Todavía, a cien años de la Revolución mexicana, sus mitos recorren las calles: me acuerdo bien de las historias que contaba mi abuela, decía que los zapatistas eran bandidos, que lanzaban a los recién nacidos por los aires y los cachaban con sus ballestas; que violaban a las mujeres; que eran monstruos sobre caballo y bajo sombreros de paja.

La historia a mí me enseñó algo muy distinto; Zapata, fue un héroe de la patria, un mártir con un toque de pimienta, un hombre común al fin, pero con ideales; nadie me enseñó en la escuela sobre los monstruos que mi abuela contaba, y sin embargo una parte de mí confía en los ojos aterrados que tenía mientras contaba esos relatos.

Lo cierto es que nuestra historia está poblada de escenas borrosas, de vidrios empañados que culpaban al clima de arruinar la “transparencia”; de fantasmas, de mitos. Es curioso decirlo, porque a lo largo de mi vida, creí no ser testigo de ninguna de estas transformaciones de hombre a mito, y de mito a fantasma. Pero poniendo atención a nuestra situación, puedo decir que llevamos ya 11 años siendo espectadores de esa alquímica transformación.

Un día como hoy, hace once años, de la prisión de Puente Grande se fugó Joaquín Guzmán Loera, antes apenas un narcotraficante venido a menos que recaudó poder en su encierro, ahora, “El mayor capo en la historia” según la DEA.

El 9 de junio de 1993, en la frontera de Guatemala y Chiapas, fue capturado, luego de que el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo en el aeropuerto de Guadalajara el 24 de mayo de ese año, acelerara su búsqueda. Las múltiples condenas para “El Chapo” Guzmán sumaban 20 años, de los cuales sólo cumplió cerca de 9, antes de su huída en el penal de Puente Grande, ahora apodado “Puerta grande”.

A tan solo 40 días de que Vicente Fox tomara posesión, un grupo de autoridades carcelarias y vigilantes de los derechos humanos visitaron el Cefereso en Jalisco. Se dice que esta fue la principal distracción que permitió la huída.

Luego de que a las 9:45 de la noche pasara lista en su celda, “El Chapo” Guzmán desapareció. Se supone que se dirigió a la lavandería donde fue escondido en un carrito que transportaba la ropa sucia de los reos. Luego de eso, nada.

A las tres de la mañana se envió una alerta que daba la noticia que oscurecería el sexenio de Vicente Fox: “El Chapo” había escapado. Durante los siguientes días se registró el penal con la optimista idea de que estuviese escondido en algún rincón, sin embargo sólo se encontraron su uniforme y sus zapatos en el cuarto de máquinas.

La fuga de Joaquín Guzmán hizo evidente la corrupción de los sistemas carcelarios de nuestro país, tiempo después se supo de los privilegios que gozaba “El Chapo” mientras estaba encarcelado: decidía el menú de la prisión, recibía prostitutas, alcohol, tenía comunicación libre al exterior e incluso se dijo que entraba y salía de Puente Grande a placer.

62 personas fueron encontradas culpables de complicidad con “El Chapo” en su fuga, entre ellos, reos, custodios, e incluso altos funcionarios como el entonces director del Cefereso, Leonardo Beltrán Santana.

El escape de Joaquín Guzmán, curiosamente se empata con la llegada del PAN al gobierno de nuestro país, en los últimos 11 años, las plazas del narco se han modificado notablemente, los grupos se han dividido y multiplicado, al igual que la violencia en sus luchas, y el ahínco en la “Guerra contra el narcotráfico”.

Durante el 2001, los Arellano Félix manejaban 15 estados; los Carrillo Fuentes (Cártel de Juárez), manejaba 17; el cártel del Golfo manejaba Nuevo León, Tamaulipas, Tabasco y Chiapas; el cártel de Sinaloa sólo manejaba 5 estados.

Hoy, el Cártel del Chapo tiene presencia en Baja California Sur y Norte, Durango, Coahuila, Sonora, Chihuahua, Jalisco, Colima, Nayarit, Morelos, Guerrero, Veracruz, Oaxaca, Quintana Roo y Chiapas, reporta la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delicuencia Organizada (SIEDEO).

