Por Guillermo Núñez

Como se anunciaba desde noviembre del año pasado (y en Sopitas se le dio continuidad a la noticia hasta principios de este 2017), James Gunn se dio tiempo para darle la espalda al cine de superhéroes y volver al cine grotesco y al humor negro con The Belko Experiment (tras su paso por la compañía de películas de serie Z, Troma Entertainment, escribió una nueva versión de El amanecer de los muertos, de 2004, y más tarde dirigió y escribió Slither: la plaga, de 2006). En todo caso, el regreso fue parcial: Gunn sólo escribió la película, fue dirigida por Greg McLean (quien ha dirigido algunos slashers). Y, tengo la impresión, la película pasó sin mucha pena ni mucha gloria (¿hubo estreno en México?, ¿a alguien le importa?). Aun así, como veremos más adelante, The Belko Experiment, a pesar de ser derivativa, no carece de interés.

La trama es sencilla: una compañía somete a sus empleados a un examen sociológico extremo. Así, en un día normal en la vida corporativa, una voz acusmática informa que los empleados deben sacrificar a algún colega (de no hacerlo, a través de un artilugio más o menos sacado de la manga, quien pone las reglas se encargará de hacerlo y, encima, sacrificar a unos cuantos más). Pero la película, además, intenta hacer entretenido el descubrimiento del psicólogo Stanley Milgram (a saber, que los principios morales flaquean bajo la autoridad); hubo una película, también, que retrató los experimentos de Milgram.

Lo cierto es que este escenario ha sido reincidente en el cine, y no sólo en el reciente (ya se ha anotado en varias ocasiones que The Belko Experiment le debe mucho a Battle Royale, de 2000; creo que lo mismo debe decirse de la “franquicia” The Purge, 2013-2016). Aunque me inquieta esta debilidad del público por este tipo de narrativas, ahora filtradas por el espectáculo, lo cierto es que las premisas hobbesianas han tenido también destacadas representaciones cinematográficas: ahí está, si no, el clásico El señor de las moscas (la de 1963, de Peter Brook), que, bien vista, en realidad es una fábula sobre el enfrentamiento de las tesis de Hobbes y Rousseau; también debe señalarse, creo yo, El ángel exterminador (1962) de Buñuel. Aunque la película de Buñuel no cede del todo a fantasías violentas, sí plantea el escenario absurdo del universo cerrado (un principio material para este tipo de historias; estos “experimentos mentales” sólo funcionan dentro de un edificio clausurado, en una isla, etcétera).

Sin demorarme en la importancia que los universos cerrados han tenido en la literatura (como las novelas de internados, tipo Jakob von Gunten, u hospitales, como La montaña mágica, han probado), vale la pena señalar algo más sobre The Belko Experiment: ¿no es llamativo que, en los tiempos que corren, se haya decidido ubicar el “experimento” en el ambiente corporativo? La compañía Belko, en la realidad de la película, está completamente inmersa en la flexibilización laboral que ha marcado a este siglo (fronteras abiertas para los negocios, no tanto para las personas). Una película mexicana, más modesta (por tanto más efectiva, al negarse al espectáculo), también retrató el fenómeno desde coordenadas similares: Maquinaria panamericana, de Joaquín del Paso (2016). Aunque coquetea con el siempre siniestro entorno mexicano, Maquinaria panamericana se acerca más al absurdo de El ángel exterminador, al presentar un universo absurdamente clausurado: se sugiere que un ciclo de duelo incompleto ha desquiciado a toda la empresa, desenmascarando lentamente la naturaleza real de sus distintos “habitantes” (Hobbes se asoma de nuevo). Desde espectros completamente disímiles, The Belko Experiment, que termina siendo un filme moralino, y Maquinaria panamericana, llaman la atención de distintos públicos a un hecho compartido: el trabajador, de cuello blanco o azul, está desprotegido.  

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Guillermo Núñez Jáuregui es filósofo y escritor. Es jefe de redacción en Caín y colaborador en La Tempestad.

Twitter: @guillermoinj

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