Por José Ignacio Lanzagorta García

En la política no hay gesto inocente aunque, de hecho, así se pretendiera. Y mucho menos en el ambiente legislativo. Eso no quiere decir que todo gesto sea igualmente trascendente… pero el chiste de un político hábil es aprender a capitalizarlo todo. Un impresionante tráfico de ridículas tarjetas de cumpleaños, unas con más piolines que otras, van junto con el correo matutino de oficios en los pasillos de San Lázaro donde, con más de 500 diputados, lo normal es que un día cualquiera -es decir, de un martes a jueves y sólo en período ordinario de sesiones- haya más de un cumpleañero. Que el diputado o, en su caso, un senador no reciba la tarjetita de quien así lo esperaba… uh. Que la reciba de quien menos la esperaba, alguna suspicacia le despertará. Todo abona, todo suma a un complejo entramado de símbolos que circulan a velocidades impresionantes.

El senador priista Emilio Gamboa Patrón es probablemente uno de los políticos más talentosos en ese mercado de símbolos que forman también parte de las dinámicas cotidianas de poder. Es uno de los talentos políticos indispensables que acompañan a quienes cuentan con largas trayectorias en cargos públicos de muy alto nivel, junto con la garantía de un acceso frecuente al poder legislativo donde, por si acaso, cuenta con el fuero necesario para enfrentar los escándalos que acumula y hasta termina de coordinador de la bancada. El martes pasado, el diario Reforma capturó en una nota uno de esos momentos típicos de un político como Gamboa, momentos que se sienten tan intrascendentes y a la vez tan significativos. Creo que vale la pena diseccionarlo no por excepcional, sino por ilustrativo. Vamos, para reflexionar cómo funcionan estas dinámicas.

Emilio Gamboa Patrón

Según la nota, mientras Gamboa acompañaba a Mariana Gómez del Campo, vicecoordinadora de la bancada del PAN y a otros senadores en una pequeña exposición de joyería nacional que se montó en el Senado –sí, porque en México necesitamos que nuestros legisladores acompañen su arduo trabajo con constantes kermeses-, la panista se probó un collar y la reacción inmediata de Gamboa fue obsequiárselo: “ya no te lo quites, yo te lo regalo”. ¿Por qué el reportero sintió que esto era una nota? ¿Gamboa podía haber anticipado que esto sería nota o fue un “accidente”? ¿Para qué le interesaría colocar esa nota? ¿Se lo habría regalado igual si no hubiera estado presente un reportero? ¿Gómez del Campo habría aceptado el regalo igual? ¿Le salía peor o mejor no aceptar el regalo amablemente? ¿Lo habrá dudado? No hay respuestas para todas estas preguntas y, para las que las hay, sólo son de Gamboa y de Gómez del Campo. Lo que asumo yo es que, de lo que se trata, siempre –siempre-, es tener tener los sentidos siempre –siempre- agudos para aprovechar toda oportunidad, toda sutileza, para jugar el juego.

La nota vende porque explota morbos. Las audiencias irremediablemente machistas e irremediablemente básicas, verán en el gesto un cortejo –cosa de ver muchos tuits de reacción al respecto-. Para estas lumbreras forjadas por las estructuras de género en las que un hombre, bajo ninguna circunstancia y contexto, puede relacionarse con una mujer más que como un objeto sexual, Gamboa pretende seducir a Gómez del Campo. Me pregunto si en las sutilezas, incluso inconscientes, del cálculo de Gamboa, estas lecturas le hacen buscar una nota en la que utiliza las convenciones de género para refrendar una posición de poder sobre una de las senadoras de oposición más visibles de la legislatura. Es decir, Gamboa hace el regalo como una demostración de que, sin importar que son colegas, él es un “caballero” y ella una “dama” y, además, con un toque paternal. Y, encima, como la caballerosidad es un antivalor que no hemos logrado erradicar, se le vería mal a Gómez del Campo rechazarlo. En vez de que el comentario se centrara en Gamboa como “raboverde”, tal vez le tundirían a Gómez del Campo por pesada y descortés. A menos, claro, que lo hubiera rechazado con alguna elegante respuesta. Pero no lo hizo. ¿Quería el collar? ¿No supo qué hacer? ¿O le convenía mostrar esa cercanía y afinidad con Gamboa frente a otros políticos por la razón que fuera aún pagando el precio de refrendar una “superioridad” de Gamboa? Quién sabe.

La nota también vende porque nos presenta a los senadores como frívolos que gastan nuestros impuestos en joyas que se regalan entre ellos. La senadora ya tuvo que salir a aclarar que no se trataba de una joya demasiado costosa. Sabemos que Gamboa no tiene empachos en mostrar las riquezas que ha acumulado en el servicio público. Aunque afecta la imagen del partido que es el que le concede las posiciones, no parece importarle demasiado el impacto en su imagen personal, pues justamente la suya es la política de los pasillos y los restaurantes, no la de las urnas y las encuestas. En este caso, Gamboa incluso parece jugar con esa imagen pública: regala una joya a sabiendas de que será escandaloso, pero que se resuelve cuando se revela que el gasto no era tan oneroso. Menos puede tomársele a mal aunque tiene que pasar por la incomodidad de las audiencias que no leerán la nota del precio de la joya. Y, nuevamente, coloca a su par Gómez del Campo en la incómoda posición de ser la que “acepta regalos costosos, será que algo quiere a cambio”.

Senadora Mariana Gómez del Campo
Foto: marianagomezdelcampo.mx

En cualquier caso: no, no fue un gesto inocente. Tal vez sí impulsivo, pero no inocente. Y lo más probable es que no sea sintomático de nada concreto y oscuro, como muchos estarían tentados a suponer. El  valor político de este gesto es el del símbolo “coordinador de la bancada priista impulsivamente le regala algo bonito que le gustó a la vicecoordinadora de la bancada panista”. No significa que estén negociando algo concreto. No significa que tengan otro tipo de relación de cualquier otro tipo distinto a la acartonada cordialidad que pudiera existir entre un representante del partido en el poder y un representante de oposición. Pero es un símbolo que se suma a ese enorme tráfico de gestos similares que, en algún momento sí pueden (o no, depende, justo de saber detectar las oportunidades en las que sirve) representar un capital político útil para cualquier negociación a cualquier escala. Si no para una reforma fiscal, tal vez sí sirva para negociar un cambio de oficina. Quién sabe. Pero lo más importante de ser político es tener con qué negociar.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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