Noruega ha recordado ayer a las 77 víctimas del atentado en Oslo y la isla de Utoya.
Hace un año el ultraderechista Anders Behring Breivik hizo explotar una bomba en el centro de Oslo, la capital del país nórdico. Luego, mientras la policía se movilizaba hacia el lugar del atentado, Breivik abordó una lancha y se dirigió a la Isla de Utoya, en donde masacró durante más de una hora a los jovenes de la juventud socialdemocrata, el partido en el poder, que se reunian como cada año en la isla.
Breivik mató ese día a 77 personas, la mayoría jovenes del Partido Laborista.
Ayer a un año de distancia, el primer ministro noruego, Jens Stoltenberg, encabezó un acto de homenaje a las víctimas frente a la sede del Gobierno, no hubo señales de duelo. Ni banderas a media asta, ni crespones negros. Como hace un año, el pueblo noruego respondió a los antetados con unión y apertura: “Contra la violencia, más apertura y más democracia. La bomba y las balas que utilizó Breivik querían cambiar Noruega. Los noruegos, no obstante, hemos estado a la altura y hemos mantenido nuestros ideales. El asesino fracasó, el pueblo ganó”, dijo Stoltenberg en su discurso.
Los asistentes al acto evitaron citar el nombre de Breivik. Stoltenberg solo se refirió a él como “el autor de la masacre”. Breivik no logró cambiar a una sociedad fundada en la tolerancia, pero algo ha cambiado en Noruega después de los atentados.
Pequeños detalles lo demuestran: no resulta extraño ver a policías armados, algo excepcional hasta el pasado año, y este año el campamento laborista de la Isla de Utoya ha sido suspendido. La burbuja Noruega se ha roto, pero el pueblo nórdico ha respondido, ante la barbarie, con flores, tolerancia pero también la exigencia pública de un endurecimiento del sistema penitenciario que podría condenar a Breivik a tan sólo 21 años de cárcel.