Unas de las principales razones por las que la Suprema Corte rechazó la iniciativa panista de realizar una consulta ciudadana sobre el salario mínimo es que éste no sólo es el más bajo de los sueldos que, por ley, pueden pagarse, sino que también funciona como unidad de medida para establecer multas y sanciones.

Por supuesto, este motivo es más que ridículo y no parece un buen argumento para que no nos pongamos a discutir un tema de lo más urgente como el salario mínimo y las estrategias que podrían seguirse para levantarlo. En realidad, fueron los legisladores los que ataron de manos a los ministros de la Corte, pues la forma en la que redactaron la ley prohibe que se realicen consultas que intervengan con las leyes de egresos e ingresos de la Federación. En pocas palabras, la ley prohibe hacer consultas básicamente sobre cualquier asunto de dinero.

En todo caso, el primer paso para iniciar una discusión realmente seria sobre el salario mínimo consiste en liberarlo de trabas secundarias.

El gobierno del Distrito Federal no ha tardado en sacar provecho del capital político que significaría iniciar la limpieza de estorbos secundarios y burocráticos que mantienen al salario mínimo fuera del alcance de una discusión importante y ha publicado la flamante Ley de la Unidad de Cuenta de la Ciudad de México que justamente lo desvincula de multas, montos de impuestos y esa clase de cosas.

Mancera también aprovechó para reiterar su iniciativa de elevar el salario mínimo a 82.86 peso diarios, aunque deja la tarea de revisar (y aceptar) la viabilidad del proyecto a la Asamblea Legislativa. Por si el proyecto no se materializa en una obligación para todo patrón, Mancera propuso premiar a los que sí paguen ese mínimo a partir de enero.

Sin embargo, aunque lo proponga una o mil veces, una discusión real en torno al salario mínimo implica mucho más que su liberación de trabas como aquellas. Implica también que el gobierno esté dispuesto a tocar lo más importante para las empresas: sus utilidades. Ese es un reto difícil de asumir para cualquier político, aunque no puede evitarse si de verdad se quiere lograr.

Para elevar el salario mínimo, se debe derrumbar el argumento de las empresas que afirman que una reforma así afectaría profundamente sus utilidades pero, al mismo tiempo, debe mantenerse un panorama atractivo para las inversiones y ese sólo puede ser crecimiento. Ese malabar es complicado aunque no imposible. Hará falta mucha inteligencia para poder sortear los obstáculos pero sólo así  los mexicanos lograrán un salario mínimo digno que pueda reactivar nuestro mercado interno.

Eso sí, el que se aviente, en serio, ese tiro, será el que logre hacerse de esa jugosa ventaja política.

@plumasatomicas

Vía: Excelsior

 

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