Por Guillermo Núñez Jáuregui

A pesar de la enfática advertencia que uno de los críticos de cabecera de este espacio, Miguel Cane, nos hizo, fui a ver La momia (Alex Kurtzman, 2017). Debo decir que me llamó la atención el encono con el que se recibió a esta peliculita –recuerdo que el jueves pasado en IMDB tenía un puntaje por arriba de las siete estrellas de las diez que permite el sitio (días antes, claro, de su estreno internacional y de que se publicaran reseñas y críticas); ahora tiene un puntaje de 5.9. La reseña de usuario que ahora cobra popularidad en IMDB está titulada “Entre las peores películas taquilleras de verano que he visto”. Mientras tanto, en Rotten Tomatoes sólo tiene una estrella.

Encuentro la reacción (y su largo eco en múltiples medios masivos) interesante, pues se trata de un producto hollywoodense no muy distinto a otros. Peores películas, como las entregas recientes de la marca Rápido y furioso, han tenido mejor recepción. Mi sospecha es que ante este tipo de fenómenos inexplicables podemos parar la oreja para intentar escuchar al espíritu de nuestra época.

No quisiera repetir aquí la cantaleta de distintos medios (de cómo la, Dios santo, “franquicia” que ha estado intentando levantar Universal en torno a sus monstruos clásicos nació no-viva), pero repasaré rápidamente algunas narrativas del periodismo de entretenimiento con las que se ha intentado explicar el “fracaso” del filme (en términos estrictamente hollywoodenses, es decir, monetarios, no le ha ido mal). Que Kurtzman no estaba preparado para una película taquillera (su otro largometraje es un drama con tono independiente); que es una película de acción cuando debió ser una de monstruos (La momia de 1932, de Karl Freund, fue –como su modelo Drácula, de 1931– una película de terror); que ya no hay lugar en las carteleras para nuevos universos, pues al parecer con los de los superhéroes y las de esas guerras que ocurren en galaxias se tiene suficiente.

De estas narrativas periodísticas mi favorita (pues tiene algo de verdad) es la que culpa al protagonista de la película. Y la idea es que el protagonista no es Nick Morton, interpretado por Tom Cruise, sino el mismo Cruise. Creo que fue en Indie Wire donde llamaron a La Momia “la peor película de Tom Cruise”, lo cual tiene su gracia, pues se sugiere que este actor –o “estrella”, como quiere la jerga del espectáculo– ya está identificado plenamente con un género propio, que consiste en ver a Cruise corriendo en pantalla.


Uno olvida, de pronto, que Cruise ya tiene 55 años, pero recordarlo explica por qué en casi todas sus películas corre con desesperación o intenta salir de algún aprieto sonriendo. ¿De qué corres, Tom? ¿Y qué esconde tu carisma? Creo que no es difícil adivinarlo (en España, siete de cada diez hombres de 55 años están convencidos de que ninguna empresa volvería a contratarlos en caso de perder su trabajo). Sí, parece que el monstruo titular de la película de Kurtzman es una momia, sólo que no está envuelta en antiguos vendajes sino en cirugía plástica. Y aquí arriesgo mi tesis: La momia ha tenido tan mala recepción porque le recuerda al público la dificultad cada vez más patente de madurar o envejecer con dignidad. Finalmente, es una película que –como se acostumbra ahora en Hollywood– explota la nostalgia, en este caso por las películas de monstruos de los treinta. ¿Y qué es la nostalgia sino la savia predilecta de los niños barbudos?

Hablemos de la momia como monstruo. En la película de Freund, como el Drácula de Tod Browning, se trata de un hombre redivivo obsesionado por cumplir sus deseos eróticos. La ascendencia vampírica de la momia es conocida y en la película de Kurtzman –que tiene elementos de La joya de las siete estrellas de Bram Stoker– se subraya, cuando la bruja-momia (interpretada por Sofia Boutella) succiona con besos letales la vitalidad de sus víctimas. ¿Es la momia un vampiro de segundo orden? Me temo que así es, y encuentro por ello significativo que en su juventud (relativa, tenía 32 años) Cruise haya interpretado a uno (en La entrevista con el vampiro, si se atreven a recordarlo). Por supuesto, esto apenas funciona como una hipótesis. Tal vez el auténtico crimen de La momia no sea recordarnos que los hombres envejecen, y que hoy lo hacen mal, sino atender a un monstruo que en realidad ya no espanta (¿puede una sociedad temerle a la vejez cuando la niega?, ¿he elaborado un diagnóstico que no cura?). Los monstruos en nuestro siglo han adoptado otros rostros, para nuevas ansiedades: los alienígenas (o los “ilegales” o “terroristas”); los ciborgs y los clones (o la tecnología y su capacidad reproductiva); los asesinos seriales (de apariencia tan normal como el vecino); los zombis (o las hordas de consumidores); los monstruos colosales (los desastres ecológicos); y los obsesivos fantasmas, ideológicos o no.

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Guillermo Núñez Jáuregui es filósofo y escritor. Es jefe de redacción en Caín y colaborador en La Tempestad.

Twitter: @guillermoinj

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