Carmelo Flores Laura tiene 123 años, vive en los Andes y se alimenta de lo que él mismo cultiva.

Dicen que “más sabe el diablo por viejo que por diablo” Carmelo Flores Laura es la expresión en vida de ese refrán, el señor Flores es aymara y vive aproximadamente a 150 kilometros de La Paz en la comunidad de Frasquia, provincia Omasuyos; en los Andes bolivianos aislado del mundo y a 4.000 metros sobre el nivel del mar. Toda su vida comió alimentos naturales que él mismo cultivó al pie de los nevados.

Según información de RT Noticias, si los datos del registro civil son correctos, Flores nació el 16 de julio de 1890, el único inconveniente es que antes de 1940 en Bolivia no existían certificados de nacimiento y los recién nacidos eran registrados las cercanas iglesias católicas. Según el Libro Guinness de Récords, la persona viva más vieja del mundo es la japonesa Misao Okawa, de 115 años, mientras que la persona más longeva de la historia fue la francesa Jeanne Calment, que murió en 1997 a los 122 años y 164 días.

En cuanto a su descendencia, RT reveló que Flores, es de origen aymara, tuvo tres hijos, pero solo uno de ellos vive; tiene 16 nietos y 39 bisnietos. Ha confesado que no bebe alcohol, pese a que lo consumía cuando era joven.

“Tenía ovejas y comía eso, antes no había kerosene, sólo con la grasa de cordero cocinaba… debo tener cien años o más”, indica Flores.

Aunque de acuerdo con InfoBAE, Flores tuvo tres hijos, de los cuales sólo vive el menor Cecilio, de 67 años; tiene 40 nietos y 19 bisnietos, la familia está dispersa, según declaraciones de Edwin Flores, el nieto de Carmelo, quien tiene 27 años, es albañil y agricultor y es el único que vive con el anciano.

Edwin dice que su abuelo participó en la guerra Chaco de 1933 contra Paraguay, pero el hombre apenas lo recuerda. También cuenta que su abuelo, que creció en una sociedad semi-feudal, trabajó para el hacendado que poseía Frasquia hasta 1952, cuando el Estado aprobó la reforma agraria, y repartió la tierra a los campesinos que trabajaban en ella.

“Estoy andando así nomás, solito ando con los animales (por el cerro). No comía ni fideo, ni arroz, sólo cebada; cultivaba papa, habas… ahora hay todo para comer”, dijo Flores a la AP. A veces siente dolor de cabeza y estómago, sobre todo cuando come fideos, y recuerda haber consultado un médico en su juventud.

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Vive en una choza de adobe con techo de paja y piso de tierra, como casi ya no existe en el altiplano. Bebe agua que baja de la cordillera. Hace tres años tiene electricidad y letrina, aunque él está habituado a usar el descampado. Algunas veces se cocina en un fogón, que atiza con paja brava, y en ollas de barro. Piensa que el kerosene es lo más moderno que hay para cocinar, pese a que ya no se usa como combustible doméstico. En su juventud se alimentaba de carne de zorro que cazaba, ahora casi desaparecido, y dice que le gusta la carne de cerdo. Todavía lamenta la muerte de su esposa hace más de 10 años.

El registro biométrico del padrón nacional dice que Flores nació el 16 de julio de 1890 y que es analfabeto. No habla español, sólo aymara, pero su voz es firme. Es menudo y no usa lentes. “Un poco oscuro veo, antes tenía buena vista pero te veo caminando”, dice a reporteros de la AP. Escucha poco, hay que hablarle al oído, no tiene dientes pero mastica con las encías todo el tiempo hojas secas de coca, como todos los indígenas de la región, para despejar el cansancio y aguantar el hambre.

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