La pista del Palacio de los Deportes está llena de sillas, las cuales vemos como sinónimo de obstáculo para saltar y brincar a placer. La mayoría de los que están aquí sentados, no son precisamente jóvenes; incluso, muchos vienen acompañados por sus hijos… pero estamos seguros de que eran unos adolescentes como contemporáneos de Caifanes.

Los más jóvenes se toman la selfie; mientras que otros traen un look muy parecido al que usaba Saúl en los 80, el que estaba influenciado por The Cure, pero que después hizo propio. Incluso, la mayoría viene con una playera negra con el logo en blanco de los Caifanes: hasta parece que era el uniforme de gala para esta noche.

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Suena una canción instrumental, mientras en la pantalla aparece la figura de un coyote que aúlla: anuncio inequívoco de que este ritual está a punto de comenzar. Sin embargo, la espera se extiende demasiado, y la gente que abarrotó el Palacio comienza silbar; pero es la penumbra la que anuncia que el concierto ha comenzado. Diego Herrera, detrás del teclado, es el primero en salir e interpretar los primeros acordes, que dan la bienvenida a sus compañeros: Alfonso, Saúl, Sabo y Rodrigo.

“Serán los dioses ocultos o serás tú”, grita Saúl junto a 18 mil voces, mientras de fondo la imagen de un Sol incandescente enciende la pantalla, para continuar sin descanso. Mientras, la gente canta como si no hubiera mañana, opacando la voz de Saúl, que se queda corta. Él mismo dice “el aplauso es para ti raza, no para Caifanes. Venimos a rendirte tributo a ti”.

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La pantalla se divide en cuatro para que podamos ver mejor a cada miembro de la banda; y la guitarra suena poderosa, a un volumen muy alto, como si con ello quisieran ocultar la ausencia de Alejandro Markovich; pero no se nos olvida que muchos de esos acordes, solo son réplicas de su talento.

La gente ruge: no hay canción que no se sepan, recitando cada una de ellas letra por letra. Es contrastante, porque contrario a lo que normalmente vemos en un concierto de rock, aquí no hay slam, ni palmas que se levantan, o brincos y jaloneos que te llevan de un lado a otro. La gente está impávida, de pie frente a sus sillas: una mezcla de jóvenes y adultos, en donde predominan estos últimos. Sus cuerpos no se mueven, pero sus voces gritan como si sólo fueran una, imponente y cálida al mismo tiempo.

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Es justo por esta organización -en donde todos tenemos un lugar asignado y cantamos al unísono- que esto parece un rito. Como cuando estás de pie en una misa: cantas con enjundia y pasión; sientes cada palabra; mientras el cuerpo está estático y de vez en cuando, regalas unas palmadas. En esta caso, sólo se agrega que unos sostienen sus celulares ; mientras que otros, su cerveza.

“Solo ustedes logran que el Palacio de los Deportes parezca Rockotitlán o el LUCC, dónde se sentía esa energía tan poderosa. ¡El aplauso es tuyo! Nosotros somos un pretexto para que sea libre raza”.

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Al fondo, se muestran imágenes de la banda, cuidadosamente cortadas para ocultar a Markovich, como si quisieran eliminar cualquier lazo con la banda. Después, Saúl se pone reflexivo, aunque André intentó interrumpirlo con la batería: “Por un mundo sin violencia, sin mujeres muertas y después de eso sí, qué viva México. Una manera de luchar contra las drogas es no consumirlas. Un pase cuesta la vida a 10 personas más, piénsalo. Ahí no’más te lo dejo”.

Saúl se acerca a darle la mano a la gente cada vez que puede, y cuando suena la “Célula que explota”, el grito es ensordecedor. Caifanes lo reconoce, y prefiere que la gente lo cante: Saúl voltea el micrófono y se escucha impresionantemente claro, sin duda el momento más emotivo de la noche, aprovechado para presentar a cada uno de los integrantes de la banda; después, entramod en el momento más extraño de la noche: una especie de homenaje a los músicos que se fueron en este 2016, y a los que aún siguen vivos.

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Primero tocan una versión muy atascada de guitarra de “Por Ti”, en honor al caifán mayor Óscar Chávez. La gente está desconcertada, y aunque algunos se la saben, no pueden seguir el extraño ritmo. Después fue el turno para David Bowie: mientras las pantallas se llenan de él, escuchamos una horrible y muy forzada versión de “Heroes”; más que ensalzar la trayectoria del Duque Blanco, sólo nos mostró todas las carencias que tiene la banda para adaptar esta canción. Y ya para terminar, fue el turno de “Te lo pido por favor” de Juan Gabriel, aunque ya la habíamos escuchado con Jaguares.

Afortunadamente, volvieron a sus propias canciones, y el cierre no pudo ser mejor: “No dejes que”, “Quisiera ser alcohol”, “Viento” y “La negra Tomasa”. Parece que el tiempo se detuvo durante dos horas y media, y volvimos a la década de los 90, a las mejor época no para Caifanes; sino también para la gran mayoría de los que están aquí. Acabamos de vivir uno de esos momentos únicos, donde el público no vino a festejar a una banda; fueron Caifanes quienes le rindieron tributo a este monstruoso y nostálgico público.

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Fotos: OCESA/Lulú Urdapilleta
Texto: Abraham Huitrón

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