Todo en el recinto es enorme. El estacionamiento de la Arena Ciudad de México es una larga fila de carros que parece no tener fin. En la entrada toda la gente se aglomera, y al ingresar, los grandes pasillos llenos de escaleras y stands por todos lados desconciertan a los asistentes que desesperadamente voltean para encontrar su lugar, iluminados por las luces de grandes pantallas, las cuales sólo contribuyen al desconcierto.

Como tristemente suele suceder, la presentación de Los McAllister es sólo una anécdota, y probablemente con el tiempo varios hasta olvidarán que alguna vez le abrieron su show a The Libertines en México. De fondo en el escenario, cuelga una enorme portada del Up The Bracket, y la inmensidad no deja de sorprendernos. Arriba de nuestras cabezas, está una gran pantalla, de la que desde cualquier ángulo se puede observar lo que pasa en el concierto, como en los partidos de basquetbol de la NBA que pasan por televisión.

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Sin alguna gota de pudor, y al ritmo de “The Delaney” que es con la que arrancan, Pete Doherty trae puesta una camisa desabrochada, mostrando todo el físico, ese que seguramente levantó suspiros alguna vez a principio de los dos miles, pero que ahora sólo es el reflejo de los excesos, acompañados de su pelo cano, un curita en el pecho y un tatuaje en el pezón. Pero él no se inmuta, presume su abdomen que podría ser catalogado como una “panza chelera”, y tal vez salta mucho más la atención porque no es el único que está descubierto. Gary Powell está destrozando la batería sin vestir playera alguna, su físico sí es para presumir. Aunque probablemente Pete piensa igual que lo que está cantando: “Maybe, maybe, maybe/I just don’t care”.

La mayoría de los que estamos aquí, estamos por nostalgia, por no haberlos visto en su mejor época, pero eso no fue motivo suficiente para que otros decidieran pagar un boleto y venir aquí, por lo que el lugar es víctima de su propia inmensidad. Los espacios vacíos se notan, incluso en la zona más alta no hay ni un alma. Por momentos es triste, sobretodo cuando el sonido falla, como si fuera el fiel reflejo de la época de decadencia que sufrió el grupo, y de la que parece que no han podido resurgir del todo.

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Pero “Boys In The Band” levanta el animo, los viejos tiempos regresan. Pete y Carl vuelven a cantar pegados al mismo micrófono, parece que están a punto de darse un beso, una escena que es al mismo tiempo tierna, atrevida y única. La barrera que divide al público en la pista parece injusta, sólo un sector de los que están a dos pasos del escenario lucen emocionados, y son los que están más atrás, del otro lado del muro, los que pagaron menos dinero por su entrada, quienes están más en trance, amontonados saltando y gritando, pero alejados de la banda. Sin embargo, esto no es de merecer, sino del que paga más. Una perfecta analogía de cómo funciona este mundo.

Carl agradece en español, deja la guitarra, juguetea con el micrófono y hace una pequeña pausa, se deja querer por el público. Y así empieza “What Katie Did”, cantan más pegados que nunca, desde algunas perspectivas parece que en verdad se están besando, mientras el público los arropa cantando “since you said goodbye/The polka dots fill my eye/And I don’t know why”. Las canciones de Anthems for Doomed Youth pasan casi desapercibidas, y es que insistimos que esta es una noche de nostálgicos, de aferrados que queremos escuchar en vivo esas canciones que conforme crecimos se convirtieron en grandes éxitos, por eso cuando suena “Boys In The Band”, el ambiente se transforma, es voluble.

Gary y John son los que llevan la batuta, tocan con una precisión que no parece humana, pero Pete y Carl son a parte. Ellos son los virtuosos del grupo, aunque por momentos lucen desorientados, con la mirada perdida y balbuceando como si esas infinitas rehabilitaciones jamás hubieran funcionado, cuando están al borde de arruinarlo todo, al final sale bien, son como todos los genios, que siempre están al borde de la locura.

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“Can’t Stand Me Now” nos vuelve a llevar a la euforia, ese sector de la pista que está atrás vuelve a ser de lo mejor, y aunque la armónica que toca Pete parece que va a romper las bocinas y de paso nuestros oídos, nada importa. Cuando los cuatro se juntan y hacen sonar ese estruendoso caos sonoro que sólo ellos saben hacer, todo vale la pena. Por un momento, vuelven a ser esos cuatro jóvenes de Londres impredecibles, agresivos y al mismo tiempo armoniosos, y el público sólo se deja envolver con “Death On The Stairs”, “Horror Show” y la monumental “Up The Bracket”, hacen que el largo viaje hasta el límite entre la CDMX y el Estado de México, valga la pena.

La nota negativa son un par de tipos que comienzan a aventar litros y litros de cerveza y escupitajos desde una zona elevada de gradas, que caen sobre un grupo de personas que están frente de nuestros ojos. Su descaro es tal que aunque la gente les pide que se detengan, les contestan con señales obscenas, pero alcanza niveles insoportables cuando el personal de seguridad del lugar no hace nada, dan pretextos para decir que no tienen la autoridad para detenerlos, y durante prácticamente todo el show siguen lanzando líquidos de dudosa procedencia. Algunos dirán que exageramos, “es México, wey ¡Capta!” Pero México es más que un par de tipejos narcisistas y envalentonados por el alcohol, que le roban el derecho a los demás de disfrutar a The Libertines.

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Al regresar del encore, lo hacen con un extracto de “Changes” de David Bowie, para dar paso a “Music When The Lights Go Out”, mientras el olor de la marihuana relaja el ambiente: “I no longer hear the music”. En esos momentos cuando la noche está por terminar, los nostálgicos nos damos cuenta que todo ha valido la pena. El fanatismo tiene su recompensa cuando estamos en medio de ese momento único escuchando a The Libertines que da sensaciones que solo la música puede generar, que te transporta a otra época y momento de nuestras vidas. Robándote una sonrisa, un baile, un grito o hasta una lágrima.

“Don’t Look Back Into The Sun” es la despedida. Pete avienta la guitarra por los aires y uno de sus técnicos la agarra. Gary y “Carlos” Barât se echan un par de “¡Viva México!”, abrazados en línea dan una reverencia al público, para después hacer un círculo sin dejar de poner los brazos encima de sus compañeros. Esos son los Libertines que tanto extrañamos, y a los que siempre queremos recordar.

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Setlist

“The Delaney”
“Barbarians”
“Heart of the Matter”
“Fame and Fortune”
“Boys in the Band”
“What Katie Did”
“You’re My Waterloo”
“Anthem for Doomed Youth”
“Gunga Din”
“Can’t Stand Me Now”
“The Milkman’s Horse”
“Death on the Stairs”
“Time for Heroes”
“The Good Old Days”

Encore

“Music When the Lights Go Out”
“Horror Show”
“Up the Bracket”
“What a Waster”
“Don’t Look Back Into the Sun”

Galería

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Por: Abraham Huitrón /@abrahamhuitronv
Fotos: Miguel Lozano /@mlozano9

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