Por: Mafer Olvera y Paola Palazón

Si pudieran recuperar el sentido de la vista o el del oído, ¿qué escogerían?, cuestionó la  especialista María Paz Berruecos, Cofundadora y Presidenta del Instituto Mexicano de Audición y Lenguaje IMAL. A lo cual, casi instintivamente la mayoría respondimos: “la vista”. Vaya pregunta tan reflexiva, y es que, a simple vista, pareciera que el ver significa conocer y apreciar el mundo, pero, el oído es nuestra máxima oportunidad para estructurar el lenguaje, lo que nos permitirá hablar y ser parte de ese mundo.

La palabra, como resultado del lenguaje, es la herramienta más poderosa del hombre. Es, junto con la capacidad creativa, de los dones más importantes que tenemos como especie. La palabra, ya sea escrita, cantada, declamada o pronunciada, es parte esencial de nuestro lenguaje, es la forma más simple de confrontarnos a nosotros mismos, de entender al mundo y de poder expresarnos.

Es, dicho de otra forma, la voz de lo que pensamos y sentimos; la voz del cerebro, del corazón y del alma; es nuestra máxima capacidad evolutiva, que junto a otras de tipo neuronal, anatómico, psicológico y fisiológico,  nos diferencian de un chimpancé. La verbalización del lenguaje, a través de la voz humana resulta un proceso de desarrollo complejísimo en el que intervienen distintas conexiones neuronales, cognitivas, de los sentidos y corporales, mismas que suceden durante los primeros años de vida con el desarrollo neuronal, y que nos acompañará por el resto de la vida joven y adulta. Es, entonces, vital para vivir como especies sociables.

Foto: Freepik

El lenguaje es tan inherente al hombre que lo damos por hecho y pocas veces nos detenemos a reflexionar en torno a su belleza, su relevancia y a nuestra forma de comunicarnos o referirnos a los demás.  Mucho menos lo procuramos, hasta que existe un problema. Si hablamos de niños, llegados los 3 años lo podremos ubicar cuando su lenguaje es muy escaso, escaso o nulo, cuando no pronuncia palabras pero de alguna manera se da a entender o los adultos a su alrededor se lo interpretan. Es hasta ese momento que como padres nos damos cuenta de que algo anda mal, tal vez tenga que ver con la audición, algún tema psicológico, lingüístico o neuronal.

La tendencia es a normalizarlo y a esperar a que de un día a otro  “se suelte”, como suelen opinar todos alrededor de ese pequeño o pequeña. Sin embargo, con esa actitud dejamos de lado el aspecto más importante en torno a nuestra comunicación verbal primaria que es la estimulación y cuando ese niño o niña lo necesite, la diferencia será en hacerlo o no a tiempo; entre aceptarlo y afrontarlo con toda la dedicación, amor y paciencia o ignorarlo por completo; entre apoyarle o dejar que poco a poco se aísle de su entorno. Porque la palabra es tan poderosa que nos une, nos reúne, nos provoca, nos alienta, nos abraza, nos da consuelo, nos entretiene, nos hace viajar a mundos imaginarios, nos permite sanar y de alguna manera, nos hace ser.

En el mundo adulto vamos por la vida creyendo que nos expresamos de maravilla, nos encanta hablar y opinar, aunque no conozcamos del  todo el tema o a la persona. En ocasiones nuestra forma de comunicarnos es tan limitada que nos impide verbalizar cómo nos sentimos realmente. O, es tan hiriente, que con una palabra podemos destrozar a quienes más queremos. Tendemos a utilizar de manera muy limitada el vastísimo vocabulario de nuestra lengua española, utilizando los mismos verbos y adjetivos casi en todos casos.

Todo ello no refleja más que limitación de nuestra comunicación y nuestro ser. Resulta irónico que mientras en una etapa temprana de la vida las palabras son tan fundamentales, en las siguientes apenas podemos o queremos expresarnos. De alguna manera mientras unos transcurren la vida intentando de muchas maneras mejorar la comunicación con sus familias, parejas, socios, amigos o entornos; otros buscan aislarse cada vez más en sus enojos, rencores, ataduras, heridas, traumas, miedos, pensamientos o historias sin poder siquiera colocarle un nombre a cada emoción o sentimiento, vaya, sin poder siquiera hablarlo en voz baja al interior.

¿Cuántas veces nos hemos arrepentido de decir o no decir algo?

Si hablamos de salud mental y bienestar emocional, empecemos por poder comunicarnos de manera que ninguna emoción o pensamiento, en la medida de lo posible, se nos quede atorado. Hablar puede llegar a ser difícil y requiere, como lo hemos dicho, de estimulación en todas las etapas de la vida. Porque en la infancia serán los estímulos exteriores tan inocentes como aprender a decir “mamá, papá, casa  o perro”, pero en la vida adulta nos tocará darle voz a todas aquellas ideas, propuestas, sentimientos o situaciones que nos incomodan o impiden vivir bien, para ordenarlas, procesarlas y lograr decir: “me siento mal”, “necesito ayuda”, “te amo”, “ya no te amo”… sin remordimientos.

Porque existen mil formas de decirlo, hablemos.

#HablaHablemos


Mafer Olvera y Paola Palazón Seguel son creadoras de SIKI y Ser Mamá Hoy, plataformas de bienestar emocional y promoción de la salud mental.  Mafer es creadora del modelo Hospital de las Emociones, consultora en juventudes y salud mental,  y Paola es autora, emprendedora y creadora de proyectos de bienestar emocional y espiritual.

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