Por Esteban Illades

El viernes pasado a las 7 de la noche se oficializó lo que muchos temíamos: México cruzó el umbral de las 20,000 muertes por coronavirus. El domingo, día en el que suele haber subregistro de casos y defunciones en la cuenta diaria del gobierno –los fines de semana hay menos personal para capturar datos–, el número también fue brutal: un aumento de 1,044 muertes registradas en la cuenta federal.

Esto, vale la pena recalcar, no quiere decir que haya habido 1,044 muertos en 24 horas. Quiere decir, simplemente, que en ese período se agregaron los datos a la cifra nacional. 

Aun así no deja de ser escalofriante: ya cuando se ajustan las fechas y se ve qué días se han registrado los casos –para eso es harto recomendable leer los hilos diarios en Twitter de Sebastián Garrido–, queda claro que la trayectoria de casos y de muertes es ascendente. Estamos lejos, muy lejos, de poder decir, siquiera, que la epidemia se ha estabilizado en el país.

Foto: Getty Images

Sin embargo, la actitud gubernamental desde hace un par de semanas es la de dejar que cada quién haga lo que quiera como pueda. Ya no recae en el gobierno el cuidado, ya no hay mayor política de contención. Si uno sale, lo hace bajo su propio riesgo, porque la “Jornada Nacional de Sana Distancia” es cosa del pasado.

Y eso es sumamente preocupante: en países como España y Francia, que, dicho sea de paso, estamos cerca de alcanzar en muertes totales en unos días, no se permitió la salida de la población hasta que el número de contagios fuese decreciendo. Aquí abrieron la puerta ya ni digamos en el pico, sino en el ascenso al pico.

A pesar de ello, las preocupaciones del gobierno parecen ser otras. No por nada el sábado hubo lo que en tiempos del PRI se conocía como “acuerpamiento”: cuando a un secretario o miembro del gabinete se le cuestionaba algo, no faltaban los desplegados en periódicos del resto de los funcionarios para resaltar su labor y echar elogios por doquier. Ahora eso ya no se hace en periódicos, sino en redes sociales. Pero es básicamente lo mismo: no en balde un día después de atravesar la terrible cifra de los 20,000 muertos, la cuenta de Twitter del subsecretario de Salud Hugo López-Gatell participaba en elogios a Irma Eréndira Sandoval, secretaria de la Función Pública. A López-Gatell se le sumó gabinete, diputados, senadores, hasta Yeidckol Polevnsky, exdirigente de Morena acusada por su propio partido de desviar millones de pesos en fondos durante su administración.

¿Por qué tanto amor sincronizado?

Porque el jueves por la noche el periodista Carlos Loret de Mola había dado a conocer en un reportaje para el portal Latinus que cuando Sandoval y su esposo John Ackerman fungían como académicos, habían comprado al menos cinco casas de contado, y habían recibido como “regalo” un terreno por parte del gobierno del entonces Distrito Federal.

Cabe resaltar que la reacción al reportaje no fue la de cuestionar lo publicado, la de discutir los datos. De inmediato la secretaria Sandoval, que en teoría debería investigarse a sí misma para resolver irregularidades, habló de “sicarios” del periodismo –término tan hostil en un país con tantos muertos que hasta el relator para la libertad de expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos lo reprobó públicamente– en lugar de rebatir la información.

En un comunicado publicado por la dependencia que ella dirige se dio carpetazo y a lo que sigue.

Curiosa reacción, por decir lo menos. Ya pocos lo recordarán porque en este sexenio la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, pero el año pasado cuando se acusó –sin pruebas– al Comisionado presidente de la CRE, la Comisión Reguladora de Energía, Guillermo García Alcocer, de diversas cosas, la primera respuesta de Sandoval fue pedirle que se separara del cargo en lo que se resolvía el asunto. García Alcocer terminó por renunciar tras la presión gubernamental –en particular por el presidente, quien dedicó buena parte de sus conferencias por esas fechas a tirarle a él y a la CRE– y el asunto se chispoteó sin más.

Acá, en cambio, nada. Espaldarazos sin rendir cuentas en el que se ha autodenominado el gobierno más transparente de la historia.

A los cuates –como a Manuel Bartlett, titular de la Comisión Federal de Electricidad– no se les encuentra nada o se les permite mucho. Fue también una investigación de Loret de Mola la que dio con todas las casas hasta hoy conocidas del Bartlett y su familia. A pesar de ello, la exoneración fue pronta y expedita y el espaldarazo sonoro. Lo mismo sucedió cuando se dio a conocer que su hijo andaba vendiendo ventiladores muy por encima del precio del mercado al IMSS en plena pandemia. Al final se detuvo la compra, pero no hubo mayor castigo ni investigación.

Secreatria de la Función Pública
Foto: @Irma_Sandoval | Twitter

Y ahora es la secretaria de la Función Pública, la encargada de investigar la corrupción, la que está bajo fuego. Pero nada sucederá, porque para ser distintos salieron casi idénticos a los anteriores.

Mientras tanto Virgilio Andrade feliz porque ya no vive solo en el lodo.

Posdata: por estas fechas los miembros de gabinete están actualizando sus declaraciones patrimoniales. El secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, encargado de la seguridad nacional y de la estrategia en contra del crimen organizado, reportó el año pasado ingresos por 800,000 pesos en consultorías. Más allá de que debería estar enfocado de lleno en la lucha contra el crimen –que, para variar, se va perdiendo–, la pregunta es a quién dio esas consultorías y si divulgó alguna información sensible, pues él tiene acceso a lo más clasificado de lo clasificado.

Otro caso que debería ser visto por la SFP.

Debería, la palabra clave.

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Esteban Illades

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