Tetsuya Ishida: la cosificación del hombre.

El surrealismo, como las otras vanguardias, trajo consigo no sólo una nueva propuesta estética, sino una visión de mundo. Para la época en que el surrealismo llegó a su máxima expresión, digamos los años 30, Freud ya era muy leído por todos los artistas del movimiento; las ideas del austriaco no sólo cambiaron el paradigma de pensamiento de occidente sino que (fenómeno paralelo)  influyeron también a las vanguardias artísticas del XX.

Tzara, Buñuel, Magritte, Varo, Cernuda, y muchos otros más, empaparon todos los niveles del arte con sus visiones hermosas, terroríficas y luminosas de todo aquello que estaba por sobre la realidad. Muchos de ellos (Remedios Varo por ejemplo) lograron construir un micro universo estético con leyes impronunciables pero patentes aunque, naturalmente, al pasar los años, el movimiento se terminó y se dejó de producir arte surreal (ligado al movimiento histórico).

Aquí viene la polémica (discutamos). Muchos dicen que el surrealismo está completamente ligado a un momento histórico y político, que tratar de producir un neo-surrealismo no tiene ningún sentido en nuestro contexto actual. Otros dicen que la revolución del surrealismo (como la de la psicología o la teoría marxista por ejemplo) tiene la capacidad de adaptarse a los cambios del hombre y su sociedad. Todo se trata de que el surrealismo es una herramienta (estética) para expresar la realidad y esa herramienta puede aplicarse a cualquier circunstancia.

Sea como sea, sí hubo gente que siguió realizando arte surreal, pero que se adaptó a las circunstancias: uno de ellos fue Tetsuya Ishida, nuestro artista del día.

Ishida era natural de Japón, su familia nunca estuvo de acuerdo con que él pintara (aunque ahora disfrutan de los millones que sus cuadros valen). Ishida trató de fundar una compañía de diseño en los noventa, pero Japón atravesaba por un momento difícil, desempleo y preocupación eran constantes. Fue en este contexto en el que Ishida comenzó a pintar. Desafortunadamente murió en un terrible accidente de ferrocarril en 2005, tenía 31 años.

Todos lo hemos sentido: le llaman la náusea, el miedo kafkiano, la ansiedad de hacer todos los días lo mismo y enfrentarse a procesos que nos cosifican.

Ese sentimiento está hermosamente representado por Ishida en sus piezas. Los hombres han dejado de ser hombres para ser máquinas y para ser objetos. Pero dejemos que hablen las obras.

En este cuadro por ejemplo, vemos lo que parece una sala de hospital, un parto tal vez, de un niño que ha salido de las entrañas de un dinosaurio y éste de un cocodrilo, que parece salir a su vez de un automóvil que está siendo atendido por los “doctores/mecánicos”. Este cuadro no nos da respuestas pero no hace preguntarnos de dónde viene este niño, de quién es hijo: de la historia, de la animalidad o de la industria. A veces las preguntas iluminan más que las respuestas.

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Cuántas veces hemos pensado que somos máquinas de comprar. El siguiente cuadro discute esa terrible verdad, brazos que están hechos para comprar productos idénticos pero de diferente nombre.

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El siguiente cuadro es uno de los más crudos. Las bolsas de plástico son un tema recurrente en la pictórica de Ishida, nunca nos quiso decir por qué. Aquí vemos bolsas, las bolsas que sirven para cargar los productos del súper, que se avientan a la basura; las bolsas, o guardan productos, o guardan basura: estas bolsas son niños y uno no deja de desconcertarme, el que, en el suelo, mira su reflejo en un espejo.

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Este cuadro sólo necesita una pregunta: quién consume al hombre.

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Por último, este cuadro que definitivamente muestra la ansiedad del hombre que corre en la banda de la producción masiva. Está de traje y, desesperado, trata de huir de una terrible verdad, se ha convertido en un producto.

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Por:  @Perturbator

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