Por Diego Castañeda

Las vacaciones de Semana Santa son una buena oportunidad para pensar en temas que van más allá del día a día de la economía. En su lugar es un buen momento para pensar en el pasado distante y en el quizá no tan distante futuro. En esta ocasión vamos a pensar sobre el rol del trabajo en la economía y, fiel al espíritu de esta sección, lo haremos viajando en el tiempo: primero al imperio romano y luego unos treinta años adelante en nuestro propio siglo.

¿Por qué Roma?

En primer lugar, porque la economía romana a pesar de ser premoderna, era bastante sofisticada y contenía dentro de ella algunas de las características de las economías modernas de los principios de la Revolución Industrial—además, probablemente en Semana Santa es el único momento en que recuerdan las glorias de Roma, aunque sea producto de ver a señores disfrazados de romanos en Iztapalapa o viendo su retransmisión anual de Ben Hur (1959) con Charlton Heston.

La economía romana es un objeto de investigación continuo entre los historiadores económicos. Uno de los más recientes trabajos es el libro del economista Peter Temin The Roman Market Economy, en el que el autor trata de argumentar que la economía romana era bastante más parecida a las economías del siglo XVIII de lo que muchos pensamos. Era una economía en la que existía el libre comercio en ciertos bienes, como el trigo y otros granos, en la que existan mercados laborales y sistemas de precios que operaban más o menos de acuerdo a la oferta y la demanda.

Entre otros aspectos que parecen casi modernos en la economía romana es que, incluso, llegó a ocurrir algo parecido a la crisis financiera de 2008: un colapso financiero producto de la especulación en bienes raíces. La Reserva Federal en 2008 intentó resolver el problema inyectando dinero a la economía en Estados Unidos; es decir, absorbió parte de la deuda de los bancos. En los tiempos de Roma, de acuerdo a los anales de Tácito (un historiador romano muy famoso), en el año 33 DC el emperador Tiberio enfrentó más o menos la misma situación y la resolvió distribuyendo alrededor del 0.5% del PIB romano entre algunos ciudadanos que operaban como bancos para rescatar a los especuladores. La Reserva Federal y Tiberio actuaron en esencia como prestamistas de última instancia para salvar sus sistemas financieros.

Podríamos seguir hablando de un sinfín de cosas que ocurrían en la economía romana y que tienen algún símil con nuestro tiempo. Tenían seguros (existe evidencia que sugiere que ellos inventaron el seguro de vida), tenían empresas (societas), tenían un estado de derecho con derechos de propiedad (el derecho romano es la base del derecho en occidente hasta nuestros días) y una población de alrededor de 60 millones en su punto más alto (equivalente a un país como Francia, Italia o Reino Unido hoy en día). Incluso fueron precursores de la máquina de vapor inventada por Herón de Alexandria durante el siglo I (Spiritalia seu Pneumatica). Una buena lectura sobre lo anterior se puede encontrar en el libro Sesenta millones de romanos de Jeremy Torner.

En este momento seguramente querrán que vaya al grano

El punto de lo anterior es que para ser una economía que quizá tenía algo parecido a una economía de mercado, con estado de derecho, instrumentos financieros y algunos avances bastante impresionantes en mecánica, la economía romana nunca llegó al grado de ser una economía capitalista. La razón principal fue, se presume,  la existencia de la esclavitud y de una cultura que despreciaba el trabajo (la aristocracia romana no encontraba valor en el trabajo manual, en el comercio o los inventos más allá de aplicaciones militares). Este argumento es elaborado de manera contundente por Aldo Schiavone en su libro The End of the Past : Ancient Rome and the Modern West.

De esto podemos concluir que quizá la parte mas importante de una economía capitalista se encuentra en la relación que la sociedad tiene con el trabajo. En el momento en que las sociedades antiguas supieron darle valor al trabajo, a la inventiva, al uso del capital combinado con el trabajo, etcétera, vimos transitar a las economías premodernas hacia las economías modernas de los últimos doscientos años. El trabajo es la vida de una economía.

