Lo que debo de saber

Las ofrendas representan la compleja manera en la que los aztecas entendían la vida y la muerte.

En México existen pocas cosas tan fascinantes como el Día de Muertos. Caminar en una calle, la que sea, y de pronto encontrar un altar es casi gratificante para el espíritu; representa la posibilidad de que nuestros muertos se vuelvan a encontrar con nosotros. En ese sentido, las ofrendas prehispánicas son una oda infinita al recuerdo, y un legado del corazón de Mesoamérica.

Aunque la mexica no fue, ni remotamente, la única cultura prehispánica que tenía la costumbre de rendir tributo a sus difuntos, sí fue la que dio forma al Día de Muertos como lo conocemos en la actualidad. Para los aztecas, la ofrenda era en sí misma un viaje, una manera de conectar con los que se fueron a través de comida, rituales y ornamentos.

Las ofrendas son una oda a nuestros muertos. /imagen Unsplash

Mientras la muerte representaba emprender el camino invisible que conectaba la Tierra con el cielo, la ofrenda o tlamanalli” era la forma de acompañar a los seres queridos en esa ardua caminata. Los altares se llenaban de provisiones para los viajeros y eran una forma de anunciarles a los vivos que terminar el ciclo aquí solo significaba empezarlo allá en el Mictlán.

Por eso se puede decir que las ofrendas eran una parte esencial de la cosmovisión mexica. Eran también una manera de darle amor a los muertos, una forma de supervivencia y el contacto directo con los dioses, que desde el cosmos lo controlaban todo: las almas, las lluvias, las bendiciones y las maldiciones.

¿Qué era el Día de Muertos para los aztecas?

La creencia central era que el alma de los fallecidos realizaba un viaje arduo y largo rumbo al Mictlán, una especie de inframundo. La travesía duraba aproximadamente cuatro años y para completarla había que cruzar nueve niveles, entre bosques tupidos y desiertos.

Para acompañar a los difuntos en su camino, los aztecas celebraban dos grandes festividades: el Miccaihuitontli o la “fiesta de los muertitos”, donde se le rendía homenaje a los niños fallecidos. Esta fiesta se celebraba a finales de julio y consistía esencialmente en sembrar un árbol afuera de un templo, para simbolizar el viaje de los pequeños al más allá.

Para los aztecas las ofrendas eran la esencia de su relación con el mundo. /imagen Wikipedia

Durante este ritual se usaban las flores de cempasúchil para atraer las almas a través del olor. Había cantos, danzas y procesiones, y los familiares dejaban sus tristezas en el humo del copal y esperaban que sus hijos llegaran bien a donde tenían que llegar.

La gran fiesta de los muertos

Por su parte, el Huey Miccaihuitli, o la “gran fiesta de los muertos”, se festejaba a mediados de agosto. Entre la multitud de ritos que se practicaban durante este día, vale la pena mencionar el Xócotl, una figura de amaranto que se colgaba en la parte alta de un poste.

Asimismo, en cada celebración se preparaba comida para que el difunto reconectara con sus gustos en vida. En los altares había tamales, pulque, bebidas de cacao, hoja santa, entre otras delicias prehispánicas. También había atole de maíz, o sea, de pinole, que simbolizaba su relación cercana con el universo.

El Día de Muertos se celebraba en el noveno mes del calendario mexica. /imagen INAH

Hay que destacar que para los aztecas, la muerte no era triste, era más bien la consagración del alma. Era tan poderosa que incluso “el Día de Muertos” sobrevivió los embates de la colonia. Los españoles usaron esta costumbre como una forma de acelerar la evangelización, solo que eventualmente le cambiaron la fecha, para que coincidiera con el Día de Todos los Santos.

¿Qué ponían los aztecas en el altar?

El altar de muertos prehispánico es una manera estupenda de celebrar el Día de Muertos desde su esencia más pura. En honor a esto, aquí les dejamos algunos elementos que pueden agregar a su ofrenda, y hacerle un homenaje a nuestro pasado prehispánico, que veía en el final solo el principio.

Copal

El olor ahumado de esta resina, que se extrae de los árboles, tenía múltiples usos en las ofrendas. Se agregaba al altar para guiar a las almas en su viaje, para purificar el aire del camino y para relacionarse con los dioses a través del humo.

Los muertos regresaban siguiendo aromas./imagen Wikipedia

Petate

El tapete tejido de palma era muy importante para los aztecas. Lo usaban a lo largo de su vida como cama, pero también como un acompañante en la travesía hacia el Mictlán.

Los petates representaban la mortalidad./imagen Wikipedia

Algunos especialistas sostienen que los petates también simbolizaban la fugacidad de la vida; los aztecas equiparaban su uso y desgaste con la forma en la que atravesamos el tiempo.

Sal

Conocida como “iztali”, la sal era un símbolo de purificación y limpieza. Además de usarse para limpiar el cuerpo del difunto, este grano purificaba el alma antes de llegar al nuevo mundo y era el aditamento perfecto para condimentar las comidas que se ponían en el altar.  

La sal servía para limpiar las almas./imagen Unsplash

Cempasúchil

La flor de los veinte pétalos simbolizaba al mismo tiempo el sol y la vida. Su intenso color anaranjado representaba la plenitud del día y el eterno renacimiento de las cosas.

Las flores simbolizaban el poder del sol./imagen Unsplash

En las ofrendas, se hacían caminos olorosos con las hojas, que guiaban a los muertos en su camino de regreso a la Tierra.

Agua

El líquido sagrado encarnaba la pureza y sobre todo la fuente de la vida. Durante su viaje, las almas debían llegar limpias ante los dioses; por eso, al ponerla en la ofrenda, los vivos se aseguraban de que los muertos pudieran hidratarse y tal vez reencontrar su identidad cuando veían su reflejo en los ojos de agua. 

El agua les daba a los muertos una reconexión con el mundo./imagen Wikipedia

Comentarios