Por José Ignacio Lanzagorta García

La presencia de los aspirantes a candidaturas independientes son, hasta ahora y junto con el “Frente” PAN-PRD-MC, el elemento más dinámico de la conversación rumbo a las elecciones de 2018. Las apuestas recurrentes son sobre quiénes lo van a lograr y quiénes no. El cuestionamiento más inmediato es si “son realmente independientes”. La inmensa barrera de entrada del requisito de las 866 mil firmas distribuidas en más de la mitad de los estados del país para los que aspiran a la presidencia es motivo de polémica. Está bien. Está mal. Es excesivo. Sí, pero no tanto, si no imagínate la de candidatos que tendríamos. Sí, pero eso no hace que los que tengamos sean los mejores. Ajá. Discutimos hasta sobre el método de captura a través de una app.

Será que en unos meses solo regresarán ¿Margarita Zavala? Y ¿El Bronco? con sus firmas mientras que los demás se habrán quedado en las 20 mil y habrá risas, en las 100 mil y habrá lamentos, en las 900 mil pero que le descubrieron que 50 mil no contaban y habrá quejas y denuncias. Haremos rabieta: las candidaturas independientes “solo le sirvieron al PRI”, “solo fragmentaron el electorado”, “claramente no son independientes”. Iremos entre la propuesta de eliminarlas a colocarles una compleja regulación que, para variar, le tocará administrar a un INE que va soportando más y más y más atribuciones enredadas.

Pero en el camino podrían ocurrir mejores efectos inesperados. La conversación, digo, está volcada ahora en la expectativa de si los candidatos independientes “la van a armar o no”. Estamos hablando, por primera vez, de un proceso electoral que no involucra sólo a los partidos. Permite a las disidencias internas de los partidos como Margarita Zavala o al Bronco, imaginar llegar por otro lado. Permitió a las figuras públicas, como Ferriz, vincularse de otra forma con su propia fama. Pero, fundamentalmente, le abrió la puerta incluso a quienes siendo un actor importante de la política nacional, se habían marginado de la democracia electoral: el Congreso Nacional Indígena. Si desde hace más de una década que comenzamos a discutir la “Reforma del Estado” y la “reforma política” encaminadas hacia mayores mecanismos de representación, esta última aspiración a una candidatura independiente se muestra como interesante efecto de esta novedad institucional en el país.

Personas y organizaciones muy disímiles y de distintos tamaños y que jamás se habían planteado lo que implica la construcción de un partido político, se están enfrentando a ello. Ese trabajo de a pie, a nivel de piso, de construcción de redes, de bases de movilización del voto que son tan codiciadas por los partidos a la hora de definir una elección. El par más probable que consiga la candidatura acudirán a bases partidistas preexistentes y por eso dudamos de su “independencia”. Otros intentarán movilizar recursos clientelares, imitando lo más pedestre de la vida partidista. Pero me entusiasman los movimientos que se articulan a través de redes, de trabajo voluntario, de tocar puertas, de dialogar, de establecer lazos e intercambiar datos. Al final de todo el proceso, cuando termine la fase de recolección de firmas la mayoría no habrá logrado el objetivo de una candidatura, pero tal vez sí habrá logrado articular nuevos movimientos de diferentes tamaños.

El “despertar de la sociedad civil” es a veces un fetiche de las narrativas políticas tanto como esto del político que es “ciudadano”. Encontramos esos despertares de formas de organización no-partidista a partir de eventos traumáticos… o de cualquier cosa. Y a veces esas formas de organización son lo suficientemente amenazantes al régimen, que consiguen generar algún cambio para liberar la presión. Algunas consiguen institucionalizarse en organizaciones que logran articularse de forma más o menos intermitente en la discusión pública. Sin embargo, a pesar de los importantes y encomiables esfuerzos de esos despertares, de esas organizaciones ciudadanas, ciertamente la sociedad civil en México avanza a ritmos lentos. La falta de consecuencias inmediatas ante los grandes escándalos de corrupción o casos híper sensibles de violencia e inseguridad pública podrían ser un ejemplo de ello.

El ejercicio de recabar firmas, de articular redes, de hacer política fuera de los partidos que estaremos viendo en los próximos meses podría ser un catalizador. En ese sentido, contar con candidaturas independientes, aun con los altísimos requisitos impuestos para conseguirlo, podrían ser un gran estimulante para la vida política de este país, para fortalecer eso que llamamos la “sociedad civil” en la larga cruzada de conseguir representación, rendición de cuentas y contrapesos.

Fuera del ámbito presidencial, entusiasma la trayectoria de Pedro Kumamoto y la Wikipolítica como un movimiento que ha sabido como ningún otro lograr una muy paciente y trabajosa articulación. Su agenda ha sido justamente la de colocar al centro los temas de participación y representación. En el ámbito presidencial, entusiasma la aspiración del Concejo Indígena de Gobierno y su vocera, María de Jesús Patricio. Al margen de la intención de voto de muchos, firmar a favor de estos dos proyectos (en el caso del primero, donde exista una candidatura en la demarcación donde esté uno), contribuye a mejorar nuestra esfera pública, movilizando agendas y temas, acusando las injusticias e inequidades apenas institucionales en el caso de los primeros como sistémicas en el caso de los segundos. Son aire fresco y gasolina necesaria en nuestro sistema político. Habrá que echar la firma.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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