De vuelta al presente y unos años al futuro

Hoy el trabajo sigue siendo una parte central de la economía, lo que ha llevado a que el fenómeno de la automatización comience a generar preocupaciones en algunos países y, en específico, en algunas industrias. A diferencia de los romanos que consideraban al trabajo como un mal necesario, en la modernidad consideramos al trabajo como algo esencial en nuestras vidas, no sólo como forma de sustento, sino como parte de nuestras identidades. Por esta razón, la idea de ser reemplazado por una máquina puede resultar un pensamiento muy perturbador.

Lejos de un futuro clásico de la ciencia ficción donde una súper inteligencia artificial nos extermine, el futuro para muchas personas parece más bien ser uno donde las máquinas nos hagan obsoletos como trabajadores. Así que durante los últimos dos mil años hemos pasado de una especie que despreciaba el trabajo a una que teme perderlo.

¿Este temor es algo real o infundado?

Para entender qué está pasando con el trabajo en la economía globalizada de nuestros días es necesario que entendamos una cosa: la globalización y el cambio tecnológico son dos fuerzas gemelas en la economía, se complementan y amplifican entre sí. La tecnología, en específico los avances en telecomunicaciones, hace que sea más fácil trasladar el conocimiento entre lugares y, a su vez, esto permite mover la producción de forma más fácil hacia otros lados.

La necesidad de llevar la producción a otros lugares (para bajar costos) influye en que esas tecnologías se usen y, por lo tanto, en que conocimientos se muevan en esas direcciones. Las causas y efectos de esta dinámica son explicadas de forma brillante por el economista Richard Baldwin en su libro The Great Convergence.

Esto nos lleva de forma directa al temor que consume al mundo desarrollado en estos días, la desindustrialización de estos países y, con ello, la pérdida de empleos. La dinámica de la globalización y del cambio tecnológico han causado que algunos tipos de trabajos en los sectores de manufacturas se desplace. Estas dinámicas también han hecho que la prima por mayor capital humano (por tener más habilidades) suba, generando ganancias para las personas con mucho capital humano.

Las personas con valores intermedios de capital humano son las que están siendo sustituidas por robots en las economías avanzadas. Los trabajos de bajo capital humano no son afectados por ninguna de las dos fuerzas (globalización y tecnología), ya que son actividades que se deben realizar localmente (no pueden ser enviadas a otros países) y, como una parte de ellas está en el sector de servicios, las máquinas no son ideales para realizarlas.

Entonces, la respuesta a la pregunta de si los temores por la automatización son fundados o no lo son es, en realidad, que no sabemos. Pero tenemos algunos indicios que nos hacen pensar que quizá lo que ocurre hoy en día no es muy distinto a lo que ocurría durante la primera Revolución Industrial (siglo XIX): un cambio del trabajo del sector agrícola hacia el sector manufacturero. En el siglo XXI podemos estar observando un cambio del trabajo manufacturero hacia el trabajo en el sector de servicios.

Si esta conjetura resulta cierta, entonces es más importante que nunca que pensemos en cómo compensar a aquellos que pierden de estas dinámicas. El sector servicio es sumamente heterogéneo (variado). En él trabajan las personas que despachan en un restaurante de comida rápida o el presidente de un banco. La desigualdad se vuelve un tema central en una sociedad en una dinámica como en la que vivimos.

Es necesario que discutamos más sobre el pasado lejano y el futuro no tan lejano, sobre cómo podemos mejorar la calidad de vida de todas las personas. ¿Cómo serán sus empleos en un entorno que cambia a gran velocidad? ¿El ingreso básico universal es una locura o una solución? ¿Los impuestos a los robots financiarán el estado de bienestar? ¿La inteligencia artificial nos hará obsoletos o nos llevara al siguiente paso en nuestra evolución? ¿Cómo será la economía dentro de treinta, cuarenta o cincuenta años? Todo eso tendríamos que estar discutiendo ahora.

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Diego Castañeda es economista por la University of London.

Twitter: @diegocastaneda

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