Por Raúl Bravo Aduna

Las crisis política, social y económica de Venezuela han servido como ejemplo favorito en el mundo, por algunas décadas ya, para describir los peores escenarios posibles para un país. Constantemente exagerado, el proxy no es fortuito. Millones de personas escapan cada año (en 2021 se pronostica una fuga de aproximadamente 9 millones). La precariedad generalizada de la población, en términos de hambruna y enfermedad, alcanza niveles similares a los de un país en guerra. Se calcula que apenas el 25% de los venezolanos cuentan con acceso a agua potable. Y, no es novedad para nadie, los abusos a derechos humanos son sistémicos y sistemáticos, incluso en periodos de relativa paz. Sin embargo, las violencias convencionales son más bien esporádicas en el escaparate público, más allá de protestas y eventos específicos. 

Este país latinoamericano arrastra cerca de 20 años de disputa entre el régimen chavista, perdurado por Nicolás Maduro desde 2013, y la oposición (que en realidad se trata de oposiciones). Ambos espectros políticos han buscado la eliminación del otro del mapa, resultando en términos prácticos en un callejón sin salida institucional. En el ínter, la población de Venezuela ha quedado diezmada por las pocas probabilidades de una transición. En el punto actual, no parece haber una salida a estos problemas que no cruce por el diálogo. Es en ese contexto que, por mediación de la cancillería de Noruega, se llevarán a cabo una nueva ronda de negociaciones entre el régimen y la oposición en la Ciudad de México a finales de esta semana. Sin embargo, hay una historia robusta de este tipo de intentos que no han llegado a buen puerto.

¿Qué ha pasado?

A lo largo de las últimas décadas, se ha creído en que una eventual transición democrática debe pasar por la aduana de negociación entre ambos actores venezolanos. Noruega ha sido uno de los principales propulsores de este tipo de diálogos, los últimos realizados en Barbados y Oslo en 2019, como consecuencia del reconocimiento internacional de Juan Guaidó como presidente interino (y en disputa) de Venezuela en 2017. No obstante, ha habido encuentros formales entre oposición y gobierno en al menos cinco ocasiones entre 2002 y 2021, en los que se logró poco, si no es que nada. El asunto es complejo en sí mismo, pero hay algunas hipótesis sobre por qué fracasan estos intentos. 

Se ha notado que el gobierno chavista abandona la mesa de negociación al menor indicio de injerencia de ciertos actores de la comunidad internacional (principalmente Estados Unidos); en ese sentido, observadores externos de los diálogos han comentado que el régimen es experto para descarrilar conversaciones y sólo utilizarlas como un recurso que le permite ganarse tiempo, sobre todo cuando las presiones de la sociedad civil son altas y proclives a la protesta pública. Por su parte, la oposición parece que históricamente llega mal preparada a estos eventos; envían delegaciones con poca experiencia, muy baja representatividad política (y económica, excluyendo a la iniciativa privada en Venezuela, por ejemplo) y sin una agenda estratégica clara. Incluso, se dice que rara vez estudian y replantean lo que sucede durante los días de diálogo.

Por último, se ha dicho que un factor clave de estos fracasos tiene que ver con el hecho que los mediadores rara vez desempeñan un papel específico en las rondas de negociación con Venezuela. Es decir, solamente intervienen como observadores y anfitriones, algo que poco aporta a la concreción de acuerdos.

¿Ahora qué se espera?

La ronda de negociaciones que se realizará en México, tentativamente este viernes 13 de agosto, se da en un contexto en el que a la población venezolana parece importarle cada vez menos la política; más bien, el pleito entre ambos bandos. La aprobación de Guaidó, por ejemplo, pasó de 61% en 2017 a 17% en este 2021. La oposición fue eliminada de la Asamblea Nacional, a partir elecciones parlamentarias cuestionables en las que el bloque opositor acordó unánimemente no participar en ellas. Por su parte, el apoyo a Maduro ronda el 25%. En la búsqueda por la supervivencia mínima en Venezuela, el desgaste generalizado se antoja como la norma. Quizá por ello es que existe cierta esperanza en que este proceso de diálogo sea un poco distinto a los de los últimos 19 años.

En principio, se buscará un marco mínimo de entendimiento, entre régimen y oposición, para arrancar otra ronda de negociaciones en septiembre, con miras a que puedan celebrarse elecciones regionales, para cargos legislativos y ejecutivos, en noviembre próximo, con la participación de los partidos políticos del bloque opositor en Venezuela. De saque, se intuye que hay un reconocimiento por parte del gobierno venezolano de que no se puede repetir el fiasco de 2020; al menos, para sostener algún tipo de legitimidad del aparato del Estado. Y aunque encuestas revelan que hay poca fe de la población para la posibilidad de un proceso político equitativo y libre, el 75% sigue creyendo en que lo mejor sería un cambio pacífico.

En papel, parece que los actores políticos involucrados no verán estas negociaciones como un juego de suma cero; más bien, podría haber una apuesta al largo plazo y transiciones paulatinas que serían la clave para un posible éxito.

¿Qué sigue?

Ahorita hay versiones encontradas sobre cómo serán las negociaciones en Ciudad de México. Se dice, paralelamente, que durarían un día o varios y no existe aún una agenda pública de los puntos a revisar. Nicolás Maduro ha aparecido a lo largo de las últimas semanas diciendo públicamente que el gobierno cree que se puede llegar a puntos de acuerdo (siempre y cuando la oposición reconozca al régimen y Estados Unidos flexibilice algunos de los castigos impuestos a Venezuela). Noruega supervisará las conversaciones, junto con delegaciones de Francia y Rusia; probablemente, se sumarán Holanda y Argentina a la ronda. Por su parte, la oposición no ha terminado de organizarse; particularmente, el bloque del excandidato presidencial Henrique Capriles ha insistido en no participar. O al menos no hacerlo hasta que se decida si sí competirán en las elecciones regionales próximas.

Todo puede acabar en llamarada de petate, como ha sucedido desde 2002. Existe la posibilidad que el gobierno de Maduro sólo busque el show internacional para justificar una suerte de buena voluntad simbólica que no se concrete en nada. Sin embargo, incluso desde Washington, parece que se empieza a entender la situación de Venezuela como una en la que ya nadie puede seguir acaparando todas las fichas en juego y eso puede significar buenas noticias a largo plazo. 

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Soy Raúl, pero la gente me conoce como Ruso. Estudié letras inglesas en la UNAM y tengo una maestría en periodismo y asuntos públicos por el CIDE. Colaboro en Sopitas.com desde hace más de seis años....

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