Por Esteban Illades

En su edición de este sábado, el periódico Reforma, en una entrevista con Javier Corral, gobernador de Chihuahua, reportó que un grupo de políticos y ciudadanos estaba por conformar un frente de oposición al gobierno actual. La idea, según decía el gobernador, era presentar una agenda alternativa al proyecto gubernamental, y al mismo tiempo formar “contrapesos” a la administración de Andrés Manuel López Obrador.

Conforme avanzó el día, políticos y demás personas mencionadas en la nota se fueron deslindando de la información: no eran o no querían ser parte del movimiento que presumía Corral.

El resultado, terminado el fin de semana, fue sí la existencia de un grupo, pero muy distinto al planteado originalmente: la mayoría de quienes lo integran son políticos de carrera; muchos de ellos, de hecho, forman parte de la oposición en el Congreso. ¿Entonces para qué unirse a un grupo que quiere ser oposición si, en teoría, ya son oposición? Así de confuso el asunto.

Javier Corral y AMLO
Foto: OMNIA NOTICIAS

Más allá del triste episodio del fin de semana, la pregunta importante que surge a partir de esto es la siguiente: ¿Existe una oposición seria al gobierno de Andrés Manuel López Obrador?

Sí y no. Pero más bien no. porque la semana pasada vimos un ejemplo de una oposición que apareció después de estar borrada durante meses. Pero no porque esa oposición sólo se juntó para evitar algo, no para proponer otra cosa: limitó la Guardia Nacional que busca implementar el gobierno.

La Guardia, una de las propuestas de campaña de López Obrador, ha generado mucha polémica. En particular porque, ya después de electo presidente, AMLO dibujó el esquema que le interesaba: una fuerza distinta al Ejército y a la Policía, conformada por elementos de ambos, pero en la práctica militar.

Es cierto que –y esto en gran parte debido a la popularidad del presidente– contaba y cuenta con gran apoyo de la población, pero no por eso su creación deja de ser preocupante: bajo el esquema planteado por López Obrador tendríamos militares de manera indefinida en el control –es un decir– de la seguridad nacional.

Muchos dicen –en particular en lugares donde la policía municipal no sólo es ineficiente sino que está incluso bajo control del crimen organizado– que mejor tener a un militar que un policía, y tienen razón. Sin embargo, no es ni debe ser una situación sostenible a largo plazo. México no puede ser un país militarizado por los grandes riesgos que esto genera: violaciones a derechos humanos, cansancio de las fuerzas armadas y un largo etcétera.

Y así lo entienden quienes estudian el tema, mismos que llevan más de una década advirtiendo que el modelo no es sostenible. En distintos foros organizados por el Congreso presentaron datos y estudios, y, sorprendentemente, se les escuchó. Los partidos de oposición se unieron y lograron llevar la agenda a la discusión con Morena y sus satélites: aunque la Guardia Nacional se aprobó, consiguieron limitar lo que se pedía de forma original y, con ello, evitar una militarización total del país.

Aquí la oposición: surge #YoSíQuieroContrapesos ante Morena y AMLO

En términos políticos lo interesante fue ver un bloque que logró negociar una reforma constitucional, cosa que no sucede muy seguido. Pero ese bloque no es permanente; de hecho es posible que sólo se junte para situaciones muy específicas como la Guardia Nacional. Y qué bueno que no lo sea, porque nada bueno puede salir de una especie de bipartidismo: piensa, querido sopilector, en el sistema de Estados Unidos. Demócratas y republicanos, para efectos prácticos, son genéricos intercambiables cuyas campañas se reducen a decir “vota por nosotros porque no somos ellos”. De ser así, tendremos un sexenio muy largo en el que el gobierno propondrá una cosa y el objetivo de los demás partidos será decir no sin plantear otra. O decir no tan allá para negociar algo a la mitad sólo para evitar algo que consideren malo.

¿Tenemos oposición? No una que construya. Quizás sea muy temprano y los partidos sigan sin entender cómo los arrolló un tren el 1 de julio de 2018 –aunque, hagamos la cuenta: fue ya hace más de seis meses– y por lo tanto sigan sin entender a qué se enfrentan. Es posible que lo sucedido en el Senado respecto a la Guardia Nacional haya sido sólo una última línea de defensa: un límite que ninguno de los demás partidos hubiera estado dispuesto a cruzar –aunque ese límite lo hayan cruzado el PAN durante el sexenio de Calderón y lo haya intentado cruzar el PRI durante el sexenio de Peña–. O más bien un efecto con el que no están dispuestos a asociarse con tal de recuperar algunos votos en unos cuantos años. Dirán en 2021, tal vez, que ellos detuvieron la militarización de México.

Pero, ¿qué más podrán proponer? Ni ellos lo saben: ante un gobierno con popularidad por los cielos tomar posición del otro lado los reduce a una minoría. Pero unirse y aprobar la agenda de Morena implica ser uno más del montón. Y decir “detuvimos algo” no es una agenda.

Por lo pronto lo que hay son grupos políticos sin brújula. Unidos para evitar algunos atropellos, pero sin idea clara de cómo mantener la relevancia en un clima nada favorable. El camino para ellos será muy lento; incluso imposible de andar, pues necesitan recuperar una confianza que perdieron de forma brutal en la elección pasada, y necesitan construir una nueva imagen. Es posible que el futuro no pase por ellos, y lo ideal sería que los ciudadanos o los mismos partidos se dieran cuenta.

Pero, mientras eso no suceda, Morena sigue avanzando a zancadas, sin contrapeso alguno. Por tiempo –así se ve hoy– indefinido.

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Esteban Illades

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