Por José Ignacio Lanzagorta García

Es, por lo menos, curioso. Por no contar los tuits, de vez en vez, en alguna columna de opinión de algún periódico, en alguna mesa televisiva de análisis, alguien suele lanzarse contra la Comentocracia. Así, en abstracto, en mayúscula y sin adjetivos. Y sí, lanzarse en contra. Es que el término “comentocracia” no se usa si no es para aleccionar, reprobar, desdeñar o de plano denostar a los comentaristas de la coyuntura. La Comentocracia sólo es así, en general y aglutinante: se trata de repartir un saco de talla universal. Tal vez por eso es tan atractivo hablar de ella, tal vez por eso tiene tal magnetismo comentar sobre la Comentocracia. Y es que encima tiene la virtud de que el o los aludidos pueden simplemente esquivar el saco pues aprovechan que le quedará a más de uno. O, más aún, antes que ponérselo resulta mejor adherirse a la arenga contra la Comentocracia. No vaya a ser que se lo pongan a uno ahí.

La Comentocracia son, pues, los otros. Sería algo así como la versión elitista y petulante del Pueblo: esa masa uniforme con una torpe voluntad general y de la que todo mundo habla con condescendencia pero rara vez para incluirse. Acá no es lo mismo pero es igual. No es condescendencia, es sorna. El comentócrata es el iluso arrogante que cree que su opinión importa, ja. El trasfondo de todos sus comentarios es simplemente su deseo de comentar, de figurar, cosa que los nivela a todos a lo mismo, a una misma clase. Qué más da todo lo demás. Encima, la Comentocracia tiene esta manía de estar siempre equivocada, de pasar por alto lo obvio, de responder a intereses ocultos, de estar desconectada de la realidad, de ser ingenua y tonta, arribista y oportunista, ignorante y tendenciosa. Quien habla de la Comentocracia habla más contra sus intenciones imaginadas que contra sus razones publicadas.

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Imagen: Shutterstock

Hablarle a la Comentocracia es fácil y poderoso. Se invoca a nombre de la Comentocracia  la suma del chayote que recibe aquella, con la estupidez que escribió aquél, en el marco de la cuestionable postura ética de Sutano, descrito con la siempre inconsistencia argumentativa de Mengana y la autoridad moral de Santo Borondongo. La Comentocracia se construye a partir de imaginar y sin aludir el peor texto de opinión posible como universal y más representativo de todos los opinadores… bueno, hey, sólo a quien le quede el saco. Tú no, mira, tú siempre estás en desacuerdo conmigo, pero por lo menos lo haces bien, lo decía por los otros, ¿ya sabes quiénes?, por la comentocracia de siempre. A lo mejor entre tanta pedacería ese saco no le acaba quedando a nadie más que a los detractores de cada uno de estos columnistas que verán en la Comentocracia al objeto de su rabia como el o la más digna representante. Por eso será que criticar a la Comentocracia da tanto clic.

Qué inútil es aleccionar a la Comentocracia: que un llamado a que lo hagan bien, que un llamado a que sean serios, que ya acepten esto o que renuncien a lo otro. Ah, bueno. Esa abominable columna imaginaria no se volverá a escribir. ¿Será? Quien habla de la Comentocracia sólo está hablando de uno mismo, de distinguir artificiosamente su voz de la conversación pública a partir de la creación retórica de un fantasioso colectivo; de, justamente, denigrar la conversación pública.

Yo no sé si existe la Comentocracia. Ciertamente existe un campo, muy ampliado y atomizado –y, por tanto, desvalorizando cualquier capital que se pueda acumular en él… y qué bueno– en la década reciente con las nuevas plataformas de interacción social, del comentario sobre la coyuntura. En este campo, algunas voces capitalizan audiencias y consiguen más canales masivos para hacerlo. Otras consiguen los canales por otros caminos, logrando o no atraer audiencias. Otros conservan nichos y burbujas más pequeñas donde su voz le da forma a una conversación valorada dentro de un entorno más pequeño. Seguro que se trata de un campo donde, como casi cualquier otro, se libran batallas por el prestigio y otros reconocimientos, donde se imponen algunas reglas implícitas y mecanismos para jugar. Mientras tanto, en la arena de esto, ocurre la conversación, las más de las veces caótica, que, sin embargo, consigue ordenar temas, asuntos y lineamientos de lo que va modelando nuestra vida pública. Hablarle a la Comentocracia, pedirle cosas, es como hablarle al Pueblo o al Estado.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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