67 días de paro mediaron entre el estallido del movimiento politécnico y los acuerdos alcanzados con el gobierno federal en un proceso que resultó ejemplar debido a la tenacidad y persistencia de los estudiantes y académicos que, frente a toda crítica posible, no perdieron de vista sus demandas hasta alcanzarlas por la mejor de las vías: el diálogo.

Las demandas politécnicas fueron claras y contundentes. No cabía duda de que debían cumplirse, no sólo dentro de los límites de lo posible, sino de lo necesario. Se trataba de reasignar el presupuesto de las pensiones vitalicias de los ex directores a las necesidades de la propia institución, contar con un cuerpo de seguridad propio, aumentar la transparencia administrativa, multar el porrismo, incrementar los recursos asignados a la casa de estudios y realizar una reestructuración profunda del IPN a través de un próximo Congreso Politécnico. De esta manera, los estudiantes dejaron clara una cosa: la educación en México es para lograr un mayor bienestar, no producciones más baratas.

IPN

Cuando los estudiantes formularon la versión preliminar de su pliego petitorio y exigieron respuesta por parte de la Secretaría de Gobernación, fue grande la sorpresa a ver al titular de la dependencia, Miguel Ángel Osorio Chong, bajar a dialogar en un templete callejero y reconocer, desde el lado oficial, la legitimidad del movimiento. Mayor fue la sorpresa de las propias autoridades al darse cuenta de que los estudiantes no estaban dispuestos a dejar el asunto en el terreno político: exigían que se aterrizara institucionalmente. Exigían negociación.

En efecto, el término parece tan extraño en nuestro país, que la exigencia de “negociar” a través del diálogo con la autoridad es tomada por muchos como un síntoma de terquedad ciega, e incluso como intento de chantaje contra el gobierno. Así quisieron pintar reacciones minoritarias la imagen del movimiento politécnico. Nada más equivocado.

Lo que los politécnicos lograron (están logrando) es un recordatorio para la sociedad mexicana: a veces, es imprescindible recordar a los funcionarios públicos que, como ciudadanía, tenemos exigencias claras que urgen ser escuchadas y negociar el modo en que han de ser satisfechas está por encima de cualquier ofrecimiento que la autoridad desee anteponer. La democracia se construye en diálogo y por ello es necesario desempolvar el más olvidado de esos sentidos: el del diálogo entre la autoridad y la ciudadanía.

osorio ipn

Este movimiento no es aislado. Le preceden aquel de 1942, en el que un gobierno represor atacó con hachas una manifestación de estudiantes que dejó como saldo 4 muertos y muchos más heridos; el de 1956, que culminó con el ejército tomando las instalaciones politécnicas tras varias jornadas de protestas; así como el de 1968 y su terrible final. Pero también le acompañan muchos otros movimientos, vivos hoy en día: aquellos que exigen no olvidar para no volver a caer.

No debemos confundirnos: si la autoridad ha sabido responder a las exigencias en esta ocasión, se debe a un triunfo social, a una madurez ciudadana que no teme y que, por otro lado, conoce las vías legítimas para hacerse oír.

El pasado viernes, el Mambo del Politécnico de Pérez Prado sonó al firmarse los acuerdos. Estudiantes y académicos lanzaron un “huélum”, grito que, como Roberto Zamarripa nos recuerda, deriva de la palabra “huelga” y que reafirma que una lucha,  sin naufragar y manteniéndose cierta de su sentido, es una que merece ser ganada.

Al IPN le resta todavía camino. Faltan la realización del Congreso Politécnico y la puesta en marcha de muchos de los acuerdos alcanzados. Justamente, ésta es la última y más importante de las lecciones del proceso politécnico: hoy sabemos que celebrar una victoria no significa dejar de luchar y, a su vez, que luchar no significa postergar indefinidamente la victoria.

Desde @plumasatomicas, decimos con el Instituto Politécnico Nacional ¡Huélum!

 

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