Una tarde del 18 de octubre de 1963, la ciudad de México fue electa como sede, tras derrotar a Detroit, Lyon y Buenos Aires, para tener los Juegos Olímpicos de 1968. Parecía que todo era algarabía y felicidad por albergar un evento de tal magnitud, sin saber que el panorama pronto cambiaría.

Los años sesenta fueron un punto de quiebre de muchas cosas alrededor del mundo: la construcción del Muro de Berlín, la llegada de John F. Kennedy a la presidencia de los Estados Unidos y Neil Armstrong llegó a la Luna, México no fue la excepción. La “Matanza de Tlatelolco” fue sin lugar a dudas lo que más conmocionó a la gente que ya esperaba con ansias los Juegos Olímpicos.

Estando de viaje, Díaz Ordaz dio libertad de acción al secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, quien instruyó al ejército para que entrara a las instalaciones de San Ildefonso, lo cual derivó en el encarcelamiento de un gran número de estudiantes.

La idea de que los estudiantes eran grupos ideológicos comunistas no abandonaba la mente de Díaz Ordaz. Ante sus ojos, el objetivo principal de ellos era evitar que se llevaran a cabo los Juegos Olímpicos, que ya habían puesto de por sí en la mira internacional todo lo que ocurría en México, se rumora que, incluso, se pensó en declinar la sede de los mismos.

Fue así como se llegó a la tarde del 2 de octubre, la Plaza de las Tres Culturas recibiría un multitudinario mitin más. Los tanques del ejército ya rodeaban el lugar y a nadie le pareció entraño, los líderes comenzaron sus discursos y hacían hincapié en evitar caer en las provocaciones y mantener el acto con características pacíficas. Sin embargo, el batallón Olimpia, hombres de cabello muy corto y con un guante o pañuelo blanco en la mano izquierda empezaron a disparar desde el edificio Chihuahua, parecía que la idea era hacer creer al ejército que los propios estudiantes abrían fuego. Los soldados respondieron, la multitud quedó en medio de un fuego cruzado, cerca de cinco horas de tiroteo derivaron en miles de detenidos y un número desconocido de muertos.

“Hubo consigna clara de no dejar huella de lo sucedido en Tlatelolco. Se apagaron las luces y se cortaron los teléfonos del circuito. El ejército amenazó a los fotógrafos con despojarlos de sus cámaras si imprimían alguna placa. Se prohibió incluso el auxilio de las ambulancias. El bloqueo informativo incluía a los hospitales. Fuera de Tlatelolco nadie se había enterado de lo sucedido” , según relata Krauze.

Sólo 10 días después, el 12 de octubre, el estadio de Ciudad Universitaria lucía pletórico, veía volar palomas y globos celebrando la unión y la paz entre los pueblos con el pretexto del deporte. Díaz Ordaz se llevaba una ovación al declarar inaugurados los Juegos, los medios seguían guardando silencio y la sociedad mexicana se negaba a dar la vuelta a la hoja.

Ese era el México que abría sus puertas al mundo a través de miles de atletas de más de cien países, la cordialidad y buen trato de los mexicanos quedaría en el recuerdo de todos ellos y se cumpliría así, de manera casi perfecta, el otro gran evento de ese año, 1968. Después de que la flama olímpica recorriera 13 mil 620 kilómetros, los cuales tenían como fin representar el trayecto que hizo Cristóbal Colón para descubrir América, Enriqueta Basilio tomó la antorcha, entró al entonces mítico estadio y dio una vuelta a trote sobre la pista de tartán.

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Las ovaciones no se hicieron esperar. Parecía que el mundo había olvidado lo sucedido aquella tarde del 2 de octubre. Miles de globos blancos fueron soltados por los espectadores mientras Queta se acercaba a su destino con la historia. Comenzó a subir las escaleras del estadio y el lugar se convertía en un manicomio, la gente nunca había visto algo igual. Norma Enriqueta Basilio Sotelo, originaria de Baja California, alzaba la mano con la antorcha en todo lo alto y encendía el pebetero olímpico que daba por inaugurados los XIX Juegos Olímpicos de la era moderna.

Estos juegos fueron significativos por el papel de la mujer en el deporte, ya que las mujeres han tenido que enfrentarse no sólo a la osadía de involucrarse en actividades dominadas por los hombres sino a la percepción por parte tanto de hombres como de mujeres, de que son excepcionales, etiqueta que si bien resultaría halagadora en algunas circunstancias, en estas no, pues refiere a una carencia de oportunidades para todos.

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Muchos estaban atentos al hecho como tal, ignorando la historia detrás. Esta mujer se convertía en la primera dama en encender el pebetero olímpico en la historia, diciéndole al mundo que las mujeres estaban presentes, decirle al mundo que el sexo femenino ha decidido conquistar el ámbito deportivo.

