San Francisco es una ciudad que vive en una especie de eterno invierno o semi primavera. A pesar de estar justo a la mitad del verano el viento que llega del mar a veces hace pensar que octubre nunca se ha ido. Y sin embargo, lo cálido de la gente que vive en la ciudad hace que uno se sienta atraído a ella cada vez que se cruza la calle.

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Ahora, después de 7 años de celebrar su festival musical, el Outside Lands, hay un imán extra y ese se siente también en las calles y en el metro: como en cada festival que se precie, la ciudad que lo aloja se siente viva de manera diferente. En San Francisco, venimos de la mano de Azul Centenario y la gente se ha apropiado ya el Outside Lands y las invitaciones para pasarla bien ahí se encuentran en todo lados.

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Al revisar la alineación de este año se confirma que poco a poco este festejo heredero de mucha de la experiencia adquirida en su festival primo, el Bonnaroo de Nashville -que también organiza Another Planet- no solamente aparecía mucha de la emoción de quien va por primera vez a un festival sino que se confirmaba una tendencia que acomoda al Outside Lands en una pequeña vanguardia. No es que sea mi primera vez en un festival masivo fuera de México. Ni siquiera es mi primera vez en el Outside Lands. Pero sí es la primera vez que veré a uno de los músicos a los que respeto más y que, para hacerla más de emoción pensé que no vería jamas: Tom Petty.

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Más o menos lo mismo ocurre con Spoon, que se me habían escapado ya varias veces y con Kanye, quien me debía un concierto en forma (es historia larga y no es este el momento de contarla).

La teoría que se confirma en el cartel de este año es que la música se escucha de manera distinta y a ello responde el “diseño” de los escenarios. En el caso del Outside Lands el viernes tuvo en el Lands End (el más grande de todos) una fiesta de electrónica y hip hop que cerró con Kanye a toda caña, retumbando el suelo con el Yeezus en versión casi solista-enmascarado: el muchacho salió al escenario con una máscara que no solamente le cubría (naturalmente) el rostro, sino que al mismo tiempo era una especie de disco ball parlante… o por lo menos eso se detectaba a lo lejos pues, también era de esperarse, el 90% de los que pagaron su boleto estaban ahí en punto de las 8:20 de la tarde. Hubo gente que desde muy temprano, ya cuando Holy Ghost! armaba un mini rave bajo el sol de la hora del postre, apartó lugares muy al frente con camisetas que mostraban a Kanye con el rostro envuelto en un pasamontañas o con la leyenda Yeezus de lado a lado.

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¿La tocada? La verdad desconcertó (para bien) a muchos. Kanye hizo sonar muy industrial el asunto, con algo de ruido escondido y en un plan solista (repito) que centraba toda la atención en su voz y en lo que de vez en vez platicaba con el público que, por otro lado, aplaudía todo lo que el muchacho hacía. ¿La razón? Lo estaba haciendo muy bien. Tampoco es que fuera la cereza del pastel en la fiesta que había comenzado con Holy Ghost! porque el ritmo, insisto, estaba más oscuro de lo acostumbrado (quizá hasta algo rabioso), pero no desentonó nada escucharlo ahí y así.

Lands End fue entonces la región del mini rave (y ni tan mini, parece que estábamos ahí más de 70 mil personas: los boletos se agotaron el martes pasado) pues primero tuvimos a los retumbones Holy Ghost! que se aventaron casi completo el Dymamics haciendo ver por qué la DFA trabaja con ellos: ponen a bailar hasta al más sobrio. Después de haber revisado el pop de Bleachers en el otro escenario, el Twin Peaks; después de haber saboreado sus coros, que las chamacas cantaban con emoción de juventud sin mancha; después de menear la cabeza para sacudir el polvo de la entrada al Golden Gate Park y entonarse con sus rimas; después de todo eso, la lluvia de beats de Holy Ghost! fue como el despegue oficial de la nave Outside Lands.

Baile gozoso y pies descalzos que se dejaban consentir en una extrañamente calurosa tarde en San Francisco. Coronas de flores que se peleaban con sombreros vaqueros y que volaban a cada remate de las rolas del Fantasma Bendito!. Fiesta y caderas que se iban aceitando para dar el salto mortal al ochenterismo no menos bailable de los chicos de Chromeo.

