“Aquí lo antiguos recibían al fuego
Aquí el fuego creaba al mundo
Al mediodía las piedras se abren como frutos
El agua abre los párpados
La Luz resbala por la piel del día
Gota inmensa donde el tiempo se refleja y se sacia”.

Octavio Paz, Cerro de la Estrella

El Cerro de la Estrella, ubicado al suroriente de la Ciudad de México, es uno de esos sitios que todos ubicamos y usamos como referencia, pero al que solemos prestarle muy poca atención. Sabemos de su existencia, sí, pero pocas veces nos hemos preocupado por visitarlo y conocer a fondo su historia. El siguiente texto busca reivindicar este sitio que en siglos pasados fue considerado sagrado.

El volcán Huizachtepetl y su legado prehistórico

Se calcula que fue hace más de 20,000 años cuando se establecieron los primeros asentamientos humanos alrededor del Huizachtepetl, volcán que formaba parte de la Sierra de Catarina, se encontraba en el extremo poniente de una península ubicada en lo que hoy es Iztapalapa y que a su vez separaba al lago de Texcoco de los vasos acuíferos de Chalco y Xochimilco.

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Fue en las faldas de esta elevación donde en 1953, George O’Neill, de la Universidad de Columbia, encontró restos con una antigüedad de 9 mil años. De acuerdo a las investigaciones se trataba de Homo Sapiens del pleistoceno superior.

Estos huesos fueron bautizados como “El hombre de Santa Maria Aztahuacan”. Años después, uno de los cráneos hallados se encuentra en un museo del Cerro de Huizachtepetl, al que en nuestros días conocemos popularmente como Cerro de la Estrella.

Una visita incierta

¿Qué diablos espero al visitar el Cerro de la Estrella? Eso me preguntaba un lunes al medio día cuando conducía por las calles de la Colonia Santuario, en la Delegación Iztapalapa, y poco a poco comenzaba a ascender por caminos laberínticos.

Del Cerro de la Estrella sabía lo que casi todo capitalino: Que en la parte más alta hay un templo prehispánico, que cuenta con un museo que casi nadie visita y que hace unos años varias personas fueron asesinadas por una jauría de perros callejeros, o eso dicen.

Sin duda una descripción así resulta poco atractiva, sin embargo, algo me decía que debía ir ahí y ver si ese cerro era un sitio más de la Ciudad de México o si guarda alguna historia interesante. Durante mi infancia me llevaron un par de veces pero mi recuerdo se volvió tan difuso que ahora no logró construir una imagen completa del lugar.

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Iba por la avenida ‘Camino al Cerro de la Estrella’ y en el cruce con la calle San José comprobé que el acceso a la parte alta del cerro estaba cerrado. Un par de policías me informaron que el paso en auto ya no estaba permitido y que si deseaba visitar el Museo y la zona arqueológica debía hacerlo a pie.

Ni hablar, estacioné el auto y a lo lejos divisé el Museo Arqueológico del Fuego Nuevo.

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Perros asesinos

En diciembre del 2012, en el Cerro de la Estrella fue encontrado el cadáver de Shunashi Elizabeth Mendoza Caamal, de 26 años junto al de su hijo de apenas un año y ocho meses. De acuerdo al reporte policiaco la mujer presentaba varios desgarres con exposición de hueso a lo largo del cuerpo, así como arrancamiento del miembro torácico izquierdo.

Unas semanas después, el 5 enero del 2013, se encontraron otros dos cuerpos en la misma zona, quienes fueron identificados como Alejandra Ruiz García y Samuel Suriel Martínez, pareja de novios que tenían 15 y 16 años respectivamente.

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De acuerdo a la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) los cadáveres de estas cuatro personas presentaban varias lesiones en sus cuerpos por mordeduras de animal, las cuales fueron producidas por el ataque de al menos 10 perros callejeros. Esta versión fue corroborada por el protocolo de necropsia y la PGJDF coordinó la captura de varias decenas de perros en el cerro y sus inmediaciones.

Después de realizar varias pruebas a estos caninos no se se comprobó que hubieran consumido carne o huesos humanos… además de que ninguno presentó conducta agresiva.

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Con el tiempo estos hechos y la polémica que en su momento levantó fueron quedando en el olvido, aunque en el imaginario colectivo permanece la idea de que esos asesinatos en realidad fueron perpetrados por el crimen organizado.

