Por Esteban Illades

El jueves pasado, aunque uno siente que fue hace siglos, inició el proceso de precampañas electorales para la presidencia de México. El período durará hasta el 11 de febrero, cuando termine oficialmente. O sea, tendremos casi dos meses en los que partidos y coaliciones harán publicidad, tapizarán las calles con propaganda e inundarán el internet, la radio y la televisión todo para que puedan ser elegidos candidatos. No para ser elegidos a algún puesto, no. Para que sean elegidos para poder competir.

Ya que ese suplicio termine, habrá un espacio intercampaña de mes y medio, en el que en teoría no debería pasar nada pero pasará: los anuncios se mantendrán al aire. Después, el 30 de marzo, ahora sí, comenzará la campaña formal que se llevará a cabo hasta el 27 de junio. Es decir, otros tres meses.

Tendremos, en total, casi medio año de este horror. Y, por si eso fuera poco, 59 millones de anuncios. Sí, 59 millones. Será como un programa de la televisión interdimensional de Rick y Morty: sólo política, todo el tiempo, y en cualquier canal. (Y de la chafa, aparte. Si no me creen, vean el palomazo de Ricardo Anaya y Juan Zepeda.)

¿Qué esperar aparte de toda la mala publicidad? No mucho, en realidad. Dentro del Frente, que cambió de nombre por enésima vez y ahora se llama “Por México al Frente”, habían dicho que tendrían debates y encuestas para decidir quién sería el candidato. Pero la mayoría de los interesados ha ido declinando o se ha salido de la carrera; Miguel Ángel Mancera, que en teoría era el único precandidato que podía pelear con Anaya –no se rían, es en serio– ya dijo que no le gustaron las condiciones. Y Anaya no debatirá consigo mismo. Así que, en este caso, sólo veremos anuncios del así llamado “joven maravilla”.

En el PRI tampoco habrá debate interno. El registro de precandidatos se abrió y cerró con José Antonio Meade, que fue nominado por aclamación, más que por otra cosa. El mismo día que renunció a la Secretaría de Hacienda ya lo habían arropado todos los sectores del partido, por lo que tampoco habrá sorpresa alguna ahí.

De Morena ni hablar. El candidato ha sido y será, hasta el fin de los tiempos, Andrés Manuel López Obrador. Sí, dos militantes del partido se registraron como precandidatos del partido cuando nadie estaba viendo, pero la dirigencia rápido, pero rápido dijo que no cumplían con los requisitos, por lo que AMLO será la opción de Morena. (Ilusos ellos que pensaron que podrían competir con el supremo líder.)

Y los independientes están más preocupados –y con razón– por conseguir firmas que por cualquier otra cosa. Aunque la maquinaria de Jaime “El Bronco” Rodríguez ya es un monstruo –cada día recolecta más firmas que el anterior; el viernes pasado juntó más que todos sus rivales sumados–, sigue teniendo un problema bastante grave: necesita que las firmas recolectadas se distribuyan en 17 de las 32 entidades de la república, y que en cada una de esas 17 junte el 1% del padrón electoral registrado. De nada le sirve lo que está haciendo ahorita; está sacando gran parte de sus firmas de Nuevo León, estado que convenientemente gobierna. (O eso dice.)

Entonces, en términos de deliberación interna y de elección de candidatos, el período de precampañas no le servirá de gran cosa a los ciudadanos, que –salvo dando su firma a independientes– no podrán participar en el proceso.

Así se puso el debate en Nayarit
Imagen: Shutterstock

Ya cuando inicien las campañas a finales de marzo, entonces cambiará un poco la cosa, aunque no mucho. En parte porque las campañas mexicanas casi nunca evolucionan –y porque desde la época de los spots del “peligro para México” está prohibido que los candidatos lleven a cabo propaganda negativa de sus contrarios, así que sólo escucharemos cosas bonitas– y porque los debates no sólo no evolucionan, sino involucionan. En los 90 llegaron a ser algo entretenidos, aunque seguro, querido sopilector, tú todavía ni nacías. (Entretenidos en relación con los de ahora, no entretenidos por sí solos.)

Pero después de eso se fueron volviendo más tediosos. En 2012 lo único interesante fue ver cómo se le iban los ojos a Gabriel Cuadri y cómo AMLO traía las gráficas al revés, pero no más. Ahora, a pesar de que el Instituto Nacional Electoral ha dicho que intentará que las cosas sean más dinámicas, lo probable es que ocurra todo lo contrario. En tiempos recientes se regulan hasta las tomas: un candidato no puede salir a cuadro junto a otro, no puede reaccionar, no puede hacer nada. En lugar de debate hay monólogos eternos.

Debate presidencial México - Gabriela Quadri y la edecán Julia Orayén.

¿Qué esperar, entonces, de las campañas de 2018? Si el pasado reciente es guía, tortura pura. Un montonal de anuncios repetidos una y otra vez hasta que dejen de tener sentido; candidatos sin propuestas pero con megáfonos y debates que no ayudarán a entender quién está compitiendo por la presidencia y por qué. Y, junto con eso, también habrá un sentimiento primero de hartazgo y luego de enojo, al recordar que este castigo denominado proceso electoral se financia con dinero público. Bonito recuerdo cada que escuchemos o veamos uno de esos 59,000,000 de anuncios.

Felices fiestas. Con peras y manzanas regresa en enero.

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Esteban Illades

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