Por David Lameiras

Del 20 al 27 de septiembre se convocaron en todo el mundo movilizaciones multitudinarias para exigir acciones que garanticen la vida digna en este planeta. No nos volcamos a las calles por una roca con atmósfera que viaja por el espacio en torno a una estrella. La lucha es por nuestro hogar; por la vida que conocemos. Hay frágiles balances que existen entre los factores que hacen de éste un lugar vivible. Los montes, climas y especies que existen hoy día se alimentan y retroalimentan con una gran precisión que ha tomado millones de años ajustar. Una de esas especies es la humana. Tú ocupas un lugar en ella, como individuo y como parte de un gran colectivo.

La vida no se creó a sí misma. No existe aislada del resto de seres de todos los tamaños y formas. Pareciera olvidarse que somos primos bien cercanos de otros mamíferos; que nuestra existencia es tan fortuita y compleja como la de cualquier arbusto. Pareciera olvidarse que en esta misma roca del espacio todo, todas y todos, somos vida que hemos tenido éxito en el larguísimo camino evolutivo gracias a la presencia de lo otro.

Conectadas por la energía que nos alimenta, la historia genética compartida, el suelo que pisamos y el aire que respiramos, nuestro valor es ser parte de la totalidad.

Sin embargo, el hecho que (pareciera que) hayamos olvidado no nos sucedió sólo porque sí; la amnesia no llegó de la nada. La expansión occidental sobre lo que alguna vez se pensó como un nuevo mundo descubierto, transformó el modo en el que se veía al suelo, al agua y a la vida; se pasó de lo sagrado a lo explotable; de lo común a lo cercado. La vida humana y no humana ahora es un recurso desechable, convertido en ganancia de los encomendados, los dueños y los reyes. 

A pesar de que cambien las ropas, esa manera de pensar sigue vigente. Lo podemos ver porque el desarrollo tecnológico ha permitido una explotación con más ganancias y menos costos. Desde los inicios del siglo XIX, la depredación marcha a todo vapor. Esto es posible por el contubernio entre los dueños (capitalistas) y los reyes (gobernantes democratizados) que se mantiene. La noción de que es justo que pocos acumulen mientras el resto perdemos nuestra tierra, nuestro aire, nuestro hogar y nuestra capacidad de participar del balance de la vida, se ha mantenido como paradigma ético. Esta visión ha colapsado aquellos frágiles balances. Nos cambió la lluvia, las temperaturas, el suelo, las costas y acaba con incontables especies. 

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Es justo en este momento, de profunda crisis social y ecológica, que vemos que la racionalidad moderna topa con su límite. Su Estado, su tecnociencia y su crecimiento perpetuo se han mostrado faltos de imaginación y de voluntad para volver a tejer los vínculos rotos con la vida que nos da vida. Se hace evidente ya que los ciclos político-electorales y económicos no empatan con los ciclos ecológicos; evidente es también que tenemos que elegir cuáles vamos a priorizar como sociedad global. La urgencia de encontrar modos no-violentos, empáticos y solidarios de relacionarnos al interior de nuestra especie y hacia afuera de ella —esa urgencia que empuja a la juventud a no ir a la escuela para protestar por su futuro— contrasta con la paciencia con la que los pueblos originarios de la Tierra conviven con ella. 

Pero ni ellos ni ellas escapan de la barbarie; al contrario, los y las defensoras del territorio en América son impunemente asesinadas por intereses políticos y económicos. Pasa en México, como a Samir Flores, asesinado por organizar en Amilcingo el rechazo a una planta termoeléctrica. Lo mismo en la Amazonia brasileña, en donde el fuego abre paso a las plantaciones de soja y deja sin hogar y sin fuente de vida a los pueblos indígenas: un acto que es ecocida y genocida a la par. Igual en Canadá y Estados Unidos: las tierras y aguas sagradas de las naciones originarias se saquean y venden a los intereses capitalistas de la industria de los combustibles fósiles. Lo mismo en Honduras, donde asesinaron a Berta Cáceres, líder social que defendía los ríos de ser privatizados y ofrecía una luz de dignidad a su comunidad.

Ante el gris panorama que se pinta de seguir el camino que arriba nos imponen, podemos acompañarnos para hacernos oír.

Tenemos el derecho y la responsabilidad de pedirlo todo, que no es nada más que vivir.

La actual movilización mundial por el clima, impulsada por la  energía renovable de la juventud, tiene la oportunidad de encontrar aliadas y mentoras en la lucha social por el territorio, el agua y por la vida. Los pasos que han dado deben ser el punto de partida para crear las estrategias que hoy nos permitan enfrentarnos al estatu quo: al dinero y su violencia. Moviéndonos juntos en la reflexión, acción y organización por un mundo nuevo es como podremos superar la ilusión de la competencia y la individualidad voraz como modo de vida. No dejemos pasar esta oportunidad histórica de hacer florecer de nuevo nuestra casa común.

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David Lameiras es activista medioambiental.

Twitter:  @lameirasb 

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