Por Luis Fernández Carril

Durante las últimas semanas hemos usado este espacio para hablar de la magnitud y seriedad de la crisis ambiental global. No obstante, frente al reconocimiento de ésta, pocas veces nos preguntamos: ¿Es posible hacer algo? 

En muchas ocasiones nos encontramos con una inocente fe y confianza en las capacidades humanas: “Ya inventaremos algo”; “Ya la humanidad –ultimadamente- se pondrá de acuerdo y resolverá la crisis”. 

Y así, tenemos todas nuestras esperanzas puestas en la capacidad de la humanidad para enfrentar cualquier crisis. Nos enorgullecemos de nuestra capacidad inventiva y de resolución de problemas. No hay problema demasiado grande para la humanidad. Al fin, el homo sapiens sobrevivió glaciaciones, creó la civilización moderna, ha puesto gente en la Luna y hasta tenemos planes para colonizar el sistema solar y la galaxia. De tal manera, ya resolveremos la crisis ambiental. Ya inventaremos algo. 

¿En verdad tenemos tal dominio sobre la naturaleza y las circunstancias? 

La ciencia moderna ha demostrado que el ser humano es capaz de comprender el mundo y utilizar ese conocimiento para su propio beneficio. Así, el mundo moderno ahora se basa en el principio de la dominación de la naturaleza y su explotación mediante el conocimiento científico y el aumento de la capacidad tecnológica. Hemos modificado el mundo, explotado la naturaleza hasta construir una civilización boyante y próspera.  

En lugar de luchar por la supervivencia, cuidarnos de predadores peligrosos, la vida moderna posee esa maravillosa capacidad ilusoria de hacernos creer que el punto de la vida es hacerla cada vez más cómoda, con el menor esfuerzo posible y sin preocupaciones, mientras la ciencia y la tecnología resolverán todos los problemas del ser humano.  

De tal manera, basándose en la creciente capacidad tecnológica para subyugar a la naturaleza, el ser humano ha prosperado mediante la creación de una compleja civilización a costa de la explotación del medio ambiente sin considerar las repercusiones de esta acción hasta el punto de provocar una crisis ambiental mundial.

Así pues, el cambio climático muestra cómo las alteraciones de los sistemas físicos y biológicos a manos de la humanidad están provocando una alteración a gran escala con consecuencias complejas de gran magnitud que escapan, por un lado, a la certeza total del conocimiento científico para su comprensión y planificación; por el otro, a la capacidad tecnológica para resolverlo.

Ante la magnitud del problema, los seres humanos presuponen que se puede mantener el control sobre el problema y el dominio sobre la situación.

Pensamos que es cuestión de ponernos de acuerdo o inventar algo para resolver la crisis. Decidimos hacer algo y listo, se logra, se inventa, y el problema queda resuelto.

Sin embargo, el dominio humano es limitado y el control es ilusorio: el cambio climático no es un problema lineal, sino un problema complejo. Esto no significa “difícil”, sino que se trata de sistemas dinámicos con estados aleatorios de desorden e irregularidades que escapan a nuestra capacidad de predicción, planificación y ejecución. De tal manera, no podemos tener absoluta certeza de lo que sucederá ni de cómo será. Y mucho menos considerar que nuestra planificación, decisiones, acciones e invenciones sean realmente capaces de contener y resolver los problemas complejos que enfrentamos en la actualidad.

Pocas veces tenemos un ejemplo más fehaciente de lo anterior que la presente pandemia.

A inicios del año 2020, fuera de China, no había quien pensara que el COVID-19 cambiaría el mundo de tal manera. De pronto el coronavirus irrumpió en nuestras vidas violentamente para cambiarlas radicalmente. Nunca hubiéramos imaginado que, seis meses después, estaríamos todos confinados, con más de 9,300,000 casos confirmados y poco menos de medio millón de muertos en todo el mundo. Peor aún, no sabemos cuándo la vida regresará a la normalidad, si es que es posible. 

