveles de ópera gótica y grand guignol. El dueto siniestro y tierno entre el doctor Lecter y Clarice Starling (nuestra Clarice, heroína de una generación) es legendario, como lo es la breve pero mortífera actuación de Ted Levine como Buffalo Bill — esa escena en la que oímos a Q. Lazzarus cantar Goodbye horses— y ese ritmo vertiginoso que llevó al director, su guionista y actores, a llevarse sendos Oscares. En el 2000, Demme hizo un poco común despliegue de principios (en mancuerna con Jodie Foster) cuando le dijeron cortésmente “Fuck you” a Dino DeLaurentiis y repudiaron hacer la vil, rastrera, ruin e indefendible Hannibal.

Philadelphia (1993)

La comunidad gay, que siempre había tenido afecto por la obra de Demme puso el proverbial grito en el cielo con la película anterior (los transexuales y homosexuales quedaban retratados peor que en Vestida para matar y Cruising juntas) y éste logró no sólo congraciarse, sino también romper algunos tabúes mientras aprovechaba los lugares comunes narrativos, y ganarle un Oscar a Tom Hanks (el que sí se merecía, porque por Forrest Gump merecía una lavativa de estómago); melodrama es, ciertamente, pero tiene algunos momentos tan brillantes que resulta emotivo sin necesidad de manipular. Nuevamente, la música es un elemento vital (Springsteen, Neil Young, Peter Gabriel) y es también la última película de la gran actriz Joanne Woodward.

The Manchurian Candidate (2004)

¿Cómo se hace un remake de una película extraordinaria de 1962? Con mucho cuidado. El resultado no es ni de lejos cercano al original, por supuesto, pero Demme establece la atmósfera idónea para criticar a la admisnitración Bush II. Por su parte, Meryl Streep recibe al fin la oportunidad de ser el monstruo, y lo hace, perlas al cuello, con una elegancia devastadora y una maldad inusitada en su canon. Su senadora Eleanor Prentice Shaw es quizá el retrato más escalofriante en una galería tan diversa como lo es la suya, mientras que Denzel Washington va en una dirección inesperada, todo bajo la mirada entusiasta de Demme.

Rachel Getting Married (2008)

¿Es un docudrama? ¿Es un psicodrama? ¿Es una película casera? No importa: Anne Hathaway es una fuerza de la naturaleza como Kym, la ex teen-model, ex reina de las portadas de revistas, y ex hija de una familia bien avenida de Connecticut, que sale de rehabilitación para asistir a la exótica boda de su hermana mayor, la Rachel del título y, de paso, a confrontar a los demonios de su pasado, entre ellos su madre (Debra Winger, en una interpretación tan incendiaria como infravalorada) para encontrar su redención en los lazos familiares que son inescapables.

 

Justin Timberlake + The Tennessee Kids (2016)

El cierre de su carrera es otro concert film, hecho en exclusiva para la plataforma Netflix: una mirada al espectacular trabajo de Timberlake, el showman más consumado de su era: un talento incansable y un sujeto tan sencillo como carismático, que presenta un espectáculo delirante, fascinante y satisfactorio. El proverbial broche de oro para un director tan ecléctico como sensible.

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Miguel Cane es narrador, periodista cinematográfico, crítico y dramaturgo –desde hace 20 años vive de escribir y no se explica todavía cómo le hace. Es autor de las novelas Todas las fiestas de mañana y Corazón caníbal y las obras Somos eternos, Laura Dieste y Almas perdidas. También del inclasificable Pequeño Diccionario de Cinema para Mitómanos Amateurs. Tiene un gato llamado Llewyn y su película favorita es El bebé de Rosemary (Polanski, 1968).

Twitter: @aliascane

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