Por Esteban Illades

A finales de octubre, el embajador mexicano ante Argentina, Ricardo Valero, se robó un libro de una de las librerías más famosas de Buenos Aires. Valero, quien durante los 80 fue un importante miembro del servicio exterior –hasta ser despedido por entorpecer la diplomacia nacional–, fue sacado del retiro diplomático por el gobierno actual para representar a nuestro país allá.

El libro que se robó Valero vale menos de 200 pesos, algo un tanto extraño para un embajador que gana alrededor de 90 mil al mes. El incidente ha hecho que el hasta hoy diplomático tenga una investigación abierta dentro de la Secretaría de Relaciones Exteriores, y que Marcelo Ebrard ordene su regreso a México.

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Foto: Cuartoscuro

Lo curioso es que la investigación sucede a raíz de la publicación de un video en el que se observa a Valero esconder el libro, hecho sucedido hace casi dos meses. El video se reprodujo en toda la prensa argentina, hecho que –con toda razón– hizo pasar al gobierno –y al país, porque el embajador nos representa a todos– una humillación bastante grande con nuestro ahora cercano aliado en el cono sur. Vale la pena recordar que Alberto Fernández, quien hoy asume la presidencia de Argentina, eligió a México para hacer su primer viaje como presidente electo.

Sin video probablemente no hubiera habido escándalo, porque ya desde finales de octubre se supo en la prensa nacional –en la sección de trascendidos de un par de periódicos, al menos– que Valero había robado el libro. Sin embargo, en ese entonces, y hasta la explosión de notas, el gobierno se quedó callado.

Foto: @lopezobrador_

No obstante, aunque Ebrard haya reaccionado con dureza, el presidente minimizó lo dicho por el canciller; además, pidió que se evitara un “linchamiento” al embajador por su conducta.

Pero, y he aquí la relevancia del asunto, si algo ha hecho este gobierno es utilizar símbolos para decir que la corrupción o la aceptación de malas prácticas –y en este caso delitos– ya no existe. El presidente ha dicho una y otra vez que México ya cambió. Y qué más simbólico que un representante del país convirtiéndose en amigo de lo ajeno en territorio extranjero. Como cuando el entonces cónsul Fidel Herrera se robó un cenicero.

Dirán ahora como dijeron entonces: pero es un libro. Pero es un cenicero. Es cosa menor. Eso dejando de lado que hay a quien le parece noble robarse un libro porque muestra un interés en aprender. Pues sí, pero no es lo mismo –y tampoco se justifica en ese caso– robarse un libro como estudiante que no tiene dinero a robarse un libro como embajador que tranquilamente lo puede pagar. Y sin contar, también, que el estudiante no es diplomático cuyas acciones hablan por el México entero.

La vergüenza internacional hace que éste sea un caso distinto.

Aunque la vergüenza no es el componente principal: aquí se trata del discurso que se pregona y las acciones que se realizan. Botón de muestra es lo que ocurrió ayer, cuando en pleno Día Internacional Contra la Corrupción, Manuel Bartlett –señalado desde hace décadas en investigaciones periodísticas por varios presuntos delitos, entre ellos enriquecimiento inexplicable– Manuel Bartlett apareciera a espaldas del presidente en la conferencia de prensa matutina.

O lo que sucedió hace un par de semanas, cuando el presidente, empeñado en nombrar cinco veces a uno de sus ayudantes a un cargo que por ley requiere experiencia en el ramo, lo haya designado para realizar funciones para las cuales dista de tener preparación. Pero como es su ayudante –y yerno de un amigo suyo– eso no importa.

Foto: Cuartoscuro.com

Bajar la vara respecto a los suyos es señal no sólo de un doble rasero, sino de que la tan presumida Cuarta Transformación se reduce a retórica y nada más. “Estamos transformando al país”, se dice una y otra vez en Palacio Nacional y en las columnas de opinión de los fieles presidenciales. Para este punto no queda claro si es cinismo o autoengaño, porque las mismas caras de antaño repiten las mismas conductas de antaño. Y se les otorga el mismo perdón y la misma tolerancia que antes. Sólo hasta que una cámara grabe el acto, y sólo así, con presión externa –y un oso continental– es que quizá cambie la cosa. Porque bien que se tuvo guardado lo ocurrido en Buenos Aires durante todo noviembre, hasta que apareció el video y no quedó de otra. 

Y todavía hoy se mantienen las dudas sobre el destino del embajador. Aunque, a juzgar por el destino de Bartlett, Valero tendrá poco de qué preocuparse. Incluso si se le despide quedará la duda: ¿Será sólo porque fue grabado?

Habrán cambiado los colores del partido que gobierna, pero en esencia se sigue operando igual: la ley se hace en los bueyes de mi compadre. En los nuestros lo consideraremos sólo cuando no haya de otra, como cuando una cámara graba evidencia clara de una vergüenza internacional.

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Esteban Illades

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