Por Diego Castañeda

Según una vieja leyenda económica, las economías pueden volverse más competitivas si éstas tienen tasas impositivas más bajas. Según el mito, las economías ganan competitividad de esta forma, al hacer dicha economía más atractiva para la inversión. En realidad esta noción no es del todo correcta, si bien existen niveles de impuestos que pueden ser tan altos que estén en detrimento de la actividad económica (e incluso terminen por disminuir la recaudación) la realidad es que en la larga historia económica de los países es muy raro encontrar casos de países que se desarrollen sin contar con un Estado que tenga los recursos suficientes para invertir en bienes y servicios públicos, infraestructura y demás necesidades. Parafraseando al gran economista ingles Tony B. Atkinson, “el desarrollo es caro”.

Sin embargo, a pesar de que la literatura económica no encuentra una relación negativa entre impuestos y crecimiento y, de hecho, encuentra una relación ligeramente positiva en la medida que estos recursos se gastan en educación, salud, etcétera, el mito sigue vivo. Especialmente entre grupos empresariales alrededor del mundo que empujan a los países a una carrera hacia el fondo, con consecuencias severas en la capacidad que los países tienen para hacer políticas públicas y, en específico, en sus efectos en la desigualdad. México no es la excepción, el virus de la competitividad vía bajos impuestos está muy presente.

En México, este mito se difunde ahora por conducto de la propuesta de una reforma fiscal por parte de la Coparmex. La propuesta tiene algunas buenas ideas (como la necesidad de mejorar el cobro de impuestos prediales y de hacer una verdadera reforma al gasto público); no obstante, es problemática en su tratamiento fiscal. Reducir la tasa corporativa, extender el IVA a productos adicionales, modificar el tratamiento de los impuestos sobre dividendos  y redistribuir en lugar de escalar de forma progresiva el ISR, son ideas que pudieran  tener buenas intenciones, pero están equivocadas.

México es un país que no cuenta con la fortaleza fiscal para hacer frente a las necesidades de su desarrollo: mayor inversión pública, mejoras en servicios públicos, pensiones, por poner algunos ejemplos. Perder capacidad fiscal, como algunas de estas medidas ocasionarían, resultaría en una amenaza a la estabilidad de las finanzas públicas y, además, una perdida de capacidad de acción por parte del Estado.

Aunado a lo anterior, es una idea errónea pensar que tasas de impuestos menores harán al país más competitivo. Un ejemplo de ello se encuentra en la siguiente imagen.

Fuente: Elaboración propia con datos de World Bank World Development Indicators.  Incluye todos los países con más de un millón de población.

La gráfica nos muestra que, en general, los países de mayor ingreso per cápita tienden a tener recaudaciones fiscales mayores, no menores. Estos países rondan entre los 30 y 40 puntos del PIB (el círculo rojo) con notables excepciones como Noruega (arriba del 50 por ciento del PIB) o Estados Unidos (un poco debajo de los 30 puntos). Por otro lado, México —con sus ingresos fiscales, petroleros, cuotas de seguridad social y otros— apenas ronda unos 22 puntos del PIB. Este fenómeno puede ser objetado usando el argumento de que los países ricos tienen menos informalidad que nosotros, lo que es cierto, sin embargo, la informalidad no es un asunto que se resuelve recaudando menos.

El fenómeno que explica que entre más rico un país más recauda impuestos es conocido como la Ley de Wagner (por el economista alemán Adolph Wagner) y lo que nos dice es que conforme la población es más rica demanda más y mejores servicios del gobierno, hecho que obliga a una mejor recaudación. Repito, es importante recordar que el desarrollo es caro.

Fuente: Jon Bakija

Si observamos la gráfica de arriba, elaborada por el economista Jon Bakija, podemos observar que para los países ricos del OECD el efecto de mayor recaudación fiscal con crecimiento económico tiene prácticamente un efecto nulo, la regresión lineal apenas produce un efecto marginalmente positivo. Tomando en cuenta las dos gráficas podemos ver que el argumento de la competitividad vía bajos impuestos no tiene mucha substancia.

Lo anterior nos deja con una pregunta más importante: ¿qué sí hace a los países ser “competitivos”? La respuesta no es fácil, pero es una combinación de capital humano que requiere educación de calidad para acumularse, es impulso al desarrollo tecnológico, es mayor inversión tanto pública como privada que permita sostener tasas más altas de crecimiento y, por lo tanto, mayores oportunidades de negocio y de trabajo y, de forma transversal a todas éstas, es mejor infraestructura.

Nociones como que para ser competitivos tenemos que tener una mano de obra barata o tener impuestos bajos son peligrosas. Lejos de ayudar a que un país se mueva en dirección a un nivel mayor de desarrollo, los hacen más propensos al estancamiento económico. Si queremos apostar por la competitividad del país tenemos que apostar por un Estado fuerte con los recursos fiscales suficientes para financiar los costos del desarrollo económico. Las leyendas de que para ser competitivos tenemos que tener tasas más bajas que otros países o que la inversión no llegará en suficiencia a causa de altas tasas tienen que dejar de seguir difundiéndose. Tasas de ISR más progresivas y elevadas en la parte alta de la distribución, impuestos más progresivos a las ganancias bursátiles, impuestos al capital y sobre todo impuestos locales, como el predial, son algunas de las herramientas que eventualmente tendremos que usar si deseamos evitar peligros como el de las pensiones e invertir más para generar un crecimiento mayor e inclusivo.

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Diego Castañeda es economista por la University of London.

Twitter: @diegocastaneda

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