Por Esteban Illades

Este domingo, México pasó otro triste registro: se convirtió en el cuarto país del mundo con más muertos a causa de coronavirus. Eso sin contar que los muertos oficiales, como han admitido las autoridades federales, están subregistrados.

Para efectos prácticos esto es una catástrofe. No puede celebrarse, como hacen algunos, que las cosas no estén peor –si la medida del éxito es que no haya cuerpos apilándose en las calles, la noción es retorcida– o que los hospitales no estén colapsados. Porque a pesar de que sí hay camas, la realidad es que la gente va al hospital a morirse. Así lo muestran los datos. La realidad también es que si la situación no es peor se debe a que el personal médico está haciendo una labor titánica frente a las circunstancias. Sin ayuda.

Un hombre murió por coronavirus tras asistir a una fiesta COVID
Foto: Getty Images

Vendrá aquí el primer pero: México es un país con cerca de 128 millones de habitantes. Es decir, naturalmente tendría que haber más casos que en países con menor población, como España e Italia, los dos lugares donde el brote fue más catastrófico.

En teoría sí, salvo que Japón, que tiene uno o dos millones menos de habitantes que México, no está ni cerca de tener la misma cantidad de casos (menos de 22,000), ni de muertos (menos de 1,000). Lo mismo con países mucho más poblados, como Nigeria (195 millones de habitantes; 32,000 casos y 140 muertos) o Pakistán (212 millones de personas, cerca de 250,000 casos y 5,200 muertes).

Es decir, tanto países con mayor desarrollo como menor, con población parecida o más grande, se han comportado mejor.

Vendrá un segundo pero: México es un país obeso y diabético, con problemas severos de corazón. También es cierto, pero eso no debería ser causa de que la epidemia crezca. Debería ser causa, sí, de un agravamiento de condiciones. 

Aunque los números también nos dicen que la comorbilidad no es factor determinante. Si se hace la cuenta por millón de casos, como pide el presidente –la medida para equiparar cifras desiguales–, hay por lo menos seis países con mucha mayor incidencia de diabetes y muchos menos casos, así como países con mucho más casos por millón y mucho menos incidencia de diabetes. 

El asunto, entonces, no es ése.

Seguimos con una pandemia descontrolada por al menos tres motivos. El primero es la condición preexistente de pobreza y desigualdad: muy poca gente tenía la posibilidad de encerrarse y aguantar. Más de la mitad de los mexicanos tiene que salir día con día a ganarse el pan. Si no sale no come.

Lo hemos dicho en varias ocasiones en este espacio. Lo que se debió haber hecho es garantizarle un apoyo suficiente a esa parte de la población para que jamás tuviera que plantearse la decisión de salir. Pero eso no se hizo, y muchísima gente se mantuvo y se mantiene en la calle a pesar de que los contagios están en su punto más alto –no importa cuándo leas esto, como dice el meme–. La ayuda nunca llegó. Al contrario: lo que hubo fue recorte. A Salud, a Educación, a la Economía. Una patada en lugar de una mano extendida.

Lopez gatell sonriente
FOTO: PRESIDENCIA/CUARTOSCURO.COM

El segundo es la soberbia frente a la pandemia. Empezando por las autoridades. Cuando iniciaron los contagios el gobierno se empeñó en minimizar lo que sucedía. Nada de que tapabocas o pruebas, nada de que te guardes. Siguen en la red pantallazos de esa infografía infame que circuló al mero principio: “No es una situación de emergencia”, decía. Se calculó la muerte de alrededor de 6,000 personas; hoy estamos cerca de las 36,000, o seis veces más.

Aunque el subsecretario de Salud López–Gatell en un inicio advirtió de lo catastrófico que podía ser no quedarse en casa, su mensaje fue ignorado por el presidente mismo. Luego el propio subsecretario cambió la tonada –como cuando dijo que el presidente no se contagiaba– y luego se lavó las manos –metafóricamente–. Hoy por hoy no ha admitido error alguno pero ha culpado a todo el que se pueda. Ha hablado desde conspiraciones de medios hasta conspiraciones de gobernadores. Ha dicho que ya no le corresponde a él el tema, sino a los gobiernos locales. Y no se ha puesto un tapabocas hasta que literalmente el mundo entero le pidió que lo hiciera. 

No lo hará, pero debería admitir que se equivocó. Sería lo mínimo que podría hacer frente a esta masacre.

FOTO: VICTORIA VALTIERRA/CUARTOSCURO.COM

A esa soberbia gubernamental hay que agregar un tercer punto, la indiferencia poblacional. Habrá quien se haya cuidado, habrá quien tome las medidas correctas. Pero hay también quienes siguieron haciendo fiestas durante la cuarentena –tú sabes quién eres, vecino a contraesquina de mi casa– y quienes van por la calle con la cara descubierta –como el subsecretario mismo, por ejemplo–. Hay quienes no creen en la enfermedad –anecdótico, pero he escuchado ya de varios muertos que decían que el coronavirus era un mito– y hay quienes dicen que hay que contagiarse porque la vida sigue. Hay quienes esconden su contagio porque no tienen síntomas, hay quienes lo esconden por el estigma social de la enfermedad. Mientras tanto, el virus se reproduce y se reproduce.

Por eso se tiene que escribir este texto una vez más –la cuarta, la quinta ocasión, es difícil recordarlo ya–, porque el coronavirus no está controlado, porque las autoridades no lo quieren admitir y porque esto es una catástrofe. No hay cuerpos en las calles, como presume López-Gatell. Pero los muertos atiborran las morgues, llenan los cementerios. Hay gente que ya no está aquí porque desde arriba les dijeron que esto no era más que una gripa.

Y los de arriba nunca admitirán su error.

Seguirán culpando a los demás. Mantendrán la sonrisa frente a las cámaras mientras repiten una y otra vez que esto es un éxito porque en los hospitales hay camas.

Que en su conciencia quede lo siguiente: hay huérfanos, viudos, familias destruidas. Miles de muertes evitables

Pero para ellos fue más importante su imagen de rockstars, de galanes de telenovela, que la salud de quienes juraron proteger al asumir sus cargos. Sobre ellos, ahora bajo tierra, están parados.

Que la historia los ponga en su lugar.

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Esteban Illades

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