Si tomamos en cuenta un poco de historia, fue en el 766 a.C. cuando en la ciudad de Olimpia se llevaron a cabo los Primeros Juegos Olímpicos, cuando los romanos dominaban a los griegos. En esos momentos, el homenaje que se hacía al cuerpo masculino y la búsqueda de su perfección anatómica, hace ver que la participación femenina en estas actividades estaba vedada, sin embargo, hay algunos datos que muestran que en Esparta, las mujeres jóvenes practicaban gimnasia y carrera a la par que los hombres. También hay datos que hablan de la presencia de público femenino en este tipo de actos, sin embargo, ésta se daba en condiciones especiales:

“Sólo las mujeres solteras podían asistir a los juegos, y la pena para una mujer casada que observase a los atletas en acción era la muerte, pues los atletas competían desnudos, exhibiendo sus cuerpos como símbolo de perfección y dedicación”

Es fácil conocer un poco más de lo que se pensaba de las actuaciones de las mujeres en esos momentos de la historia gracias al énfasis en las pruebas de sexo a las que debieron someterse algunas atletas de las que se ponía en duda su femineidad ante sus potenciales deportivos, considerados propios de los varones. Éste era el panorama deportivo de la mujer en el mundo a su llegada a la justa veraniega que se realizó en México en 1968. Recordemos que en el futbol en particular, la mujer mexicana intervino abiertamente hasta 1970.

De acuerdo con la investigadora del tema, Sen Santos, en México , en el año de 1923 se creó el Comité Olímpico Mexicano (COM), pero la lucha femenina comenzó  cuando las primeras mexicanas compitieron en los Juegos Olímpicos, en Los Angeles 1932, con la participación de la lanzadora de jabalina María Uribe Jasso y la esgrimista Eugenia Escudero. En ese año también se efectuó el I Encuentro Atlético Femenino en el estadio de la Escuela Normal

  • En Berlín, 1936 las mexicanas no formaron parte de esta delegación olímpica como deportistas, pero por primera vez viajan tres mujeres con cargos directivos: Alicia Ojeda, María Uribe Jasso y Eva González.
  • En Londres 1948, fueron : Helga Diederichsen y Magda Bruggemann 100 metros de nado libre. Nadia Haro y Enriqueta Mayora competencia de florete. Magda Bruggemann 100 metros nado dorso y 400 metros de nado libre. Ivonne Belasteguigoitia clavados del trampolín de tres metros.
  • En Helsinki, 1952, hubo tres participantes: Amalia Yubi en lanzamiento de jabalina, Carlota Ríos e Irma Lozano en clavados.
  • En Melbourne, 1956, Gilda Aranda Rojas y Blanca Luz Barrón Serrano en natación y a Pilar Roldán Tapia en esgrima. Roldán, por primera vez hizo que una mujer compartiera en los medios el protagonismo con los deportistas varoniles, al finalizar en la cuarta posición del torneo de florete.
  • En esa misma década de los cincuenta, se inició también la actividad de mujeres como periodistas especializadas en deportes, la primera mujer que irrumpe realmente en el periodismo deportivo fue Isabel Ramírez, era basquetbolista y escribía en Excélsior.
  • En Roma 1960, participaron seis mujeres en total: María Teresa Adame (clavados); Pilar Roldán Tapia (esgrima), Blanca Luz Barrón Serrano, Silvia Belmar, Eulalia Martínez y María Luisa Souza (natación) y, en la delegación administrativa se contó con la asistencia de Rosa S. de Aréchiga.
  • En Tokio 1964, sólo fueron cuatro: Esperanza Girón (atletismo); Silvia Beldar, Olga Beldar y María Luisa Souza (natación).

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Es así como se llega a los Juegos Olímpicos en que México sería la sede, la asistencia de deportistas a estos Juegos fue importante, pues en total se contó con la participación de 5,516 atletas, de los cuales 781 eran mujeres y 4,735 hombres que pertenecían a 112 países. La delegación mexicana estaba compuesta por 312 deportistas, 266 varones y 46 mujeres, con lo que el número de participantes femeninas se incrementó más de 10 veces.

Es una época en que la mujer también hacía más evidente su eterna lucha por la identidad y el reconocimiento como persona. Una lucha que, a través de la equidad, trataba de darle un lugar en una sociedad que se había empeñado no sólo a encerrarla en un cajón sino, incluso, a sumirla en el anonimato que terminaba por perpetrarse en la invisibilidad.  Particularmente se trataba de un sector donde no sólo se ponían a prueba sus capacidades intelectuales sino que también debería desarrollar al máximo su potencial físico, algo que rompía por completo con todos los cánones que se le habían impuesto. Sin embargo, hay que ser claros, no obstante que en esos juegos el número de mujeres que participó fue impresionante, cuatro años después una vez más el número de mexicanas que representaba a su país disminuyó a la mitad dejando ver que posiblemente lo ocurrido en el 68 respondió a una especie de moda detonada por el hecho de ser el país anfitrión.