Seguro regresará fácil a su memoria la edición de noviembre 2011 de la revista Forbes, en la que se nombraba al “Chapo” como el hombre #55 más poderoso del mundo, calculaba que la fortuna de Joaquín Guzmán había llegado a los 1000 millones de dólares, sin duda una cantidad que sobrepasa lo acumulado en las arcas de los políticos corruptos y por supuesto de la gente trabajadora.

Pensando en estas cifras, sólo me viene a la cabeza una pregunta, ¿Cómo es posible que no se pueda rastrear tal cantidad de dinero? ¿Guardará “El Chapo” su dinero en cajas en los sótanos de sus múltiples mansiones? Sin duda es inocente pensar que si el hombre fue capaz de escapar de un penal de alta seguridad, es incapaz de crear un sistema de presta nombres, identidades ficticias y demás que le permitan ocultar sus bienes. Sin embargo, también es difícil pensar que el gobierno mexicano en colaboración con la DEA no haya sido capaz de atrapar al décimo hombre más poderoso de nuestro país, el segundo más buscado por el gobierno estadounidense, sobre todo considerando que el número uno en la lista negra estadounidense, Osama bin Laden, fue abatido el año pasado.

No puedo tampoco evitar recordar la entrevista de Carmen Aristegui a Edgardo Buscaglia en 2007 cuando hablaba de la cooperación internacional. El Chapo, según la SIEDEO, tiene tratos con organizaciones delictivas en la India, China, Honduras, Argentina, Venezuela, Costa Rica, España y por supuesto Estados Unidos, donde según la DEA introduce un 65 por ciento de la cocaína y drogas sintéticas; si es así, ¿Por qué la cooperación internacional mexicana se reduce a la colaboración con la DEA (responsables indirectos por cierto, del infame operativo “Rapido y Furioso”)?

En la entrevista antes mencionada Buscaglia menciona a la “Gobernabilidad”, un pacto de todos los entes políticos, de cualquier ideología, contra el crimen organizado: “Gobernabilidad quiere decir rendición de cuentas, gobernabilidad quiere decir mayor transparencia, gobernabilidad quiere decir menor poder de abusar de la discrecionalidad en el poder; gobernabilidad es una ensalada de factores que hace que un estado funcione mejor y tenga mayor efectividad; es la sociedad civil que empuja, obviamente tiene que haber una capacidad técnica-operativa de los actores dentro del estado: fiscales, jueces, unidades de inteligencia financiera, que trabajen como un engranaje coordinado contra la delincuencia organizada”-decía Buscaglia en la entrevista.

Si esto existiera, si las empresas, los bancos, los honestamente poderosos, se unieran, tal vez la triangulación de sus testimonios ubicaría al capo más buscado del mundo. Sin embargo, esto parece más una falacia, y a decir verdad, todo el espectáculo de la Guerra contra el Narcotráfico, las entrevistas, los rumores, las fuertes declaraciones de estrellas como Kate del Castillo, han hecho del Chapo Guzmán una historia cuasi folklórica, un mito de nueve mil cabezas que va y viene dentro y fuera de nuestro país, como si de un ciudadano libre –pero muy poderoso– se tratara.

Comencé este texto hablando de las leyendas negras de los zapatistas: imagino a mi abuela en plena Revolución, escondida, temblando ante la idea de que los zapatistas se la robaran. Era plena guerra, era, la masacre de miles, la batalla en su máxima expresión. La Revolución pasó hace cien años, la recordamos como el histórico y positivo cambio de nuestra sociedad, celebramos con monumentos a sus héroes, personas de las que realmente sabemos poco, pero de quienes nos han contado mucho. Hoy vivimos una guerra activa, una batalla, en su extraña, pero máxima expresión, la masacre de miles es ya un hecho innegable. Podríamos decir que vivimos una guerra que no es una revolución porque carece de ideales, pero que bien podría cambiar, y que está cambiando, nuestra forma de vida y las estructuras de este país.

¿Qué pasará en cien años? ¿El personaje de “El Chapo” Guzmán se convertirá en qué? ¿Cómo lo narrarán las abuelas, los libros de historia? ¿Qué será de México en cien años si entre las diez personas más poderosas del país, se encuentra un desalmado delincuente, como dice el mito; un fantasma irrastreable que mueve los intereses del país a voluntad?

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