¿Cuántas veces los ha agarrado el alcoholímetro? ¿Una o dos? Tal vez para algunos de ustedes -sea por la zona en donde salen a divertirse u otros factores- la prueba ya sea toda una rutina. Lo importante de tener que rendir cuentas a uno o más oficiales, es conservar la calma, actuar con madurez y asumir cualquier responsabilidad.

Pueden hacer lo que acabamos de decir o simplemente tomar el ejemplo del protagonista de esta breve nota. Cabe mencionar que los hechos ocurridos en ella datan del 2015, por lo que no son noticia nueva. Simplemente estamos narrando una historia chusca, que en el fondo guarda una lección importante.

Según reportó un diario local, todo comenzó en La Coruña, un municipio que forma parte de Galicia, en España. En una madrugada, un borrachín conducía su motocicleta como si se lo llevara el diablo y, como era de esperarse, los oficiales de una patrulla comenzaron a seguirlo. Intentaron pedirle que bajara la velocidad pero en lugar de hacerlo, el infractor simplemente aceleró hasta alcanzar los 100 kilómetros por hora.

Después de un par de vueltas y de la inclusión de otra patrulla en la persecución, aquel temerario corredor perdió el control y se cayó de la moto. Para su propia fortuna, no sufrió heridas graves y nadie (además de los oficiales) tuvo que lidiar con las consecuencias de sus actos.

En fin, ahí estaba el tipo muy enojado porque no lo dejaron cumplir sus sueños de recrear escenas del estilo de Fast & Furious o Mad Max. Los policías intentaron discutir con él, pero sólo consiguieron que empezara a amenazarlos con usar sus puños de furia para “abrirles la cabeza”.

Tras varios insultos y maldiciones, la autoridad decidió pasar el alcoholímetro. Pero eso sólo empeoró las cosas, porque el borracho se negaba a soplar en la máquina y los policías estaban perdiendo la paciencia. Fue momentos después cuando le advirtieron que si continuaba con esa actitud, sería denunciado.

A estas alturas, cualquier persona con sentido común simplemente hubiera soplado el aparato. Sin embargo, no estamos hablando de cualquier persona, sino de un guerrero de la vida; uno que se bajó los pantalones, tomó las joyas de la familia con ambas manos y dijo sin pena alguna: “Sopla aquí”.

Si algo podemos decir de la policía en Galicia, es que tiene oficiales muy pacientes. Ante la exhibición del motociclista, ellos simplemente le comunicaron que sería escoltado al juzgado si seguía de cochino. El hombre respondió: “Entonces también puede venir el juez a soplar aquí”.

Lo curioso de este relato es que en la primera ocasión, el borrachín sólo recibió una advertencia y quedó libre. Su arresto definitivo ocurrió un mes después, cuando otra patrulla lo sorprendió rebasando el límite de velocidad y todo el ciclo se repitió. Esta vez, se ganó una condena de nueve meses de cárcel y otros 15 sin su licencia para conducir.

Aquí la lección de vida es obvia, chicos y chicas. No sean como aquel sujeto ni intenten trollear a la policía. Piensen que de estar en los zapatos de aquel hombre, bien podría aparecer un oportunista con un celular y convertirlos en Lord o Lady #Soplamesta.

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