“There are no two words in the English language more harmful than ‘good job’.”

Gracias al merecido éxito de Whiplash, la película ha despertado un debate que hacía falta en el foro de la opinión pública. ¿Cuáles son los límites a los que una persona puede ser presionada para explotar su potencial al máximo, con el objetivo final de ser uno de los grandes? Damien Chazelle, el joven director y guionista de la polémica cinta, parece argumentar en favor de Fletcher, el estricto maestro de un ficticio conservatorio de música que abusa verbalmente de sus estudiantes hasta que estos terminan ya sea en lágrimas, en el hospital, o traumados de por vida. Para Fletcher, el resultado final justifica los medios.

Aunque Whiplash nos pone como protagonista a un baterista de 19 años obsesionado con ser el nuevo Buddy Rich, la verdad es que el tema de la película más bien explora la relación entre maestro y estudiante, por lo que el jazz solo es una forma elegante de vestir la trama (en realidad es poco el jazz que escuchamos fuera del brillante clímax). El debate gira alrededor de la cuestión ya planteada. ¿Nos hemos sumergido en la mediocridad porque protegemos de más a los estudiantes? ¿Porque ya no permitimos que los maestros impongan su disciplina? ¿O porque nos conformamos con resultados pobres con tal de que nadie salga ofendido?

Fletcher le cuenta a Neyman la historia de cómo Charlie Parker se convirtió en “Yardbird”, uno de los mejores saxofonistas que haya visto el mundo. Esto ocurrió durante una sesión cuando Parker era un músico prometedor pero desconocido y se quiso lucir de más durante un solo por lo que se adelantó al resto de la banda. El baterista Jo Jones era parte de esa banda, y cuando vio que Parker la había cagado, le arrojó un platillo que casi lo decapita. La versión de Fletcher es un tanto exagerada y melodramática en contraste a la historia real de éste incidente, pero el caso es que Parker quedó tan humillado que cualquiera hubiera abandonado su oficio después de hacer semejante ridículo en público. Sin embargo, Parker no se rindió y se puso a practicar todos los días, al punto de que un año después volvió a tomar el escenario para dejar a su público con lágrimas en los ojos o boquiabiertos.

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El punto que quiere dejar en claro el personaje de J.K. Simmons es que Parker no se hubiera molestado con ser un mejor músico si Jones no lo hubiera puesto en ridículo. ¿Qué es lo que hubiera pasado si el baterista simplemente le hubiera dicho “Oh, no te preocupes Charlie. Buen trabajo”? Fletcher piensa que Parker hubiera quedado satisfecho con su desempeño mediocre, y lo que sería más grave, el mundo seria privado de la genialidad de un “Bird.” Para el maestro, no hay peor crimen que la complacencia ya que el artista nunca va a saber que tiene otro nivel superior que alcanzar; debe ser obligación del mentor mostrarle que todavía hay más por hacer. Los grandes no llegan a ser grandes sin derramar sangre y sudor por muchos años sobre el piso de los ensayos. Eso se dice fácil, pero todo el dolor, el estrés y el trabajo duro no pueden ser posibles sin el apoyo de alguna fuerza externa, y dicho apoyo muy a menudo toma la forma de un látigo. La verdad es que muchos necesitamos de una o dos cachetadas para seguir adelante con nuestras ambiciones, más que escuchar un “¡vamos! sí se puede”.

Existe la otra cara de la moneda en este argumento. Cierto, todo artista necesita recibir apoyo, e incluso no le vendría mal un mentor como Fletcher, pero hasta qué punto tiene derecho uno a explotarse a sí mismo a riesgo de perder su propia salud, física y mental. Todo aquel artista o atleta que aspira a la grandeza sabe que debe sacrificar su tiempo para estudiar y seguir practicando. Cualquier apariencia de vida social (amigos, familia) debe ser puesto en segundo plano con tal de dedicarse por completo a su oficio. Su meta es clara, pero llegar ahí es un camino tortuoso, competitivo y, a veces, solitario. Andrew Neyman sigue la linea de otros personajes, reales y ficticios, que se autodestruyen con tal de alcanzar una cima sobre la cual son pocos los que pueden estar parados. Lo peor de todo es que una vez en la cima, pueden olvidar que alguna vez lo hicieron por la diversión. El profesionalismo tiene esta tendencia de robarle su alma al arte.

A pesar de todo, la grandeza y la perfección no son sinónimos. Mientras que los profesionales pueden tocar sus instrumentos con una precisión impecable, una audiencia siempre se va a inclinar por las emociones que transmiten los grandes, aquellos que nunca pierden la pasión por su arte y que se permiten ser insultados por un Fletcher o por las risas del público ¿Por qué? Porque están conscientes que alcanzar ese nivel de una manera sencilla, fácil y rápida es imposible. Por eso es que no cualquiera está dispuesto a sacrificar su juventud, su cordura, o su vida. Charlie Parker murió a los 34 años, solo y en bancarrota… eso sí, dejó una obra inmortal.

T: @ShyTurista

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