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Mientras en el Twin Peaks Warpaint le entraba acariciando las gargantas de quienes se lanzaron hasta allá y mientras su ligerísima pero muy notoria psicodelia se entonaba entre sus fans, Chromeo -del otro lado de un pasillo gigantesco que separa a esos dos escenarios- le entraba a la fiesta del guitarreo ochentero mezclado con beats que a veces suenan a disco y otras a lo más rasposo de Michael Sembello, ese del “Maniac” de Flashdance. Es decir, en vivo se reafirma su inclinación al pop de sintetizador de los ochenta más fresas y reventados, pero sí están del otro lado del arco iris en donde habita la gran herencia de Giorgo Moroder. Eso sí, de que se armó la pachanga, se armó la pachanga.

Teegan and Sara se me enredaron a la hora de la pizza y salieron volando del plan del viernes para que después las aplastara una rebanada de anchoas y pimiento verde y, la verdad, algo parecido le pasó a Typhoon que a pesar de todo se escuchaban ahí detrás de los árboles dándole a ese rock suavecito casi montañés que por estos rumbos gusta tanto.

Los chavos la tenían difícil no porque su onda hippie no guste (estaban tocando quizá en la ciudad más indicada para ellos) y tampoco porque lo estuvieran haciendo mal o su violín estuviera desafinado, sino porque en verdad la movilización que provocó Kanye fue más que masiva.

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De lo mismo sufrieron Tedeschi Trucks Band, aunque eso arrojó ventajas. En su escenario (el Sutro) eramos pocos los convocados, pero eso no detuvo a esta orquesta blusera y negra hasta el tuétano de entregar una puesta de sol muy cálida. Y es que no es común tener a 11 músicos en el escenario (trombones y saxofones incluidos) y de repente hacer gala de minimalismo en el blues, armando canciones sólo con aplausos o nada más con un órgano ultra psicodélico sonando como si fueran tambores.

Ahí estábamos los pocos que sabíamos que a Kanye se le veía porque se le veía y no había prisa para llegar hasta donde él estaba.

Quizá era la esperanza de ver en el mismo escenario a Beyoncé o a Jay Z (Bey & Jay) que según cuentan casi tiran abajo el AT&T Park en su concierto esta semana en San Francisco. Quizá era que simplemente el fenómeno es realmente grande. El hecho es que sí, mucho más de la mitad de la asistencia de hoy se movió al Lands End ignorando la muy bonita coincidencia de tener en el escenario Twin Peaks a los Arctic Monkeys.

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Lo que quiero decir es que si se fijan bien, muchos de los filtros punk de los Arctic suenan a la música con la que le gusta jugar a David Lynch, quien inmortalizó el nombre Twin Peaks en una de las series más perversas y oscuras que la tele ha tenido jamás. Además, si de perversidades y oscuridades hablamos, el concierto en el Outside Lands de los Arctic Monkeys tuvo las dosis necesarias para lucir un poco distinto el AM.

A veces parecía que simplemente estaban tocando más lento, que se separaban un poco de esa inclinación a The Who que tanto me gusta. Otras veces parecía que no estaban haciendo mucho, pero a la hora de alargar las canciones y de hacer zumbar a la batería esa que hace sonar gigante Matt Helders (será que es dj y sabe cómoi multiplicar los sonidos), se notaba que estaban echando la casa por la ventana.

Sí, dieron un par de respiros, uno de ellos con una bonita versión de “Snap Out of It”, pero cuando regresaban a retocar lo que Helders engordaba en la batería, se dejaba ver otra fiesta distinta a la que estaba rematando Kanye, más rockera claro, completamente envaselinada y con un toque de misterio bien sabroso.

Las chicas casi gritaban aquí cada vez que Alex Turner se acomodaba el cabello (una vez hasta sacó su peine de la bolsa trasera del pantalón) y allá, del otro lado del pasillo hacían lo propio cada vez que Kanye saltaba y dibujaba su silueta en las pantallas rojas de su escenario.

Los chavos tocaban guitarra de aire en Twin Peaks cada vez que los Arctic le entraban a solos fugaces y rapidísimos, y allá levantaban las manos y ponían cara de malos cada vez que Kanye se tiraba al suelo para que lo levantaran.

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El ganón, como era de esperarse, fue Kanye, que tuvo un espacio de 20 minutos para él solo sin los Arctics haciendo sombra y cinco minutos más una vez que aquellos habían terminado. Se ve que se las sabe todas.

Sin embargo, si a mí me preguntan, ellos dieron la tocada del día.

Mañana es el turno de Tom Petty, pero hay varias cosas que se tienen que revisar antes de que el sol desaparezca.

Outside Lands en marcha.

 

Por: Erick Estrada

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