Por José Ignacio Lanzagorta García

Motivado por algunas notas de prensa, fui a darme una vuelta por la casa de campaña del que hoy la suma de la formalidad jurídica y la prudencia periodística llaman el “virtual presidente electo”. Para mi suerte, al momento en el que llegué, se encontraba Marcelo Ebrard dando una conferencia de prensa con Andrés Manuel López Obrador a sus espaldas en las escalinatas del pórtico interior de la casa. La prensa se encontraba dentro del patio y los mirones afuera, en la banqueta, separados por unas rejas. Éramos tantos que llegábamos a obstruir parcialmente el paso de la pequeña calle de Chihuahua. Todos queríamos tener un vistazo del próximo presidente, quien lucía con una ligera y discreta sonrisa, de vez en vez mirando también hacia fuera y no sólo a la prensa. Un niño se trepó en un árbol para mirarlo mejor. Las expresiones y comentarios de las personas a mi alrededor iban entre la curiosidad y una auténtica emoción.

Entre las personas que se encuentran todos estos días en esa esquina de la colonia Roma, muchos, algunos provenientes de puntos muy distantes de todo el país, se han acercado para entregar su curriculum a la administración entrante. Los reciben todos, pero les explican que no pueden comprometer nada, dicen. Otros llevan demandas muy concretas: problemas jurídicos, problemas políticos, problemas locales, incluso problemas testamentarios. Una nota del diario Reforma muestra a un señor que lleva consigo una foto impresa en un marco elegante de madera donde se le muestra a él junto con Andrés Manuel. Dice que cuando el entonces candidato (¿o sería todavía en calidad de “aspirante”?) visitó su comunidad, le dijo que fuera a verlo tan pronto ganara la elección. Y ahí está, apostado frente a la casa de campaña y hasta con equipo para pasar la noche en la calle si es necesario, pero dice que esperará a que lo reciba personalmente.

Andrés Manuel construyó una cercanía con la gente, con nosotros, con quien quisiera acercarse, inusitada en la historia reciente de México. Desde su presencia diaria en las conferencias de prensa matutina en la Ciudad de México, sabemos que López Obrador no es una figura difícil de encontrar. Y luego vienen las grandes épicas de sus campañas que algunos de sus detractores tanto aborrecen. Entre 2007 y 2009, López Obrador se propuso y logró pisar todos los municipios del país bajo régimen de partidos. Más de dos mil plazas, más de dos mil discursos, más de dos mil recorridos dando la mano, saludando gente, escuchando demandas, visitando territorios donde no suelen entrar los políticos, comiendo en tantos paradores. Y luego lo volvió a hacer.

En una entrevista con Jorge Ramos, ambos salen al Paseo de la Reforma, cerca del Ángel, donde continúan con la conversación. Son interrumpidos una y otra vez por quienes se acercan a saludarlo. No suele ser sorpresa en sus rostros. Hay alegría, hay entusiasmo, pero el tono en sus voces es el de la familiaridad, el de la cercanía. Enrique Krauze lo bautizó en 2006 como el “Mesías tropical”. Los detractores se volvieron locos con este término al que en estos 12 años no lo han dejado ni por un respiro. No faltarán entre sus millones de simpatizantes quienes lo miren así, pero me parece que no suele ser una deidad la que miran, ni siquiera un caudillo, tampoco un “tata” como los más clasistas han querido sugerir. Si alguna vez representó esto, creo que López Obrador se convirtió más bien una suerte de compadre universal. De todos: sí. Incluso de las familias privilegiadas del país, pero no especialmente de ellas y sólo si están dispuestas a salirse también de sus fortificaciones.

Candidatos electos de Morena

Tras su victoria, se rompe el abismo, la distancia simbólica e incluso física entre gobernantes y gobernados. López Obrador sabe que el levantamiento de barreras es lo que podría romper el encanto. De ahí su insistencia en no atrincherarse en Los Pinos, de no emplear al Estado Mayor Presidencial, de intentar mantener su vida en un departamento. Sin embargo, las filas de personas buscando una audiencia con él son una gran alegoría de su mayor reto ahora: administrar. Eso implicará, sin duda, un gran número de decepciones, de rupturas, de impaciencias.

López Obrador anunció que llevará a cabo una nueva gira nacional antes de asumir el cargo con el fin de presentar su plan de gobierno. El soporíferamente largo período de cambio de administración, rareza mexicana, le permite esto. Algunos analistas insisten en que López Obrador no sabe más que estar en campaña y que es eso lo único que podemos esperar para los próximos seis años. Sin duda, es esa cercanía tan sólida entre él y “el pueblo” su mayor capital y su mantenimiento puede servirle a fines que los asustadizos temen. También es el levantamiento de una súbita distancia la que puede desmoronar su legitimidad. Desde el optimismo, prefiero pensar que esta gira es una gran oportunidad para que López Obrador aproveche ese “compadrazgo”, para “pedir licencia” de una relativa, sana y prudente distancia. El estratega podría ver en esta última gira un paso fundamental y calculado para la construcción de gobernabilidad de un proyecto que requerirá tiempos, paciencia. Paciencia, sí, porque entre la fila de solicitantes en la colonia Roma y sus detractores que ya proclaman que el que ni siquiera es formalmente “presidente electo” se desinfla, estamos todos que se nos cuecen las habas.

*****

José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

Todo lo que no sabías que necesitas saber lo encuentras en Sopitas.com

Comentarios

Comenta con tu cuenta de Facebook