Por Tamara Velasquez
En unas semanas, Brasil se enfrentará a la segunda vuelta de una elección decisiva. La población brasileña tendrá que decidir entre la continuidad o algo mucho peor. Si los resultados de la segunda vuelta llegan a ser parecidos a los de la primera, es probable que el ultraderechista Jair Bolsonaro derrote a Federico Hadad, candidato del PT, el partido de centro-izquierda que gobernó Brasil por gran parte de la última década y media. Si eso efectivamente ocurre, las repercusiones para Brasil y para América Latina podrían ser desastrosas.
Bolsonaro es un exmilitar, que consistentemente ha defendido las atrocidades cometidas por la dictadura que gobernó Brasil entre 1964 y 1985, y ha expresado admiración por figuras como Pinochet, incluso llegando a decir que el error de Pinochet fue torturar en vez de asesinar disidentes. Ha expresado en numerosas ocasiones opiniones sexistas, racistas, y homofóbicas, diciendo cosas como que preferiría un hijo muerto a un hijo LGBT. Ha prometido “ponerle fin” al activismo en Brasil, y quiere reformar la constitución para darle un mayor papel al ejército en la toma de decisiones.
Bolsonaro ha sido llamado el Trump brasileño, y como Trump, constantemente incita a la violencia y a los sentimientos de odio, generando actos violentos por parte de sus seguidores. Sin embargo, las similitudes no terminan ahí. Según el hijo de Bolsonaro, la campaña ha sido asesorada por el neoreaccionario Steve Bannon, estratega político que fue clave en la victoria de Trump, y exeditor de Breitbart, publicación central para el ascenso del neofascismo del siglo XXI. Sin embargo, Bolsonaro niega la conexión.
Por ende, tenemos que ver a Bolsonaro como parte de un ascendiente autoritarismo de derecha con dimensión global. Si queremos saber qué ocurriría en un Brasil gobernado por Bolsonaro, basta con sólo ver a países que ya han caído bajo su hechizo. En Filipinas, Rodrigo Duterte ha encabezado un régimen brutal y represor, comparándose a sí mismo con Hitler. Por otra parte, Viktor Orban en Hungría ha promovido un programa político de tinte racista, nacionalista y xenofóbico que ha buscado reprimir al periodismo y a la sociedad civil. De ganar, Bolsonaro importaría esta forma de hacer política que ya tomó fuerza en EEUU, Europa, y Asia a América Latina y le daría legitimidad.
El peligro de una ascendiente ultraderecha en América Latina le pone a la izquierda progresista emergente en la región la obligación de ofrecer algo distinto, sobre todo tomando en cuenta que en varios casos casos las personas emiten votos por figuras como Bolsonaro como voto de protesta ante una frustración con el statu quo. Ahora, más que nunca, es que debemos consolidarnos como una alternativa real con propuestas que hablen a la población, creando movimientos que vayan desde abajo, organizando y empoderando comunidades.
Por suerte, en Brasil ya empieza a surgir el tipo de movimiento que puede ser la antítesis de una nueva “alt-Right” latinoamericana. En los últimos años han surgido coaliciones sociales progresistas como Ocupa Política, Muitas, o la Bancada Aitivista, movimientos principalmente liderados por mujeres, multiraciales, y socioeconómicamente diversos. Estos movimientos orgullosamente toman la bandera del legado de la gran Marielle Franco, política progresista local de Río de Janeiro asesinada brutalmente en marzo de este año, y sus esfuerzos han rendido frutos con victorias en la Asamblea Local de Sao Paulo y Minas Gerais. De igual manera, las movilizaciones masivas que han liderado grupos de mujeres y colectivos feministas contra Bolsonaro también ofrecen esperanza. Sin duda, el legado de Marierlle y los movimientos emergentes en Brasil deben ser la política a la que aspiramos: una política abierta, horizontal, innegablemente feminista en sus formas y contenidos, y que se fortalece con su diversidad.
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Tamara Velasquez es integrante de Wikipolítica CDMX, una organización política sin filiaciones partidistas .
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