Por Elvira Liceaga @shubidubi

Lina Meruane es la ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2012 de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara por su libro Sangre en el ojo (Eterna Cadencia, 2012), una novela empinada sobre una chilena, como ella, residente de Nueva York, como ella, que va perdiendo la vista a lo largo de apenas doscientas páginas.

Pero no es ésta la trágica historia de una mujer que se despide de los paisajes sino de una voz afilada desde la oscuridad y atravesada por la memoria. Confeccionada con una prosa incansable que alcanza a renombrar la realidad, Sangre en el ojo está hilada finamente con desesperación. Meruane, que describe con una lupa bajo el sol, corroe al lector de ansiedad por el desencuentro, con el exterior y los países y personas que lo componen hasta con los fluidos corporales.

“…y me metió la lengua por la oreja y los labios aunque no se atrevió a lamerme los ojos enfermos cuando se lo pedí, tuvo miedo quizá o quizá tuvo asco, y en vez me mordió los pezones que eran los ojos abiertos de mi pecho, y para entonces también yo había acabado de despertar y lo forcé de vuelta sobre la cama olvidándome de todos mis dolores y, le besé el comienzo de los muslos, entre las piernas que olían a humedad y a encierro, y me metí en la boca la punta de su cuerpo como si fuera eso lo que más me excitaba aunque no era eso exactamente, no eso sino el saber que mi lengua se metía debajo de un grueso párpado de piel rugosa y secreta, saber que dentro de ese párpado estaba ese ojo ciego, redondo y suave de Ignacio, entregándose, poniéndose tenso en mi lengua hasta que derramó una lágrima, en espasmos, en mi boca.”

Esta es una novela sobre un par de ojos enfermos que todo lo ven. Una narrativa milimétrica y angustiante. ¿Cómo decides escribir este episodio? ¿Cómo llegas a este estilo rabioso que desde la oscuridad redescubre lo cotidiano?

Esta novela en su origen pretendió ser la memoria de una experiencia personal, pero el texto se fue movilizando hacia la ficción que es un territorio que me interesa más. O quizá es que no creo que la memoria pueda ser un reflejo exacto de la realidad y la libertad formal que permite la ficción me parece más estimulante. El estilo abrupto, a ratos rabioso, surgió así desde la primera línea, venía con esa velocidad y con esos cortes que, ahora pienso, ponen en palabras el hecho de que en momentos álgidos algunas ideas no se pueden completar, que algunas ideas no se pueden pensar porque tienen demasiado riesgo.

La novela está escrita desde un punto ciego donde sólo cabe el flujo de la memoria, ¿cómo lo articulas? ¿Cómo trabajas de los recuerdos a la palabra escrita?

Esta novela trabaja, como te decía antes, desde el género de la memoria pero también articula la memoria como problema porque, a mi juicio, la memoria es un dispositivo de la ficción, no de la realidad. ¿Qué se ve desde la memoria? ¿Cómo se mira desde el recuerdo? En esta novela ven los ojos de la mente –una expresión del inglés que me gusta mucho, porque condensa precisamente esta idea. Lo que quise explorar fue esto: la reconstrucción que se hace desde la memoria, que es visual y secuencial pero que no es testigo de los hechos.

“Hijos no, me decía yo muy a mí misma, lo que quiero son ojos, ojos recién nacidos.”

El libro se encuentra en la encrucijada entre los videntes e invidentes, entre la salud y la enfermedad, entre el hombre y la mujer y entre el paciente y el doctor, entre Santiago de Chile y Nueva York, el inglés y el español, el pasado y el presente. ¿Puedes hablar de esto?

Es cierto lo que dices, hay una serie de oposiciones muy poderosas pero hay, también, un deseo de deshacerlas, de mostrar los espacios más ambiguos donde la invidencia, como tú misma señalabas, permite mirar de otra manera, donde la enfermedad es parte de lo que pensamos como salud (porque la protagonista está ciega pero no parece enferma), donde empiezan a ocurrir complicidades y fusiones entre doctor y paciente y entre hombre y mujer, donde hay deslizamientos entre lugares y lenguas, donde el pasado se hace presente.

¿Qué hay entre la verdad y la ficción en tu libro?

Está esa otra aparente oposición que intenté desarticular en la novela. Porque hay realidad y hay ficción, o mejor, hay una realidad que lentamente se mueve hacia el territorio de la ficción para poner la realidad (y acaso también la ficción) en entredicho, para situar al lector en el lugar de incertidumbre que vive la propia protagonista pero que es también el lugar de la literatura, un lugar incómodo, dudoso, ambiguo y ojalá sugerente.

Se dice que en la autobiografía el autor se ausenta o pierde su cara, ¿cómo vives este proceso?

Cuando uno transforma el yo real en un yo ficcional ocurre esa pérdida. Soy yo y no lo soy al mismo tiempo, pero ese otro yo, el de la ficción, no es para nada un espejo sino una máscara que a la vez oculta y revela. Pero además en esta novela la protagonista literalmente pierde el rostro. Al no verlo solo puede recordarlo o reinventarlo. Esa pérdida, la del mundo exterior y la del rostro implica también un problema para nombrar el mundo: cómo pensamos y por lo tanto cómo nombramos lo que no vemos. Quizá por eso, intuitivamente, me pareció que ese problema con nombrar o nombrarse tenía que revelarse como un problema. La protagonista se llama Lucina pero lleva de nombre literario de Lina Meruane; me pareció que ese era otro doblez necesario que pone en duda la identidad misma de la autora y su lugar en la novela.

 ¿Cómo ha afectado el inglés a tu escritura en español?

Vivir entre dos lenguas le da a uno una conciencia del lenguaje, de las similitudes y de las diferencias, muy enriquecedora. A la vez, te hace preguntarte mucho por la elección que haces de las palabras. A menudo me encuentro traduciendo mentalmente lo que escribo, pensando en lo intraducible de ciertas experiencias e imágenes, y a veces me encuentro pensando que algunas cosas se dirían mejor en el inglés. También siento que ciertos elementos del inglés se han colado en la escritura, como por ejemplo, el uso del gerundio, que está muy mal visto pero que a mí me resulta muy valioso; en esta novela, por el ritmo acelerado, el gerundio me permitía un movimiento que otros tiempos no permiten de la misma manera.

¿Cuál fue el libro con el que empezaste a leer y cuál con el que empezaste a escribir?

Imposible decirte. Empecé a leer y a escribir de muy chica, en inglés, porque mis primeros años de colegio fueron en Estados Unidos, y no recuerdo qué libros me lanzaron, no creo que haya sido uno sino una sucesión de lecturas.

¿Qué libros tienes piensas leer próximamente?

Acabo de regresar de un viaje cargada de libros de autores contemporáneos que me interesan. Los cuentos últimos de Horacio Castellanos Moya y de Rodrigo Rey Rosa, las novelas de Fernanda García Lao (La piel dura) y de Selva Almada (El viento que arrasa), las crónicas de Leila Guerriero, María Moreno y Neil Davidson, y más libros porque, afortunadamente, el verano es largo.

Lina Meruane ha publicado Las Infantas (1998; 2008), Póstuma (2000), Cercada (2000) y Fruta Podrida (2007) escrita como becaria de la Fundación Guggenheim y ganadora del Premio a la Mejor Novela Inédita otorgado por el Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes en Chile.

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