Fuego Nuevo

Pensaba que el Museo Arqueológico del Fuego Nuevo estaría más descuidado. Di un donativo de 5 pesos, ingresé y descubrí que estaba bastante limpio y resultaba muy agradable a la vista.

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Era el único visitante por lo que pude recorrerlo con toda la calma. Lo primero llamó mi atención fue un cráneo de color obscuro perteneciente al “Hombre de Santa Maria Aztahuacan”. De acuerdo a su placa descriptiva esa tonalidad de debe a la mineralización.

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En otra área de la sala unas maquetas muestran cómo era el Valle de México hace varios siglos.

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No obstante, lo más interesante del museo la detallada descripción que se hace sobre la ceremonia del Fuego Nuevo, realizada por los indígenas del Anáhuac cada 52 años.

Al término de este ciclo se hacían varios ritos y sacrificios tras los cuales, un grupo de sacerdotes esperaban que las señales divinas les indicaran que ninguna catástrofe se presentaría y el mundo no se acabaría. Una de esas señales era que la constelación de las pléyades coincidiera con el cenit del templo, así como la aparición de la constelación de Tauro.

Cuando las señales se presentaban un sacerdote encendía el fuego nuevo como señal de que habría otros 52 años sin catástrofes que acaben con el mundo.  Este conteo cíclico es conocido como la Atadura de los Años, o Xiuhmolpilli.

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De acuerdo a los antiguos culhuacanos el mundo de destruye cuando el Sol muere, algo que ya ocurrió cuatro veces.

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Se dice que el Quinto Sol, que es en el que estamos actualmente, llegará a su fin por medio de un temblor o movimiento de tierra, tras el cual surgirán los Tzitzimimes, que son espíritus malignos o demonios celestiales que buscan destruir el mundo atacando al Sol tanto al amanecer como al anochecer.

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Un espacio que perdió brillo

En cuanto salí del museo comencé a subir por el camino de asfalto que me llevaría hasta la cima del cerro.

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En agosto de 1938, el entonces presidente Lázaro Cárdenas decretó al área del Cerro de la Estrella como Parque Nacional. Las razones eran obvias al ser un área verde en medio de un gran asentamiento humano y albergar vestigios arqueológicos.

Con el paso de los años la mancha urbana fue invadiendo las faldas del cerro provocando que de parque nacional bajara de categoría para solamente ser área natural protegida bajo el amparo del Gobierno del Distrito Federal.

Mi primera impresión mientras comenzaba a subir por el camino de asfalto era que me encontraba en un sitio muy alejado de la ciudad.

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El silencio y la vegetación iba aumentando conforme ascendía, haciéndome olvidar que este cerro se encuentra rodeado por la ciudad más grande del mundo.

Ocasionalmente me encontraba con algún corredor o ciclista de montaña. Mentiría si dijera que no me sentía tenso cada que escuchaba algunos ladridos de perro a lo lejos, o cuando los matorrales se movían al pasar por ahí. Tras quince minutos llegué a un mirador donde un mirador me ofreció el primero de muchos paisajes providenciales que vería durante mi recorrido.

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Aunque abandonado y un tanto descuidado aquel lugar posee una belleza peculiar, con varios elementos prehispánicos plasmados en la herrería. Seguramente ese sitio vio pasar tiempos mejores a lo largo de su historia, aún así tiene algo que permite disfrutarlo mucho.

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Pase por una caseta de vigilancia abandonada y seguí el ascenso.

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Una promesa hecha en el siglo XIX

En 1843 una epidemia de cólera azotó a la población de Iztapalapa. Era tanta la desesperación que varios niños y jóvenes fueron hasta el Santuario del Señor de la Cuevita y le pidieron al santo que el contagio cesara. El milagro ocurrió y como agradecimiento los habitantes de todos los barrios de Iztapalapa comenzaron a escenificar la Pasión y muerte de Jesucristo anualmente.

Esto fue convirtiéndose en toda una tradición que cada año congrega a miles de personas. La recreación de la crucifixión se realiza en la ladera norte del Cerro de la Estrella. Curiosamente en el 2006 el Instituto Nacional de Antropología e Historia dio a conocer que debajo del área donde se realiza este ritual, se encuentra una pirámide que data de entre los años 400 y 500 d.C. y que posee una base con dimensiones similares a las que tiene la Pirámide de la Luna en Teotihuacán.

