Texto Álvaro Cortes
Foto Chino Lemus

Es una tontería, pero siempre que pienso en Sting viene a mi mente el capítulo de Los Simpsons en el que ayuda a que el inexistente niño Timmy O’Toole pueda salir del pozo en que cayó. Quizás no es tan tonto: en “Radio Bart” dibujan a un músico talentoso que, pese a su fama y apariencia aguerrida, posee una sensibilidad que le permite crear una letra con la que nadie puede negarse a mandar su amor al pozo. Ese es Sting.

 

¿Aguerrido? Pensándolo bien, ni en sus épocas más densas (con su banda) Sting fue sinónimo de batalla. Al menos no del tipo de The Clash, banda con la que The Police tendría que ver, por la época y por la onda que traían: algo de rock mezclado con reggae y otros ritmos guapachosos. No, Sting se la llevó más relajado, hasta convertirse en estandarte de la música que todo buen “adulto contemporáneo” escucha. Lo cual no está nada mal.

Con pinta de punketo practicante de yoga, Gordon Matthew Thomas Sumner ofreció ayer su segunda fecha en el Auditorio Nacional, un acto nada frenético ni machacante, pero sí disfrutable. De esos conciertos en los que nomás vas, te sientas y escuchas una a una las canciones, que –aunque no tengas ni un disco de Sting– has aído alguna vez. La mayoría de ellas.

“Ahh, esa es en la que el video parece de Mad Max”, pienso cuando por fin suena la abridora “Synchronicity II”, esto luego de chutarme a los abridores Joe Sumner (hijo de Sting) y la banda The Last Bandoleros. Ambos, luego de echarse unas cuantas canciones, formaron parte de los músicos con los que el ex The Police ejecutó “Spirits in the Material World”, “Englishman in New York” y “I Can’t Stop Thinking About You”. Así, corridito y sin mucho bla, bla, bla.

O a quién no le gusta el final de El Perfecto Asesino, cuando Mathilda acomoda su planta, mientras la cámara se aleja con “Shape Of My Heart” de fondo. “¡Qué canción tan hermosamente sofisticada!”, dice el don de atrás, que todo el tiempo se la pasó explicándole el concierto a su acompañante. Por suerte, aunque “sofisticadas”, la intensidad con la que Sting y compañía ejecutaron los temas impidió que cualquier cosa exterior robara la atención de oídos y vista. Bueno, quizás momentáneamente la chica que se contoneó cual Salomé mientras sonaba “Desert Rose”.

¿Ni un momento de frenesí? Bueno, algunas del disco con el que vino de promoción (57th & 9th) sonaron potentes… pero no. Sting es para escucharse desde el asiento. Así creo que piensa la mayoría de los que fueron al Auditorio, con excepción de una que otra chica que echó sus brinquitos cuando sonaron “Every Little Thing She Does is Magic”, “So Lonely” y “Roxane”.

Bueno, para “Every Breathe You Take”, ahí sí, todo mundo se paró para, palmeando el muslo, moviendo la cabeza o aplaudiendo gustosamente, seguir el ritmo del pesado bajo de Sting. Qué mejor forma de cerrar 90 minutos de show… ¿Con ésa cerró? No, el epílogo fue “Fragile”, canción que, en el concierto del miércoles, interpretó vistiendo una playera de los “43 de Ayotzinapa”.  Ayer no se la puso, pensé que lo haría (no es que lo deseara). ¿Por qué? Pues porque así es Sting. Por eso siempre me recuerda el capítulo de Timmy O’Toole?

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Hola, soy Álvaro. Estoy en sopitas.com desde hace algunos años. Todo ha sido diversión, incluso las críticas de los lectores. La mejor de todas: "Álvaro Cortés, córtate las manos".

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