Así, frente a la pandemia, nos tranquiliza la idea de una vacuna como panacea. Todas las esperanzas están en que los científicos encuentren una vacuna que nos regrese la preciada comodidad y tranquilidad que teníamos. Sin embargo, nada garantiza que una vacuna será efectiva. Mientras que, afortunadamente, la ciencia moderna ha logrado erradicar enfermedades terribles como la viruela, hay numerosas enfermedades que se han resistido a una vacuna, como el SIDA. La propia Organización Mundial de la Salud ha reconocido que es posible que la enfermedad se puede volver endémica; es decir, que tal vez tendremos que aprender a vivir con el coronavirus sin vacuna. 

Foto: Chung Sung-Jun/Getty Images

La aparición abrupta de la pandemia es un ejemplo de perturbaciones mundiales inesperadas que ponen de manifiesto las limitaciones del control y de la capacidad humana para la planificación y la preparación de contingencias. Incluso los países más desarrollados están sumergidos en una grave crisis sanitaria que no vieron venir hasta que fue inminente. Y frente a la crisis sanitaria, lo único que puede regresarnos a la normalidad es una promesa tecnológica sin garantía de éxito.

Ante el cambio climático, nos enfrentamos a una situación de perturbación mundial similar, en la que presumimos tener el control para que, a pesar de los impactos del cambio climático, seamos capaces de dirigir perfectamente la trayectoria de desarrollo hacia resultados predecibles y controlables.  Esto ni siquiera es posible ya que las consecuencias del cambio climático son en gran manera inciertas y el desarrollo se crea a través de (y debido a) perturbaciones, contingencias sociales y controversias emergentes.

¿Esto significa que no podamos hacer algo al respecto?

No, no se trata de negar la capacidad del ser humano para enfrentar problemas complejos. Sin embargo, sí se trata de reconocer que nuestra capacidad es limitada y la complejidad de las problemáticas que estamos creando es cada vez mayor. De tal manera, no es una locura pensar en la posibilidad de que la compleja crisis ambiental que enfrentamos rebase la capacidad humana de respuesta.

Así, debemos desenmascarar la soberbia ilusoria del dominio humano y el consecuente reconocimiento de la capacidad limitada de acción. Tal vez así podemos tomar más en serio que no es una garantía que lograremos resolver las complejas crisis del presente, sino que sólo son una posibilidad. Como tal, debemos esforzarnos profundamente para darle las mejores probabilidades de éxito a tales posibilidades.

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Foto: Reuters

En términos prácticos, esto quiere decir abandonar la confianza sin fundamento racional que tenemos en el domino humano y dirigir todos los esfuerzos para dar la mejor probabilidad de éxito a nuestros esfuerzos. Porque no sabemos si México o el mundo podrán con la creciente amenaza, debemos asegurarnos tener una posibilidad sólida de lograrlo. Esto significa exigir la acción inmediata y profunda de los gobiernos frente al cambio climático; exigir una política robusta ambiental y de salud. 

De tal manera, esperar y confiar no es una opción. No demos por sentado que la humanidad o la tecnología resolverán las problemáticas complejas actuales. Sólo un esfuerzo colectivo sin precedentes nos dará una mejor probabilidad de éxito. Reconocer la posibilidad es el comienzo de la acción verdadera. 

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Dr. Luis R. Fernández Carril es investigador de ética ambiental y política climática internacional y profesor de planta en el Tecnológico de Monterrey, Campus Puebla. Actualmente es miembro y Autor líder del Grupo de Trabajo II del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas para el 6to Reporte de Evaluación. Se desempeñó como asesor legislativo y posteriormente como Secretario técnico de la Comisión Especial de Cambio Climático del Senado de la República, LXIII Legislatura de 2015-2018. Sus principales líneas de investigación son la Gobernanza ambiental internacional, las negociaciones climáticas internacionales, adaptación y resiliencia y  ética del cambio climático. Ha publicado artículos e impartido conferencias a nivel nacional e internacional en lugares como la Universidad de Oxford, la UNESCO en París, la Universidad de Yale y la Glasgow Caledonian University en Escocia. 

Twitter: @fernandezluis83

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