Desenterrar esta pirámide con más de mil años de antigüedad no es nada viable pues al hacerlo se afectaría la representación de la Pasión de Cristo, que también es una tradición muy arraigada en el barrio. Para proteger a la pirámide ya no se permite el ingreso de vehículos pesados a la zona. De esta forma una vieja tradición religiosa comparte espacio con una antigua y enigmática edificación.

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El cielo y el infierno

El cielo comenzó a nublarse mientras subía la última parte del cerro. Me bastó conocer la historia de este cerro en el Museo del Fuego Nuevo para ir entendiendo su importancia mientras lo recorría. De vez en cuando ante mí se descubría una vista privilegiada de la Ciudad de México que me obligaba a detenerme para llenarme  los ojos con alguna postal de esta ciudad que no deja de sorprenderme.

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Durante varios días había llovido así que el cielo se encontraba parcialmente despejado y me permitía ubicar con relativa facilidad los edificios y elementos más famosos de la capital.

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No muy lejos de donde me encontraba pude divisar el Panteón Civil San Nicolás Tolentino, que a pesar de su sencillez y aparente desorden desde las alturas luce como un campo lleno de paz.

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Durante los recorridos que hice me topé con algunas cuevas, las cuales fueron formadas por las erupciones que el Huizachtepetl hizo cuando aún era volcán. Una de ellas tiene el sobrenombre de “Cueva del Diablo”, pues se rumora que en su interior hay una interconexión con otros planos y realidades intraterrestres.

Esta cueva actualmente se encuentran clausurada. Los vecinos hablan de que han sido varias las personas que se internaron en ella y nunca volvieron. Aunque en honor a la verdad, el motivo más probable de que esta cueva esté cerrada es porque dentro hay un descenso en picada y para bajar es necesario hacerlo a rápel.

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El cerro de la estrella tiene alrededor de 60 cuevas en donde no es extraño toparse con vestigios tanto de rituales prehispánicos como de brujería.

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En ocasiones me salía del camino para adentrarme entre los árboles, de pronto veía a uno que otro corredor o a perros solitarios que al verme preferían alejarse.

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Donde vuelan las libélulas

Al llegar al acceso a la zona de los vestigios prehispánicos debe subirse una escalera de piedra.

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Al alcanzar la cima del cerro me topé con un pequeño templo prehispánico sobre el cual volaban un montón de libélulas. En un principio pasé este detalle por alto, me concentré en disfrutar el entorno e imaginé cómo lucía aquel lugar siglos atrás cuando ahí era celebraba la ceremonia del Fuego Nuevo.

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Entonces recordé que, aunque para los Teotihuacanos las libélulas eran vistas como símbolo de la pureza del agua, para los mexicas estos insectos eran unos demonios del aire llamados Tzitzimimes. Sí, los mismos que espíritus malignos que buscan destruir al mundo atacando al Sol tanto al amanecer como al anochecer y que precisamente luchan para que el Fuego Nuevo no llegue.

Tzitzimimes, por Mauricio Herrera.
Tzitzimimes, por Mauricio Herrera.

¿Era una coincidencia que precisamente en el templo del Fuego Nuevo me topara con estos insectos o realmente en aquel cerro todo el tiempo hay una lucha continúa entre el bien y el mal, entre el pasado y el presente, entre la divinidad y lo terrenal que no logramos ver?

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Estuve cerca de media hora en lo más alto del Huizachtepetl con la ciudad a mis pies, rodeado de libélulas, convencido de que aquel sería un buen lugar para ver tanto la muerte como el renacimiento del Sol.

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Después del amanecer

Al bajar reparé en un detalle del que no me había percatado: Frente al Museo del Fuego Nuevo hay una pista de arcilla para correr que cada vez es más visitada por deportistas de la Ciudad de México. También había aparatos de gimnasio en buen estado que cada vez son más usados por los lugareños.

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Los policías me cuentan que antes de que salgan los primeros rayos del sol corredores ya están usando la pista y subiendo y bajando por las laderas del cerro.

Poco a poco la mala fama del Cerro de la Estrella va dando paso a la de un lugar ideal para hacer ejercicio o pasar un rato agradable. El viejo cerro con todo y sus misterios reverdece y busca recuperar el sitio privilegiado que tuvo hace tanto tiempo.

 

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Por @gabrielrevelo

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