Por Ana De Luca y José Luis Lezama

(…) defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.
“Defensa de la Alegría”. Mario Benedetti

La última semana alcanzamos dos millones de muertes por covid-19, algo sólo imaginado en el peor escenario de la catástrofe. Y no podemos siquiera darnos el permiso, el lujo del duelo porque, viviendo en el momento más álgido de la pandemia, todavía no terminamos de enterrar a nuestros muertos. En muchas ocasiones no podemos siquiera despedirnos de ellos, efectuar la ceremonia del adiós requerida por nuestros corazones para sellar las heridas. No logramos hacer cuentas del trauma porque vivimos aún en el trauma, no somos observadores neutros, desprendidos, separados del dolor, estamos insertos en el trauma, en este gran dolor que nos hermana hoy día a todos los pueblos del planeta.

Estamos, incluso, padeciendo el momento más cruento y vil de esta tragedia planetaria. Las muertes siguen sumándose a diestra y siniestra asumiendo cada vez más la forma de una aberrante normalidad. La muerte, además, no es sólo la física e individual, ha avanzado en muchos espacios de nuestras vidas: muerte física, muertes del alma, muerte de sueños y proyectos, y en todos ellos llega a adquirir una dimensión desesperante.

alegría esperanza covid

Foto: Pixabay

Ante este escenario, el dolor y la angustia nos brotan con espontaneidad inaudita, y estos sentimientos no son sólo inevitables y parte de nuestra naturaleza humana, sino que también son necesarios para momentos como el actual; pero necesitamos también sembrar esperanzas, seguir luchando por la vida, dotar al curso de las cosas con una entusiasta y renovadora vitalidad, recuperar aquello que nos da propósito e ilusión de vivir. Tenemos que darle permiso a nuevos y diversos mundos que restablezcan nuestro sentido de vida para recuperar las energías y fortalezas que demanda el mundo que queremos construir. Queremos un mundo que cuide y sostenga la vida, no uno que la violente y la destruya y es por ello que hacemos un modesto elogio a la ternura como un afecto restaurador y a la alegría como una emoción sanadora y movilizadora que nos permita recuperar nuestros proyectos individuales y colectivos.

Un mundo que cancela la alegría y la ternura

La ternura y la alegría son una gran carencia en el mundo. En el mundo del capital y del patriarcado no tienen cabida. Allí no caben tampoco el amor, la amistad, el cuidado, la solidaridad, la justicia, la igualdad, el sentirse alguien con valor por lo que uno es. Para este sistema somos sólo seres funcionales, piezas de una gran maquinaria que nos somete y para quien sólo contamos en la hoja del cálculo de la ganancia y la eficiencia; somos simples medios para una monstruosa maquinaria que nos devora y nos suprime como humanos. La ternura y la alegría emergen no sólo como una alternativa de vida, sino también como un acto de subversión y de resistencia a los poderes que sostienen al actual orden patriarcal capitalista moderno. 

No queremos ser ingenuos, pensar a la ternura y a la alegría como una aspiración tonta en este mundo hostil. Reconocemos que no bastará combatir la violencia del capital y del patriarcado con ternura y alegría. Al poder político lo enfrentaremos con una gran movilización de las conciencias, de ciudadanos unidos que quieren un cambio hacia un mundo más humano, más auténtico, más duradero y lo haremos en la protesta, la organización y la toma de las calles. No podremos enviarles flores a quienes nos envían balas. Sin embargo, sí deseamos proponer a la ternura y a la alegría como una posibilidad para la construcción de un futuro alternativo, como una fuerza constructora de esperanza, como una utopía de redención y realización para aquellos cuyos sueños fueron cancelados para que déspotas obsesionados con sus riquezas y arrogancias lograran los suyos.  

En defensa de la ternura

La ternura es un cariño entrañable, implica ser afectuosa/o y amable con humanos y no humanos, ecología de sujetos que constituyen y construyen el mundo.  Es decir, la ternura es también sinónimo de cuidado. La ternura y la empatía —que es su mejor amiga— van más allá del respeto al otro, implican que dejemos de hacer relaciones estériles y que, en cambio, las llenemos de flores, colores y pájaros. Ahora, en estos tiempos de pandemia y duelo global, necesitamos a la ternura como una forma de afecto para relacionarnos con nosotras y nosotros mismos; esta ternura va a ser vital para recuperar nuestros sueños, nuestras esperanzas, para retomar aquellos caminos que nos propusimos en estos meses, para soportar el duelo.

Pero también requeriremos de la ternura para relacionarnos con los demás. Necesitamos dar respeto, comprensión y dulzura para permitir que los otros desplieguen sus sueños y su ser en el mundo, enseñar con el ejemplo que no todo es vanidad, egoísmo, individualismo, relación utilitaria e instrumental en la vida. Un ejemplo inmejorable es el fragmento de Carlos Pellicer en su sublime ¨Discurso por las flores”:  

Cuando a un árbol le doy la rama de mi mano
siento la conexión y lo que se destila
en el alma cuando alguien está junto a un hermano.

En defensa de la alegría 

Cuando hacemos un llamado a defender la alegría, no nos referimos a ese mandato a la felicidad que Sara Ahmed bien ha criticado, a la felicidad por decreto, a un mundo de esclavos felices. Ahmed explica que vivimos en una sociedad en la que el discurso de la felicidad se nos vende como un imperativo. Esa felicidad se mide como un termómetro de qué tan bien estamos como seres humanos, como si hubiera una manera correcta de sentir y existir en este mundo. Nos inunda un mundo de psicología positivista que nos fuerza a estar felices permanentemente, pero en la simulación, con una forzada sonrisa en el rostro que encubre nuestras apuros y temores.  Y ese mandato de felicidad no les da cabida a otros sentimientos, como la tristeza y la angustia; por lo tanto, nos lleva a estar anestesiados, a no reconocer y empatizar con el sufrimiento humano y no humano. Y evitar sentir tristeza por las tragedias del mundo es no abrirnos al mundo, conectarnos con lo que nos rodea. 

En cambio, cuando nos referimos a la alegría la pensamos como una estrategia ante el desánimo, como la llama Jacoby, la alegría nos permite movernos, bailar, sacudirnos la inmovilización para así desplazarnos hacia otros lugares. El miedo que sentimos ahora puede ser utilizado más adelante como una estrategia política para mantenernos disciplinados. Si defendemos la alegría no permitiremos que utilicen el miedo para fines políticos, la alegría nos permitirá recuperar agencia y reinstaurar fuerza en nuestros cuerpos cansados.  Así, la alegría se convierte en una forma subversiva de atravesar estos tiempos, incitarnos a movernos y construir mundos de esperanzas. 

Construyamos mundos tiernos y alegres

En este mundo hostil, la ternura y la alegría pueden ser instaurados como alternativas a la impiedad, como un obsequio a quienes llevan el peso del mundo en sus espaldas.  Es la propuesta de futuro de los sobrevivientes de un mundo devastado. Así, la ternura y la alegría son armas cargadas de futuro, de ilusión, de ansias de vida, no de muerte. Cansados de tanta pobreza y hostilidad, la ternura y la alegría nos invitan a anhelar en colectivo ese mundo mejor que todos merecemos.  

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José Luis Lezama y Ana De Luca son fundadores del Centro de Estudios Críticos Ambientales ¨Tulish Balam”.

Twitter: @C_TulishBalam

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