Todo ello se pudo ver reflejado en una prensa deportiva que buscaba su consolidación tras más de medio siglo de evolución lenta pero constante, muy a la par con el desarrollo del deporte en México.

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Así comenzaba una justa que los mexicanos y el mundo iban a recordar para siempre. La revolución cultural estaba en su apogeo, nada ni nadie podría detener las protestas que posiblemente se darían. El claro ejemplo fueron Tommie Smith y John Carlos, ganadores de oro y bronce en los 200 metros planos respectivamente, quienes subieron al podio para recibir sus medallas, sin zapatos y con el puño enfundado en un guante negro, en algo que fue conocido como el Black Power. Se entonaba el himno de los Estados Unidos y los atletas de raza negra levantaron la mano en todo lo alto y agacharon la cabeza por lo que posteriormente serían expulsados por su delegación.

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Por supuesto que no todo sería gris. A pesar de vivir momentos de mucha tristeza, llegaría un hombre que le abriría un camino de luz a los mexicanos que tan azotados estaban. Su nombre era Felipe Muñoz Kapamás, un hombre que realmente no era conocido en el mundo de la natación pero que sorprendió a propios y extraños. El Tibio, quien el 21 de octubre se clasificó como los mejores 36 del mundo en el estilo de pecho, llegaría a la Alberca Olímpica Francisco Márquez dos días después para nadar los 200 metros de la especialidad.

Los primeros 100 metros tenían al mexicano en cuarta posición pero al parecer los gritos y el júbilo de la gente le sirvieron para sacar lo mejor de sí y vencer en los últimos 25 al favorito, el soviético Vladimir Kosinsky, para convertirse en el primer y único mexicano en ganar una medalla de oro en natación y en la primera presea áurea para México en los Juegos Olímpicos.

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Esto le abriría el camino a Ricardo Delgado y Antonio Roldán, quienes también se colgaron la medalla dorada en una especialidad en la que siempre México ha destacado: el box. Las otras seis medallas que ganaría la delegación azteca, fueron obtenidas por Álvaro Gaxiola en los clavados, Pilar Roldán en esgrima y José Pedraza en la marcha, quienes ganarían plata. Y para completar, los bronces fueron ganados por Joaquín Rocha, Agustín Zaragoza en box y María Teresa Ramírez en la natación.

Estos hombres que representaron a nuestro país durante ese mes, se convirtieron en el equipo que más medallas ha ganado para México en lo que tiene de historia en los JO. Nueve medallas suena a muy poco pero es la triste realidad de nuestro país. Lo más cerca que se ha estado de romper esta marca, fue en Londres 2012 cuando se consiguieron siete preseas, de ahí en fuera no se ha hecho más.

Ofrecemos y deseamos la amistad con todos los pueblos de la Tierra, fue el lema de aquellos juegos que terminaron un 27 de octubre.  “El Son de la Negra”, “Guadalajara” y “Las Golondrinas” a cargo de mil mariachis, fueron las canciones que se tocaron aquel día después de un cuarto de hora de fuegos artificiales. Estados Unidos, la Unión Soviética y Japón lideraron el medallero, mientras que México ocupó la décimo quinta plaza.

Luego Avery Brundage, el en ese entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, habló en español desde el centro del campo, para declarar oficialmente la clausura: “Declaro terminados los Juegos de la XIX Olimpiada e invito a la juventud del mundo a reunirse, en cuatro años, en Múnich, para la celebración de los Juegos de la XX Olimpiada”.

Hoy algunas organizaciones e individuos buscan rescatar aquellos momentos de gloria. El pebetero olímpico ha sido maltratado por los asistentes a los juegos de futbol en el estadio Olímpico Universitario, la conocida como Ruta de la Amistad hoy ha sido remodelada pero ha perdido su razón de ser y así un incontable número de cosas que a la gente le gustaría ver como eran en aquellos tiempos.

Unos juegos bastante raros, envueltos en mucho morbo pero que en lo deportivo le dejaron muchas cosas buenas a los mexicanos, un precedente de que no sólo las grandes potencias mundiales podían organizar una justa como esta y brillar ante el mundo. Así terminó la historia en la que muchos estados alrededor del país fueron participes y en la la Ciudad de México olvidó por un momento la tragedia que se había vivido.

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