El día de hoy es 2 de octubre. Personas de todas las edades se reúnen desde temprano para conmemorar el 46 aniversario de la matanza de estudiantes ocurrida en la plaza de Tlatelolco.

Como siempre, estudiantes de muchas instituciones realizarán una marcha que partirá de aquel lugar con rumbo al Zócalo capitalino con dos mensajes muy claros hacia las autoridades: el 2 de octubre de 1968 no se olvida y las demandas de las comunidades estudiantiles no volverán a ser desoídas. Sin embargo, en este día en particular, muchos estudiantes también conmemorarán este evento sin salir a las calles pero sin guardar silencio. Este es el motivo.

El 2 de octubre de este año llega en un contexto significativo, por lo que representa una ocasión perfecta para reflexionar sobre él a la luz de aquellos hechos y del sentido de su memoria. Desde hace días, los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional han emprendido una protesta pacífica y ejemplar para manifestar su descontento frente al nuevo reglamento interno y frente a algunos planes de estudios que los propios académicos critican desde la raíz. Las autoridades de esa institución parecen haber olvidado las necesidades sociales y técnicas del país y han diseñado currículas inaplicables que sólo podrían conducir al empobrecimiento de la calidad de la educación profesional.

La protesta iniciada por los estudiantes ha logrado reacciones sin precedentes. La directora de la institución no ha tardado en sugerir que su estancia al frente del IPN no se extenderá por mucho más tiempo, mientras que las autoridades han anunciado que los planes no serán aplicados al menos este año. Por su parte, más de 50 mil personas, estudiantes y académicos, le tomaron la palabra al secretario de Gobierno, quien los invitó a encontrar una respuesta al problemas a través del diálogo, y marcharon hacia su oficina para exigir la solución de un pliego petitorio que busca la derogación de aquellas normas y la destitución de la directora. En un acto igualmente sorprendente, el secretario salió a recibir el documento y prometió una respuesta para el viernes, adelantando que estaría dispuesto a lograr el mejor de los arreglos.

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¿Cómo reaccionar ante un acto inesperado de esta clase?, ¿qué significado tiene para la administración presidencial y para los estudiantes? Desde el templete, el mensaje en respuesta al secretario fue el siguiente: aceptarían la muestra de disposición del gobierno federal sólo hasta que las promesas aterricen en papel, pero sobre todo, aun entonces, la solución nunca sería vista como un regalo del Estado, sino como un logro de los estudiantes organizados.

En efecto, nunca antes la solución a un conflicto por la vía institucional se había visto tan cerca para un movimiento de tal magnitud frente a la más alta esfera de gobierno, de suerte que la discusión ha alcanzado, con seriedad y propiedad, el punto en el que la urgente pregunta en torno al significado de tal solución se vuelve tema de todos. Esta es la primera prueba para la memoria del 68, que de manera afortunada ha recordado por generaciones la capacidad de lucha de los estudiantes, pero que, a su vez, sólo ha podido ilustrar el peor de los escenarios, en el que las estrategias del Estado son abiertamente ofensivas y en el que la reprobación, al menos a la distancia, es unánime.

Por otro lado, una negociación pacífica se vuelve un terreno que exige mucha más imaginación y astucia de ambas partes que la visceral nostalgia, cuestión que no debemos perder de vista al observar el desarrollo que a futuro tendrán estos acontecimientos. Los estudiantes y los académicos del IPN han sabido responder en ese sentido y han buscado que su movimiento no sea identificado con el 2 octubre: no saldrán a marchar, al menos no como un mismo conjunto que busque dar voz a su causa. De esta manera, lograrán 3 cosas fundamentales: contravenir la teoría de la directora, según la cual el movimiento había sido impulsado por individuos externos de frente al 2 de octubre; desmarcarse de cualquier acusación de violencia en su contra durante la manifestación; pero también expulsar la seductora tentación de alimentar su propia causa con el fantasma de un pasado al que, por otro lado, recuerdan con respeto y repudio.

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Los estudiantes no desean disolver su protesta en un poderoso recuerdo. Por el contrario, prefieren recordar al Gobierno Federal que trabajar en la solución de sus demandas no exime a las autoridades de atender problemas igualmente actuales y urgentes: la desaparición de los estudiantes normalistas cerca de Iguala, la clarificación de los eventos ocurridos durante la masacre de Tlatlaya, la transparencia en la estrategia de la lucha contra el crimen organizado en Michoacán, sólo por nombrar algunos. Mal haríamos si no los trajéramos a la mesa en una fecha tan importante. Mal harían los estudiantes si dejaran de señalara aquellas deficiencias del Estado tan puntualmente como lo hacen.

Si, en efecto, el país pasa por un periodo de democratización, esto ha de significar que por fin es posible contar con los elementos mínimos necesarios para que la tensión entre sociedad civil y Estado, conforme a derecho, logre dar frutos. La seguridad nacional, el desarrollo económico, la calidad educativa, son todos retos que los miembros de la administración eligieron, para bien o para mal, asumir. Quizá la mayor lección del movimiento estudiantil de 68 o del actual sea que, como ciudadanos, estamos en nuestro deber de exigir que sean cumplidos. Luchar por un mejor país significa luchar por un lugar en el que el Estado y los ciudadanos puedan mantenerse en tensión (pues eso es el diálogo) con miras al respeto a los derechos. Y esta tensión se puede manifestar con 50 mil estudiantes en las calles; coordinadamente en las redes sociales (como ocurrió con la #LeyTelecom), o bien, frente la corte o en las legislaturas. La tensión entre ambos grupos es la base de la democracia. El Estado debe velar por que pueda existir esa tensión y nosotros debemos exigirla cuando no esté presente. Rebelde es quien no está dispuesto a que la tensión deje serlo, quien no está dispuesto a entregar todo el peso del derecho a una sola figura, a un solo lado.

El 2 de octubre no se olvida, y tampoco se olvidará este 30 de septiembre, porque nos recuerdan algo básico y sencillo: la democracia es mucho más que respaldar a un gobierno es las urnas. Antes bien, la sociedad a quien gobierna es la más observadora de sus jueces y debe estar dispuesta a recordárselo cuando sea necesario.

@plumasatomicas

 

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