Victoria Clark y Melissa Scott son autoras de “Dictators’ Dinners: A Bad Taste Guide to Entertaining Tyrants” en la que nos muestran algunas de las comidas que preferían personajes emblemáticos y autoritarios como Stalin, Hitler, Tito, entre otros.

Lo curioso fue que detectaron ciertos patrones, como el hecho de que en la medida en la que envejecían, se tornaban más obsesivos con la pureza de lo que comían. Además, la gran mayoría de esos dictadores eran de origen humilde, lo que significaba que sus platos favoritos distaban mucho de ser gourmet.

Platillos excéntricos

Nicolae Ceausescu, jefe del Partido Comunista de Rumania, tenía como platillo favorito un estofado hecho con un pollo entero, incluyendo patas, pico y rabadilla. La mayoría de las ocasiones llevaba su propia comida a los lugares que visitaba y siempre iba acompañado de su oficial de seguridad, quien era químico y portaba un laboratorio móvil para examinar los alimentos que le ofrecían.

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Tito, el dictador de la extinta Yugoslavia, era fan de tomar jugos de vegetales crudos con un popote y su platillo favorito era un pedazo de grasa de cerdo caliente. Además no comía alimentos sólidos.

El norcoreano Kim Il-sung tenía gente que seleccionaba sus granos de arroz individualmente y creó un instituto cuyo único propósito era encontrar la manera de prolongar su vida.

Jean Bedel Bokassa, el autoproclamado emperador del Imperio Centroafricano, incluso comía humanos. Su receta favorita para degustar un cuerpo humano, era rellenarlo de arroz y flambearlo con ginebra, según relató su antiguo cocinero, quien no podía recordar si el cadáver que Bokassa le ordenó que preparara era de hombre o mujer.

Hitler, Mao y Mussolini sufrían de problemas digestivos.

Hitler tenía su propia cámara de gases en su cuerpo, tal vez por ello se volvió vegetariano y permitió que un curandero llamado Theodoro Morrell lo medicara con más de 28 pociones, incluyendo una hecha con extracto de heces de campesinos de Bulgaria. Además, era fan de hablar durante la comida sobre lo que ocurría en los mataderos ucranianos, de tal manera que sus invitados carnívoros no podían seguir comiendo. El nacionalsocialista alemán tenía un equipo de degustadoras durante los años de la guerra: nada llegaba a su mesa hasta que se confirmara que las chicas seguían vivas 45 minutos después de ingerirlo.

Muammar Gaddafi, también era pedorro pero no le molestaba en lo absoluto, de hecho lo presumía.

Mussolini, en medio de la Segunda Guerra Mundial, tuvo que ser examinado por un doctor nazi cuyo diagnóstico fue que estaba peligrosamente estreñido.

Mao Zedong, un carnívoro apasionado, fue de por vida un mártir de sus “necesidades”: “Como mucho y excreto mucho”, reportó en una carta a un camarada en sus primeros días. En una visita a la Unión Soviética con Stalin, enfureció porque no pudo hacer popo, porque el tipo de inodoro al que estaba acostumbrado no existía en Moscú.

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El camarada Stalin se armaba unas fiestotas culinarias que duraban unas cinco o seis horas, con deliciosas especialidades georgianas, mucho alcohol, canciones y bailongo. Entre las anécdotas de la peda, se sabe que  Nikita Khrushchev terminó hasta las manitas, incapaz de mantener el equilibrio y se orinó en público. Y que Tito de Yugoslavia vomitó adentro de las mangas de su saco en una de esas pachangas.

Vía: BBC

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