Diez años puede decirse que son pocos pero si lo piensas bien, cuando intentas recordar específicamente qué fue lo que hiciste en ese tiempo, cuáles eran las cosas que te movían, de quién estabas enamorado, qué era lo que más te hacía sufrir o algún otro mínimo detalle de tu vida, te darás cuenta de que al final tu presente está construido por todas esas piezas de rompecabezas que hoy ya no recuerdas o bien, que tienes escondidas entre recuerdos borrosos. La mente de un artista funciona igual que cualquier otra. Evoluciona. Cambia, muta, se modifica para ser mejor (o peor en algunos casos). Todo depende de cuánto le haya afectado su pasado. Hoy vivimos el presente y a través de él, Lykke Li nos presenta su nueva producción: so sad so sexy, la sucesora de I Never Learn (2014).

En estos cuatro años, la cantante sueca se ha mantenido bastante ajetreada. Primero estuvo de gira para promocionar su ahora penúltimo disco. Luego se alió con otros músicos compatriotas para crear LIV, el supergrupo en el cual también está su pareja y productor, Jeff Bhasker, Andrew Wyatt de Miike Snow y Björn Yttling, de Peter Björn & John. Después se convirtió en mamá de un niño llamado Dion y, si bien se puede pensar que esa sería la piedra angular para que ella tomara inspiración, resultó que no, solo fue una modificación más dentro de su ciclo de vida que le generó bastante madurez.

¿Pero qué es ser “maduro”? La palabra por sí sola es un concepto amplio, subjetivo y en el caso de Lykke Li, tiene un enfoque que va más allá de seguir escribiendo letras desgarradoras, de dolor, de ser el estandarte de una mujer despechada y sin ganas de vivir después de que le rompieron el corazón. Ahora esta mujer ha decidido embarcarse en el tema de la relación de pareja, de sus complicaciones, de sus altas, sus bajas, todo dentro de un género completamente nuevo (para ella), alternativo pero sobre todo, de moda. No por nada The Weeknd está posicionado como uno de los grandes exponentes actuales de R&B y hip hop.

Algunos de los colaboradores que le dieron ritmo y flow a esos 10 cortes fueron Rostam Batmanglij, ex miembro de Vampire Weekend, Animé, Malay -que ha trabajado con Lorde y Frank Ocean-, T-Minus -que ha colaborado con The Weeknd y Nicky Minaj-, Emile Haynie -que ha trabajado con Lana del Rey y Bruno Mars-, Jonny Coffer, Kid Harpoon -la mente detrás de la producción vocal de so sad so sexy– y DJ Dahi, mejor conocido por trabajar con Drake y Kendrick Lamar.

Todos pusieron su granito de arena, tanto en la parte musical, como en la producción. Todos ellos se encargaron de canciones específicas y hasta cierto punto, le imprimieron su propio toque. Se encargaron de que este disco tuviera todos los elementos para pertenecer a los géneros en los que ellos son expertos y, el resultado, con el trabajo de muchas mentes, fue un álbum de R&B, hip hop, trap, y synth-pop bien hecho y de una excelente calidad.

Sus  nuevas composiciones llegaron para quedarse y qué mejor que con ritmos cadenciosos, beats pausados, lentos pero no lo suficiente para que te dé flojera, sino para que lo sientas en cada fibra de tu ser desde el momento en el que entra la melodía por tu oído. Ahora Lykke Li, más allá del concepto electro-folk que manejó durante tres discos, se sumerge en el uso de sintetizadores, de distorsiones a su voz, de percusiones electrónicas, teclados suaves, voces de apoyo, rapeos y algunos tempos que le dan esa sofisticación y esteticidad a cada uno de los cortes.

Si bien las letras continúan siendo igualmente desgarradoras -Lykke Li sabe cómo manejar sus tonalidades de voz para darle ese dramatismo o hype a las canciones-, ahora no terminarás en un rincón de tu habitación llorando sino más bien, reflexionando, sintiéndote identificado dentro de ese mundo de adicción al cigarrillo, de lo mal que has sido en la relación pero al mismo tiempo suplicando para hacer que todo funcione, de la vida misma y sus complicaciones.

La portada de so sad so sexy, de Lykke Li.

Entre los puntos más altos del disco están “deep end”, “two nights”, “sex money feelings die” y “better alone”. Entre ellas, Lykke Li logra un viaje de altibajos de sonidos, de trap, hip hop, rap y atmósferas melódicas con base de sintetizador o percusiones electrónicas que te transmiten los sentimientos de cada composición. En cuanto al resto de las canciones, no están mal colocadas, en ningún momento sientes que faltó o sobró algo. Fueron elegidas para darle cierto ritmo y generarlo uno solo como tal.

A diferencia de la vida, so sad so sexy no es un rompecabezas, es una unidad, una renovación, una muestra de que Lykke Li dejó ese capullo, se arriesgó en el amor, lo dio todo por una persona pero sobre todo, entregó todo por su música. A ella la adaptó, transformó y echó mano de otros talentos para tener un disco respetable, agradable al oído e incluso comercial. Tal vez no todos los fans acostumbrados a Lykke Li estén dispuestos a aceptar esto pero para los que sí, entonces también entenderán que la madurez conlleva una modificación de las costumbres pero sobre todo, de una necesidad por un cambio.

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